“¿Dónde estoy? “ Es lo que se pregunta Jacinto
cuando comienza a tener conciencia de sí mismo y de su cuerpo. Siente una nebulosa en la cabeza, recuerda querer
escapar y no poder levantarse, sentir
dolor y no poder comunicarlo porque las palabras se le ahogaban en la garganta.
Cuando se despierta del todo, descubre que está en la cama de un hospital, quien le sujeta el brazo es su mujer. Aunque
ella le sonríe, él ve en sus ojos que el final se acerca. Jacinto
sabe que no hay más tiempo para él. La
herida sin cicatrizar que le ha acompañado toda su vida, la cual no le ha
dolido mucho porque se ha acostumbrado a ella, se quedará sin cerrar. Jacinto morirá sin saber porqué lo rechazaron
por segunda vez.
La madre de Jacinto había muerto a los 94
años, pasadas unas semanas Jacinto acude a la notaría con su mujer y su hija Aurora
para levantar el testamento, cuando el notario comienza a dar lectura del mismo,
se dan cuenta de que hay datos que no concuerdan con los de la abuela, solo
coincide el nombre, el lugar y año de nacimiento: Adela Andrade Ruiz, Hinojosa
del Duque, 1913. Los demás datos no
pertenecen a la fallecida. Tras revisar la documentación, el notario confirma
que ha abierto el testamento de otra persona, Jacinto cree que puede ser Adelita,
la prima de su madre y se lo hace saber al notario.
Al día siguiente, Aurora sabiendo que la
maquinaria burocrática en estos casos es lenta, decide ir por la vía rápida.
Busca el teléfono de Adelita para avisarle del error en el notario y las
consecuencias que puede acarrearle. Aurora no puede imaginar que esa llamada dará un giro
a su vida. Tras unos minutos de conversación Adelita le dice que hace mucho que no sabe de Jacinto, pero no
se ha atrevido a preguntarle a su
hermano Juan. Aurora piensa que la avanzada edad ya hace mella en la memoria de Adelita, pues
su padre es hijo único y de madre soltera, cuando Aurora intenta sacarla de su error, la anciana con toda la serenidad que
dan los años, le explica:
-
Tu abuela no tendría más hijos, pero tu abuelo sí que los tenía.
-
Adelita, pero si mi abuela se
quedó embarazada de un novio que tuvo y él murió en la guerra antes de que
naciera mi padre.
-
No cariño, tu abuelo se llamaba Jacinto
Moreno Blanco, cuando conoció a tu abuela en la fábrica de esparto del que era
capataz, estaba casado y tenía dos hijos y
uno más pequeño que tuvo después de nacer tu padre. Cuando tu abuela se
enteró de que estaba encinta, su hermana se la llevó a la capital para que
diera a luz al niño, no volvieron hasta que tuvo un año y medio. Imagínate, la
pobre, madre soltera, de un hombre casado, en un pueblo tan pequeño, después de
una guerra, y por si fuera poco tu padre tenía los mismos ojos claros que tu abuelo.
Cuando el niño tendría unos diez años,
tu abuela se fue a Madrid para servir para proteger al niño de las malas lenguas.
Aurora no supo qué decir y cortó el teléfono.
No daba crédito a lo que acababa de escuchar, pero como era de curiosidad
inquieta, tomó lápiz y papel, volvió a
marcar, se disculpó y pidió a Adelita que repitiera toda la historia de su supuesto
abuelo. Al día siguiente, para comprobar
lo que le habían contado, llamó a
Araceli, nonagenaria amiga de su abuela Adela,
para preguntarle si ella sabía quién era
su abuelo. La sorpresa fue mayúscula, cuando escuchó la misma historia que había escuchado el día
anterior, pero con más detalles, pues Araceli seguía en contacto con la familia de su ya confirmado abuelo. Según Araceli, aquello fue una
historia de amor, Jacinto Moreno Blanco no
se fue con Adela a Madrid, porque el hermano de su mujer, el todopoderoso
Comandante Navas, era la ley del pueblo en aquellos años. Si su abuelo se hubiera atrevido a dejar a su
mujer, no habría llegado muy lejos.
Como Jacinto seguía muy afectado por la
muerte de su madre, pues no se ha había separado de ella en 73 años, Aurora
decidió no decir nada a su padre, hasta que no hubiese corroborado toda la historia
y todos los nombres. Con una libreta, lápiz, teléfono e internet fue montado el
árbol genealógico de su familia paterna. Lo curioso es que las pocas personas mayores
del pueblo lo recordaban como algo totalmente cierto. No se trataba de un rumor
sino de una historia de verdad.
Pasados unos meses, una tarde del mes de
octubre, Aurora visitó a su padre,
anímicamente estaba más recuperado,
aunque su enfermedad se había resentido
bastante. Tomando un café, le preguntó:
-
Papá, ¿sabes quién es Jacinto
Moreno Blanco?
Jacinto no era capaz de agarrar la taza sin
que le temblara la mano, sus ojos claros comenzaron a ponerse vidriosos, sus
labios intentaban decir algo, pero no la voz no le salía. Su hija lo miró cariñosamente
a los ojos, le dio un beso y le cogió la mano. Entonces Jacinto tomó aire y dijo:
-
Sí, se quién es. Es mi padre.
-
Y ¿Qué más sabes de él?
-
Creo que tenía familia, pero no
estoy seguro.
-
¿Y no sabes nada más?
-
No, solo sé que ese nombre se me
quedó grabado con 9 años. Un domingo Aparicio, que tenía un puesto de frutas en
el mercado y siempre me daba una manzana a escondidas, se acercó.
Estábamos jugando en la plaza del pueblo
cerca de la taberna, me apartó de mis
amigos y me dijo “¿tú sabes cómo se llama tu padre?”, yo le contesté que no, y
ella me dijo “Pues se llama como tú Jacinto, Jacinto Moreno Blanco y está ahí
en la taberna, ese de la chaqueta marrón y los ojos claros, ve y pídele algo”. Hasta ese momento yo no sabía nada
de mi padre, así que me dirigí a la taberna y cuando estaba dentro, pero a
cierta distancia le dije: “Usted es mi padre, ¿me da un beso?”. Él iba a beber de su copa, pero la mano le
tembló, dejó la copa sin beber en la barra, se giró hacia mí,
yo creía que me iba a tomar en brazos,
sin embargo pasó a mi lado y sin mirarme, se fue. Yo no entendí
porque no me había mirado, yo solo le había pedido un beso, a fin de cuentas
era mi padre, ¿no? Yo no sabía que había hecho mal para que ni siquiera me
hablara, me rechazó sin conocerme. Durante toda mi vida he recordado esa escena,
cada vez que sentía que necesitaba un padre.
-
Papa, ¿Se lo dijiste a tu madre?
-
Sí aquella mujer era mi tía, la hermana de mi
padre. No me contó nada más y yo jamás le pregunté nada más.
Jacinto no contenía ni la rabia, ni las
lágrimas, soltó algo que llevaba más de 60 años guardado en su corazón. Cuando
lo vio más calmado, Aurora le detalló todo
lo que había averiguado. Su abuelo en su matrimonio había tenido tres hijos, los dos hijos mayores
ya habían muerto, pero Juan el
menor de los hermanos, estaba vivo. También había contactado con una hija de
Juan. Aunque desconocía la historia se interesó, indagó
y le dijo a Aurora que las pruebas de ADN no iban a ser necesarias, pues
Juan después de verse presionado por sus hijos y su mujer, les había confirmado
que la historia era verdad. Juan sabía
que tenía un medio hermano y en 72 años no se lo había dicho nunca a nadie.
Jacinto, que durante toda su vida había
renegado de su padre pues le había rechazado, no podía creer que a los 73 años
encontrara un hermano. Su corazón se
aceleró cuando Aurora le preguntó si quería conocer a su familia, su sobrina quería
desplazarse a Madrid para conocerlo. Él dijo que estaría encantado y feliz de conocer
a un hermano.
Su familia estaba completa.
Gracias a la casualidad y la memoria de
personas muy mayores, la historia cerraba un episodio, reconocía un error y le compensaba.
Después de la corta visita de su nueva sobrina, sabía que su hermano Juan gozaba de buena salud y podía viajar, él sin embargo ya no estaba en condiciones de
viajar por su enfermedad, pero ansiaba ese encuentro con su hermano aunque
fuera una sola vez, luego se conformaría con algunas llamadas de vez en cuando.
Nunca hubo viajes, ni llamadas de Juan.
………….
Mientras Jacinto, que se crió sin padre, había tenido una infancia dulce,
alegre y con mucho amor; Juan, que se
crió con su padre, sufrió una infancia
marcada por las lágrimas de su madre y
cuando a los 9 años su madre dejo de llorar a todas horas, en su casa comenzaron las disputas y las
broncas cada vez que su padre, Jacinto Moreno Blanco recibía una carta de
Madrid.
¿Quién recompensaría a Juan?
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