Se miraban con disimulo, para ver si les quedaba algún
argumento para convencer a la niña, de que la muñeca no era tan fea. Pero
¡claro1, habían infravalorado la capacidad de su hija de cuatro años.
¡Vamos que era pequeña pero no idiota!
Sus padres se preguntaban cómo Raquel había tenido fuerza suficiente para mandar la muñeca a lo alto del armario.
Se habían equivocado, y de eso se
dieron cuenta nada más ver la expresión de la niña al descubrir la muñeca
de Maria, su hermana de 10
años.
Como todos los años, en la
víspera de Reyes, los padres de Raquel salían al cine, como excusa ¡claro!,
pues lo que hacían, era terminar de comprar todos los regalos de sus cinco
hijos.
Hicieron el último repaso antes
de volver a casa. Ya habían terminado las compras, sólo quedaba el papel para
envolver. La madre un poco preocupada le comentó a su marido, que creía que los
regalos de Raquel era pocos, considerando sobre todo, que a María le habían
comprado una muñeca bastante cara, con trajecitos y todo.
Decidieron pararse más adelante
en un puesto, de esos de feria, donde venden pistolas de plástico malo, muñecos
de peluche baratos, y ¡Muñecas!. Esas muñecas de cuerpo rígido, cabezonas y
feas, ¡Muy feas! La desesperación del último momento no les dio lugar a valorar realmente las
consecuencias de su compra. De todas formas ¡la niña tenía sólo cuatro años!..,
Al llegar a casa , empezaron a
colocar los regalos en el salón, el padre los separaba por niños, la madre le
colocaba una tarjetita con el nombre de cada hijo, y unos cuantos caramelos en
los zapatos. Los niños los habían
estado limpiado con esmero, peleándose
por el betún y el cepillo, cada dos por tres.
Encima de la mesa se quedaba una
bandeja de mantecados y turrones, con envoltorios vacíos, tres copitas de anís
por la mitad, y en el suelo un cubo medio vacío de agua, los camellos también
habían repostado. Todo esto era una prueba irrefutables de que los Reyes Magos
habían pasado por allí.
Cerraron la luz, y se quedaron
los regalos a la espera de ser descubiertos. La muñeca de María en medio, como
la princesa de aquel pequeño mundo de
fantasía, despidiendo ese aroma de juguete nuevo por toda la habitación, impregnando
todo el aire. La muñeca cabezona en una
esquina como abandonada, como si fuera un regalo de segunda..,
Eran las ocho de la mañana,
Raquel tiraba de sus padres, buscando cuarto por cuarto los juguetes que le
habían traído los Reyes. Poco antes de entrar en el salón le detuvo aquella
fragancia de goma nueva. Entró en la habitación a la vez que su padre encendía
la luz. Y la vio, en medio de la sala, resplandeciente, ¡Llamándola!. Por un
instante se vieron los ositos de su pijama corriendo hacía la estrella de los
regalos. Muñeca y niña se fundieron en un eterno abrazo.
Entre tanto su hermana leyó su
nombre en aquel grupito de juguetes y se dio cuenta que su hermana se había
apoderado del más bonito de sus regalos.
Intentó arrancarle la muñeca a su hermana. Comenzó la tragedia, cada una
tirando de un brazo de la princesa, la mayor comenzando a llorar, la pequeña
con una rabieta de órdago.
Intervino la madre, no en plan
salomónico, partiendo la muñeca por la mitad ¡Con lo que había costado!, sino
devolviendo el juguete a su verdadera dueña y cogiendo de la manita a Raquel
que estiraba hacia su hermana, ¡Pesaba toneladas1
La madre intentaba convencerla de
la suerte que tenía con aquella preciosa muñeca, y le daba una y otra vez la cabezona. Raquel la tiraba al suelo cada
vez con más rabia.
Entró en acción su padre, pero
sin ningún resultado, la niña se había desbocado en su desesperación.
Fue en uno de esos momentos en que los padres hablaban bajito buscando
una solución digan, cuando vieron la reacción de la hija. Raquel tiró hacia
arriba la muñeca con todas su fuerza, como a cámara lenta, el molinillo de
brazos, piernas y cabeza, aterrizo el lo alto del armario, donde allí se
quedó.
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