Despierta Mario, Despierta, Quark se está comiendo de nuevo
tu zapatilla y no consigo quitársela.
Que le pasa a ese granujilla, Ay!! qué frío, mis calcetines de nuevo no han
estado atentos y directamente se han calado en este pequeño charquito!! La pata
de la cama sigue siendo tu arbolito preferido ¿verdad?.
Debes tener paciencia Clara, solo es un cachorro.
Mi pequeño Quark...
tenemos tanto que aprender. Yo te
enseñaré con mis ojos, mi voz, mi tacto, mi olfato, mis emociones y tú deberás
hacer lo mismo conmigo, juntos lo
conseguiremos. Cada día será una nueva experiencia, un mundo inexplorado de
aprendizaje, de sabiduría, de percepciones. Seremos fieles para siempre pero un
día tu destino vendrá a buscarte.
Conocí a Mario cuando
mi hermana Marina cumplió 14 años, era el verano de 1979. El nacimiento de ella me cogió por sorpresa, yo tenía cuatro
años y había sido la princesa de la casa durante todo ese tiempo. Los celos me invadieron por completo,
pensando que en casa pasaría a ocupar un segundo plano, hasta entonces para mi desconocido.
Su nombre lo escogimos entre todos, o al menos eso pensamos, pero hoy pienso que
fue el nombre el que la escogió a ella.
Crecimos jugando y riendo, nuestros padres nos mostraban
cosas que hubiesen pasado desapercibidas para nosotras en otra situación
distinta. Cada verano era una etapa de aprendizaje más intensa y mis
abuelos se unieron al carro de esta experiencia.
Por las tardes solíamos montar en bicicleta, papá siempre tenía una ruta nueva
por explorar, parecía un ritual toda
aquella preparación previa… nuestros cascos de color rosa, las gafas
antimosquitos, las botellitas de agua y esa pizca de espíritu aventurero. A
Marina siempre le gustaba ir en la bici de Papá, donde se sentía el Hada del
viento cuando el aire le acariciaba la cara. Con sus brazos extendidos decía
que abrazaba fuertemente a todo ese aire
que la velocidad de papá generaba. Una
de nuestras rutas nos llevó un día a visitar a los abuelos. Ellos siempre nos
esperaban con los brazos abiertos y una sonrisa. Aquella tarde la abuela
inventó un juego nuevo para nosotras. El abuelo era un rey que solo podía jugar
sentado en su trono. A menudo nos cogía
y nos sentaba junto a él para contarnos las historias de la guerra que él había
adaptado con un enfoque distinto para nuestro pequeño mundo de fantasía y de
inocencia. Mientras permanecía en su trono, la abuela acariciaba
el pelo de Marina y le hacía cosquillitas, fingiendo que eran hormiguitas
andarinas en busca de nuevas sonrisitas y mi hermana le respondía con
carcajadas de risas y de felicidad.
Los meses de las vacaciones nos parecían efímeros, y con el
cambio de ropa de los armarios sabíamos que un
nuevo invierno nos esperaba. Las botas de aguas, los impermeables y los paraguas nos daban de nuevo la
bienvenida, dejando atrás su melancolía de esos meses atrás.
Cada verano le daba la bienvenida a un nuevo invierno y
cada invierno a un nuevo verano y nosotras crecíamos sin apenas darnos cuenta.
La playa estaba algo lejos de casa y por eso la visitábamos menos. Un fin de semana, nuestros padres nos sorprendieron con un
viaje a la playa de Amarelle. Nos alojamos en un hotel familiar, sus sábanas blancas olían
como las de casa, y desde el pequeño balcón podíamos oler el agua salada del
mar, que se acercaba hasta nosotros con la brisa cogida de la mano para darnos
la bienvenida con cortesía.
La dueña del Hotel parecía una señora amable, nos enseñó
su cocina, ella decía que allí se guisaba el secreto de la eterna juventud. La
mesa parecía un arco iris de colores. Pimientos rojos, amarillos, calabacines
verdes, tomates imperfectos... todos ellos tienen una misión, decía esta
señora, llenaros de vida en esta mi casa. El hilo musical que escuchábamos de
fondo llenaba de notas todos los rincones de aquel pequeño hotel, igual que las
notas de nuestro piano llenaban las de
nuestro hogar.
Al día siguiente paseamos por la playa, recogiendo todas las conchas que la
marea había arrastrado hasta nuestros
pies y, cuando nos bañamos, Marina
experimentó algo que a todos nos
sorprendió. Al principió le dio vergüenza decirlo, pero mamá le dijo que no
debía mostrar timidez a las emociones que cada día podía experimentar, porque
eran un regalo.
Mamá, tu no lo escuchas.
No Marina, pero tú podrías describirlo.
Mamá he sentido que el agua me hablaba. Al principio
me asusté, pero después presté atención.
Decía que no podía creerlo que siempre había querido comunicarse con cada niño
que se bañaba en sus aguas pero ninguno nunca la escuchó. Me ha contado de
donde viene, de los tesoros que tiene en sus profundidades, de la armonía y respeto
que se tienen todos los seres
vivos que allí residen, y de cómo los
reflejos del sol la hacen brillar en los atardeceres, sirviéndoles de
inspiración a fotógrafos y pintores.
Aquella noche mamá también nos sorprendió con un cuento
que jamás habíamos escuchado. Al principio nos pregunto que era el agua. Yo
respondí lo que en el colegio me habían enseñado, dos moléculas de hidrógeno y
una molécula de oxigeno. Marina lo amplió diciendo que las tres siempre iban
cogidas de la mano y que eran inseparables. Aquella noche mamá nos presentó en
su historia al autor del libro “Los mensajes del agua”. El japonés Masuro
Emoto, que mostró al mundo con sus experimentos el efecto que tienen las ideas, las palabras y la música
sobre las moléculas del agua.
Las dos quedamos fascinadas, pero Marina le preguntó a
mamá por qué todas las veces que ella se había bañado en una piscina no había
sentido lo mismo. Ella siempre tenía respuestas sorprendentes para preguntas
inexplicables.
Las moléculas de agua de las piscinas han sido tan
generosas con nosotros, que han
renunciado a su libertad para satisfacernos en los días calurosos de verano. A
cambio ellas reciben con los brazos abiertos a los niños que aprenden a nadar
y las risas que en ellas se producen. Quizás hablen entre ellas, pero es
más difícil escucharlas.
Fueron unas vacaciones inolvidables y pronto llegaría de nuevo el cambio de la ropa en los
armarios, y con él, un nuevo invierno.
El 28 de Agosto de
1979 llamaron al timbre de casa. Fue la primera vez que vi a Mario. Su pelo
largo cubría los hombros, los pantalones le arrastraban dando una imagen de
descuido que no parecía importarle. Detrás de esa imagen había un hombre joven
con un halo de misterio y de serenidad. Mis padres lo conocieron dos años
antes, y cuando lo visitaron por primera
vez, supieron que era la persona que habían estado buscando para modelar el regalo
más grande que Marina recibiría jamás.
Cierra los ojos Marina, tenemos una sorpresa para ti.
Pero si no es mi cumpleaños.
Cualquier día es bueno para hacer un regalo, dijo papá.
Con sus manos tocó el regalo… pelo corto, denso, sin
ondulaciones, tamaño mediano, cuerpo musculoso, cabeza ancha, hocico alargado y
una cola gruesa que no dejaba de moverse mostrando sus nuevas inquietudes.
Mario pasó aquella tarde con nosotros y muchas más. Enseñó
a Marina los secretos de una profunda amistad y de la relación tan
extraordinaria que ella podría mantener con
Quark, así le llamaba él.
Caminaban siempre del mismo modo, Quark a la izquierda,
Marina en el centro y Mario a su
derecha. Recorrieron juntos lugares conocidos y otros desconocidos. Cuando los
veía paseando recordaba mi definición del agua. Al principio pensaba que Mario
y Quark eran las moléculas de hidrógeno y Marina la de oxígeno, pero en pocos
días Mario se transformó en oxígeno, cediendo su molécula de hidrógeno a
Marina.
Conmigo también pasó algunas tardes. No era muy
conversador. Siempre estaba atenta a cada palabra que decía. Hablaba
brevemente de física cuántica, de partículas, del poder de la mente y de
otros temas que yo me afanaba por
entender.
Los días pasaron rápidamente y el nuevo curso nos esperaba
con gran entusiasmo.
La noche antes del primer día de clase, mamá nos contó un
nuevo cuento “Mi pequeña Caperucita”. Cuando terminó la historia, Marina y yo
dijimos lo mismo ¿Y dónde está el lobo, mamá?... ella sonrió y dijo que pronto lo entenderíamos.
El despertador sonó puntual. Mamá nos preparó la mochila,
y le dijo a Marina que en la suya
había metido una manzana, unas
almendras, una botella de agua y una “porción de madurez” envuelta en papel
transparente. A Quark, en su pequeño arnés, le cedió una “porción de independencia”
Estás preparada Marina, le preguntaron mis padres.
He tenido los mejores maestros todos estos años. El abuelo
me enseñó a caminar desde su silla de ruedas. La abuela me enseñó a hablar y oír sin tener que pronunciar ni escuchar
una sola palabra. Vosotros me habéis
enseñado a desarrollar todos mis sentidos hasta un lugar donde no existen
fronteras y Estela, mi hermana mayor, mi
más preciado sentido.
Los tres nos quedamos en la puerta viéndola caminar. Ella
y Quark eran las dos moléculas de
hidrógeno y mis padre y yo, el
oxígeno que en ese momento nos faltaba. Entonces lo entendí todo. El lobo ya no
estaba. Se quitó el disfraz de
protección y se vistió de autonomía. Y yo había desarrollado una visión muy
particular de ver el mundo. Pude ver sin utilizar la vista. Sentir sin tacto.
Oler sin olfato. Escuchar sin mis oídos y
hablar tan solo con mis pensamientos. Entendí la física cuántica de
Mario… Quark era una partícula
indivisible que no podía vivir aislada.
Que se unió a Marina para guiarla
por este mundo en el plano físico porque en el otro… ella ya no encontraría
obstáculos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario