Tantas veces he contado lo que me produce
tanto miedo, que ya debería haberlo superado.
Creo que es algo realmente infantil. Como todo lo que es primario, debe tener un
origen ancestral, estar inscrito en nuestros genes desde nuestros antepasados más
remotos.
La
muerte y los muertos… tantas veces desde pequeña pensando en ellos que ya son
parte de mi yo.
El momento en que cierre los ojos, mientras mi
cuerpo se desprende de los últimos resquicios de vida. Mi sangre se irá parando
paulatinamente, pasando de líquido a sólido, dejando manchas moradas en la piel.
Los moribundos suelen soreir antes de
fallecer. Seguramente, me habré liberado entonces de todo dolor, de toda
atadura. Pero ¿Y mi mente? ¿Qué ocurrirá con la energía que ha creado a mi yo?
Las tristezas, los amores, los desengaños, las ilusiones, los conocimientos… ¿A
dónde irán? ¿A dónde no irán? La energía ni se crea ni se destruye.
¿De dónde venía cuando me crearon? ¿A dónde
irá cuando mi cuerpo muera? Ojalá tuviera la fe de un islamista radical. Todo
sería más fácil.
Y los muertos…los ves ahí, quietos,
impasibles, presentes…y los miras reconociéndolos, y les preguntas mentalmente
¿dónde estás? Y no te contestan, no te miran, no se mueven, y piensas que en
breve se habrán desintegrado. Y no lo entiendes.
Pasa el tiempo y como no te han convencido las
explicaciones que te han dado sobre la muerte, cuando estás sola…sientes que
estás acompañada…
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