miércoles, 24 de octubre de 2012

Senectud, divino tesoro, por María del Mar Quesada.


“¿Dónde estoy? “ Es lo que se pregunta Jacinto cuando comienza a tener conciencia de sí mismo y de su cuerpo. Siente  una nebulosa en la cabeza, recuerda querer escapar y no poder levantarse,  sentir dolor y no poder comunicarlo porque las palabras se le ahogaban en la garganta. Cuando se despierta del todo, descubre que está en la cama de un hospital,  quien le sujeta el brazo es su mujer. Aunque ella  le sonríe,  él ve en sus ojos que el final se acerca. Jacinto  sabe que no hay más tiempo para él. La herida sin cicatrizar que le ha acompañado toda su vida, la cual no le ha dolido mucho porque se ha acostumbrado a ella, se  quedará sin cerrar.  Jacinto morirá sin saber porqué lo rechazaron por segunda vez.
La madre de Jacinto había muerto a los 94 años, pasadas unas semanas Jacinto acude a la notaría con su mujer y su hija Aurora para levantar el testamento, cuando el notario comienza a dar lectura del mismo, se dan cuenta de que hay datos que no concuerdan con los de la abuela, solo coincide el nombre, el lugar y año de nacimiento: Adela Andrade  Ruiz,  Hinojosa del Duque, 1913. Los  demás datos no pertenecen a la fallecida. Tras revisar la documentación, el notario confirma que ha abierto el testamento de otra persona, Jacinto cree que puede ser Adelita, la prima de su madre y se lo hace saber al notario.
Al día siguiente, Aurora sabiendo que la maquinaria burocrática en estos casos es lenta, decide ir por la vía rápida. Busca el teléfono de Adelita para avisarle del error en el notario y las consecuencias que puede acarrearle. Aurora no puede imaginar que esa llamada  dará un giro  a su vida. Tras unos minutos de conversación Adelita le dice  que hace mucho que no sabe de Jacinto, pero no se ha atrevido a  preguntarle a su hermano Juan. Aurora piensa que la avanzada edad  ya hace mella en la memoria de Adelita, pues su padre es hijo único y de madre soltera, cuando Aurora intenta  sacarla  de su error, la anciana con toda la serenidad que dan los años, le explica:
-        Tu abuela no tendría más  hijos, pero tu abuelo sí que los tenía.
-        Adelita, pero si mi abuela se quedó embarazada de un novio que tuvo y él murió en la guerra antes de que naciera mi padre.
-        No cariño, tu abuelo se llamaba Jacinto Moreno Blanco, cuando conoció a tu abuela en la fábrica de esparto del que era capataz, estaba casado y tenía dos hijos y  uno más pequeño que tuvo después de nacer tu padre. Cuando tu abuela se enteró de que estaba encinta, su hermana se la llevó a la capital para que diera a luz al niño, no volvieron hasta que tuvo un año y medio. Imagínate, la pobre, madre soltera, de un hombre casado, en un pueblo tan pequeño, después de una guerra, y por si fuera poco tu padre tenía los mismos ojos claros que tu abuelo. Cuando el niño tendría unos diez años,  tu abuela se fue a Madrid para servir para  proteger al niño de las malas lenguas.
Aurora no supo qué decir y cortó el teléfono. No daba crédito a lo que acababa de escuchar, pero como era de curiosidad inquieta,  tomó lápiz y papel, volvió a marcar, se disculpó y  pidió a Adelita  que repitiera toda la historia de su supuesto abuelo. Al día siguiente, para  comprobar lo que le habían contado,  llamó a Araceli, nonagenaria  amiga de su abuela Adela,  para preguntarle si ella sabía quién era su abuelo. La sorpresa fue mayúscula, cuando escuchó  la misma historia que había escuchado el día anterior, pero con más detalles, pues Araceli seguía en  contacto con la familia de su  ya confirmado  abuelo. Según Araceli, aquello fue una historia de amor,  Jacinto Moreno Blanco no se fue con  Adela a Madrid,  porque el hermano de su mujer, el todopoderoso Comandante Navas, era la ley del pueblo en aquellos años.  Si su abuelo se hubiera atrevido a dejar a su mujer,  no habría llegado muy lejos.
Como Jacinto seguía muy afectado por la muerte de su madre, pues no se ha había separado de ella en 73 años, Aurora decidió no decir nada  a su padre,  hasta que no hubiese corroborado toda la historia y todos los nombres. Con una libreta, lápiz, teléfono e internet fue montado el árbol genealógico de su familia paterna. Lo curioso es que las pocas personas mayores del pueblo lo recordaban como algo totalmente cierto. No se trataba de un rumor sino de una historia de verdad.
Pasados unos meses, una tarde del mes de octubre, Aurora  visitó a su padre, anímicamente  estaba más recuperado, aunque su enfermedad  se había resentido bastante. Tomando  un café, le preguntó:
-        Papá, ¿sabes quién es Jacinto Moreno Blanco?
Jacinto no era capaz de agarrar la taza sin que le temblara la mano, sus ojos claros comenzaron a ponerse vidriosos, sus labios intentaban decir algo, pero no la voz no le salía. Su hija lo miró cariñosamente a los ojos, le dio un beso y le cogió la mano.  Entonces Jacinto tomó aire y dijo:
-        Sí, se quién es. Es mi padre.
-        Y ¿Qué más sabes de él?
-        Creo que tenía familia, pero no estoy seguro.
-        ¿Y no sabes nada más?
-        No, solo sé que ese nombre se me quedó grabado con 9 años. Un domingo Aparicio, que tenía un puesto de frutas en el mercado y siempre me daba una manzana a escondidas, se acercó. Estábamos  jugando en la plaza del pueblo cerca de la taberna,  me apartó de mis amigos y me dijo “¿tú sabes cómo se llama tu padre?”, yo le contesté que no, y ella me dijo “Pues se llama como tú Jacinto, Jacinto Moreno Blanco y está ahí en la taberna, ese de la chaqueta marrón y los ojos claros, ve y  pídele algo”. Hasta ese momento yo no sabía nada de mi padre, así que me dirigí a la taberna y cuando estaba dentro, pero a cierta distancia le dije: “Usted es mi padre, ¿me da un beso?”.  Él iba a beber de su copa, pero la mano le tembló, dejó la copa sin beber en la barra, se giró  hacia mí,  yo creía que me iba a tomar en brazos,  sin embargo pasó a mi lado y sin mirarme, se fue. Yo no entendí porque  no me había mirado, yo  solo le había pedido un beso, a fin de cuentas era mi padre, ¿no? Yo no sabía que había hecho mal para que ni siquiera me hablara, me rechazó sin conocerme. Durante toda mi vida he recordado esa escena, cada vez que sentía que necesitaba un padre.
-        Papa,  ¿Se lo dijiste a tu madre?
-        Sí  aquella mujer era mi tía, la hermana de mi padre. No me contó nada más y yo  jamás  le pregunté nada más.

 Jacinto no contenía ni la rabia, ni las lágrimas, soltó algo que llevaba más de 60 años guardado en su corazón. Cuando lo vio más calmado, Aurora le detalló  todo lo que había averiguado. Su abuelo en su matrimonio había  tenido tres hijos, los dos hijos  mayores  ya habían muerto, pero  Juan el menor de los hermanos, estaba vivo. También había contactado con una hija de Juan. Aunque desconocía la historia se interesó,  indagó  y le dijo a Aurora que las pruebas de ADN no iban a ser necesarias, pues Juan después de verse presionado por sus hijos y su mujer, les había confirmado que la historia era verdad. Juan  sabía que tenía un medio hermano y en 72 años no se lo había dicho nunca a nadie.
Jacinto, que durante toda su vida había renegado de su padre pues le había rechazado, no podía creer que a los 73 años encontrara  un hermano. Su corazón se aceleró cuando Aurora le preguntó si quería conocer a su familia, su sobrina quería desplazarse a Madrid para conocerlo. Él dijo que estaría encantado y feliz de conocer a un hermano.
Su  familia estaba completa.
Gracias a la casualidad y la memoria de personas muy mayores, la historia cerraba un episodio, reconocía un error y le compensaba. Después de la corta visita de su nueva sobrina, sabía que  su hermano Juan gozaba de buena salud  y podía viajar, él  sin embargo ya no estaba en condiciones de viajar por su enfermedad, pero ansiaba ese encuentro con su hermano aunque fuera una sola vez, luego se conformaría con algunas llamadas de vez en cuando.
Nunca hubo viajes, ni llamadas de Juan.
………….
Mientras Jacinto, que se crió  sin padre, había tenido una infancia dulce, alegre y  con mucho amor; Juan, que se crió con su padre, sufrió una  infancia marcada por las lágrimas de su madre  y cuando a los 9 años su madre dejo de llorar a todas horas,  en su casa comenzaron las disputas y las broncas cada vez que su padre, Jacinto Moreno Blanco recibía una carta de Madrid.
¿Quién recompensaría a Juan?

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