domingo, 21 de octubre de 2012

Pablo "el Voyeur", por Alfonso González Ibáñez.




El joven Pablo tuvo suerte por una vez en su vida.  Encontró trabajo y alquiló un pisito moderno y luminoso en un barrio nuevo de Sevilla: Los Bermejales. Claro que todo en esta asquerosa vida dicen que tiene un pero, y en este caso era el transporte público.

Pablo tenía que usar transporte público y eso en Sevilla, y concretamente en ese barrio es “harina de otro costal”. ¡Pobre Pablo¡

        -¡ Con lo bien que vivo aquí ¡ ¡Que asco ¡ Tener que levantarme una hora antes por culpa de este maldito “34”; - decía todos los días mientras, todavía oscuro, esperaba esa “tortuga”, en la parada de comienzo del barrio.
        - Esto no es un servicio público, -se quejaba-, sino un autobús para turistas; ¡Malditas las vueltas que va dando hasta llegar al final ¡ ¡jodidos políticos ¡

                                                              ***

Pero, hasta a las cosas más inconvenientes tienen su lado bueno. Pablo era un optimista biológico y encima un gran lector;  todavía mas: un devorador de libros con ínfulas de escritor, y un observador de la vida; así que esa hora diaria de lo que podía ser un suplicio, se convirtió para él en un descubrimiento desde el día en que conoció a una chica  que durante todo el trayecto miraba a los viajeros con atención, pero con disimulo;  a veces,  sonreía y después anotaba algo en una pequeña libreta que siempre la acompañaba.

-¡Que interesante puede ser ¡ ¡Mañana vendré preparado! – Y así, tan sencillamente,
Pablo decidió transformar el tiempo sicológicamente mortal que perdía en el autobús en un “observatorio” del comportamiento humano, pues esas mismas calles que recorría la tortuga, el mismo paisaje y hasta, casi siempre, las mismas gentes se convirtieron para él en una gran aventura…

                                                           ***

El pobre Pablo desde el momento de su descubrimiento pasó a ser una especie de espía vocacional en el 34.  De la noche a la mañana comenzó a engordar su “archivo” especial de frases, gestos, conversaciones e infinidad de situaciones disparatadas; que hasta los fines de semana le producían una especie de impaciencia por la significativa merma de “actores” en su particular observatorio.

A veces pensaba que el conductor X era el que le daba más “marcha”: - ¡Lo malvado que puede ser un conductor de autobús ¡ - La alegría sádica de darte con la puerta en las narices. Además esta, la 34, es una línea estudiantil de calibre, por eso, también era muy interesante  fijarse en la cara del chófer: se le notaba la satisfacción que experimentaba al ver como los jóvenes corrían para alcanzar  el vehículo y como él aceleraba. Los nervios de los que golpean la puerta, ya cerrada, para intentar subir, o lo alucinante que le resultaba dejar tirada en la parada a una viejecita cargada con bolsas del supermercado, e impertérrito sonreía con malignidad sin atender las señales.


                                                            ***

 Poco a poco, para él,  transcurrió su tiempo, pues le hubiera gustado acelerarlo, ya que con sus anotaciones y su saber había preparado un “relato corto”, pero denso en contenido y calidad. Eso es lo que iba diciendo a todos sus amigos, familiares y compañeros de trabajo, ya que, todavía,  faltaban cuarenta días para que se diera a conocer el ganador del concurso sobre “experiencia en un autobús” que había convocado TUSSAM.

 Lo malo de eso sería que los seis mil euros del premio. Esos seis mil que le iban a servir para dar la entrada del “estudio” en el Centro, lo privarían de vivir en el extrarradio y claro está: perdería el observatorio….   

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