jueves, 18 de octubre de 2012

Caminos de Tierra, por José García.



Son casi las nueve de la mañana, acabamos de desayunar, y nos disponemos a disfrutar de un nuevo día de las  vacaciones estivales, estamos en Trevélez en las Alpujarras granadinas,  aproximadamente a unos 1.500 metros de altitud, situado en la falda sur del Mulhacén, por donde se desparraman hacia el barranco del rio del mismo nombre, Trevélez, sus escalonadas casas blancas, como si de un resistente nevero de las últimas nevadas se tratase. Dicen que debe su nombre a tres hermanos, los Vélez (tres- vélez) que en el tiempo se asentaron allá pero en distintos lugares originando la creación de tres barrios, Barrio Bajo, Barrio Medio y Barrio Alto, conformando en su conjunto Trevélez y una orografía complicada pues de los limites de uno y otro barrio hay aproximadamente un desnivel de 300 metros. Desde la terraza de la casa observamos inmenso el barranco, de frente al fondo, con la que parece chocar,  la sierra de la Contraviesa que separa las Alpujarras de la costa mediterránea, una vista que invita a perderse en la misma. Pese a que el día es pleno y claro el pueblo se mantiene a la sombra del Piedra Ventana de unos 2.200 metros de altitud ya que el sol aún no ha cogido altura suficiente para llenar de luz el blanco encalado de sus casas, esta circunstancia junto a que por el oeste está el Chorrillo o Mirador de Trevélez de algo más de 2.900 metros de altitud hace que Trevélez disfrute de pocas horas de sol al día.

Bien, aviamos la mochila con fruta y algunos dátiles, agua y por supuesto la indispensable cámara fotográfica, salimos de casa para disfrutar del paseo e iniciamos éste por la calle Cuesta, hacia arriba, a pocos metros nos cruza la calle Pereza, con este nombre y el esfuerzo de los primeros pasos subiendo casi nos mina la moral, pero no, estamos decididos, continuamos a la derecha y seguimos subiendo, antes hemos visto como regaban en unos balcones repletos de macetas en flor, geranios, rosas, hortensias o unas especies de campanitas colgantes que llaman “sarcillos de la reina” y entre tanta maceta un azulejo de San Antonio, patrón de la localidad, llegamos a la calle Cárcel, que nos llevará a la salida del pueblo por la Cañada Real, al final de la calle bajo un soportal una antigua fuente con un chorro continuo y cristalino que invita a beber e inmediatamente un buen nogal que marca el inicio del camino, nogales y castaños junto a una especie silvestre de aromático poleo y zarzas, nos acompañaran durante el primer tramo que discurre entre pequeños huertos familiares, donde predominan árboles frutales como el cerezo, manzano, peral o melocotón junto a calabazas, calabacines, pimientos, tomates, judías (las habichuelas de siempre) y algo que va a menos en su cultivo, la frambuesa, todos estos huertos que se encuentran abancados son regados por acequias, sistema de regadío de origen árabe, continuamos andando hasta coincidir más arriba con el rio, al llegar a este punto observamos al otro lado del rio las ruinas del viejo molino Altero que en tiempos pasado molió trigo, son varios los molinos que como este acompañaban al rio en su cauce hasta la desembocadura en el Guadalfeo. Seguimos con una pequeña subida por la cañada, en la que aún quedan vestigio de lo que se dice fue parte de una calzada romana, bien continuamos por ésta rio arriba acompañados del rumor que las aguas producen al deslizarse entre las rocas, y que no dejaremos de percibir aunque en algunos momentos desde el camino se pierda de vista el rio, bien al tener que coger altura, bien al quedar oculto tras esas crecidas vegetales denominadas bosques de galerías que se forman sobre los cauces de los ríos, álamos, alisos, mimbres, así como plantas enredaderas, helechos o zarzas, al tiempo que la vegetación del  camino ha ido cambiando y surgen en el paisaje pequeñas encinas que son autóctonas del terreno y  matorral como el “rascavieja”, también los pequeños huertos han dado paso a cortijillos o refugios de uso para los pastores en el cuidado de los animales, es decir el paisaje ha ido modificando su fisonomía haciéndose cada vez más abrupto pues en nuestro caminar hemos ido cogiendo altura.  

Llegamos  al punto que los lugareños denominan “la presa”, pues desde ahí desvían agua para la Acequia Nueva que surtirá de agua a Trevélez, el rio llega a éste punto encañonado y sus aguas un poco bravas para pasar bajo un pequeño puente que nos permitiría (si así lo consideráramos) continuar el camino por la otra orilla del rio, una pequeña arboleda hace del lugar un remanso de tranquilidad y donde el único sonido es el que produce de forma acompasada el agua a su paso. Aquí hemos repuesto un poquitín de energía, comiendo fruta y refrescándonos en el agua, con la cámara repleta de fotos, paisajes, plantas, insectos (como mariposas, libélulas o abejas recolectando el polen), y algún que otro reptil como un solitario y escurridizo lagarto, nos proponemos desandar el camino, buscando otra perspectiva a todo lo que hemos visto en la ida y en el que es habitual cruzarse o coincidir en el mismo con algún vecino, que con su montura (único medio si no quieres hacerlo a pie) y otra de carga va o viene del cuidado de su huerto o ganado, en esta llegamos de nuevo a donde lo iniciamos y es cuando realmente disfrutamos de la sombra del buen nogal que hablamos al principio y poco después de la fuente de agua fresca donde sumergimos  la cabeza bajo el chorro y saciamos, esta vez sí, la sed del camino. Pensando que después del pequeño esfuerzo no nos quedará ningún remordimiento de dar cuenta en el almuerzo de unas buenas migas de sémolas o un buen plato alpujarreño. Este tipo de recompensa gastronómica siempre es un buen final y estimulo para querer repetirlo.   

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