lunes, 22 de octubre de 2012

Muñeca de segunda, por Matilde López de Garayo.


Se miraban con disimulo, para ver si les quedaba algún argumento para convencer a la niña, de que la muñeca no era tan fea. Pero ¡claro1, habían infravalorado la capacidad de su hija de cuatro años.

¡Vamos que era pequeña pero no idiota!

Sus padres se preguntaban cómo Raquel había   tenido fuerza suficiente para mandar  la muñeca a lo alto del armario.

Se habían equivocado, y de eso se dieron cuenta nada más ver la expresión de la niña al descubrir la muñeca de  Maria, su hermana   de 10 años.

Como todos los años, en la víspera de Reyes, los padres de Raquel salían al cine, como excusa ¡claro!, pues lo que hacían, era terminar de comprar todos los regalos de sus cinco hijos.

Hicieron el último repaso antes de volver a casa. Ya habían terminado las compras, sólo quedaba el papel para envolver. La madre un poco preocupada le comentó a su marido, que creía que los regalos de Raquel era pocos, considerando sobre todo, que a María le habían comprado una muñeca bastante cara, con trajecitos y todo.

Decidieron pararse más adelante en un puesto, de esos de feria, donde venden pistolas de plástico malo, muñecos de peluche baratos, y ¡Muñecas!. Esas muñecas de cuerpo rígido, cabezonas y feas, ¡Muy feas! La desesperación del último momento no les  dio lugar a valorar realmente las consecuencias de su compra. De todas formas ¡la niña tenía sólo cuatro años!..,

Al llegar a casa , empezaron a colocar los regalos en el salón, el padre los separaba por niños, la madre le colocaba una tarjetita con el nombre de cada hijo, y unos cuantos caramelos en los zapatos. Los niños los  habían estado  limpiado con esmero, peleándose por el betún y el cepillo, cada dos por tres.

Encima de la mesa se quedaba una bandeja de mantecados y turrones, con envoltorios vacíos, tres copitas de anís por la mitad, y en el suelo un cubo medio vacío de agua, los camellos también habían repostado. Todo esto era una prueba irrefutables de que los Reyes Magos habían pasado por allí.

Cerraron la luz, y se quedaron los regalos a la espera de ser descubiertos. La muñeca de María en medio, como la princesa de aquel pequeño mundo de  fantasía, despidiendo ese aroma de juguete  nuevo por toda la habitación, impregnando todo el aire. La muñeca cabezona  en una esquina como abandonada, como si fuera un regalo de segunda..,

Eran las ocho de la mañana, Raquel tiraba de sus padres, buscando cuarto por cuarto los juguetes que le habían traído los Reyes. Poco antes de entrar en el salón le detuvo aquella fragancia de goma nueva. Entró en la habitación a la vez que su padre encendía la luz. Y la vio, en medio de la sala, resplandeciente, ¡Llamándola!. Por un instante se vieron los ositos de su pijama corriendo hacía la estrella de los regalos. Muñeca y niña se fundieron en un eterno abrazo.

Entre tanto su hermana leyó su nombre en aquel grupito de juguetes y se dio cuenta que su hermana se había apoderado del más bonito de  sus regalos. Intentó arrancarle la muñeca a su hermana. Comenzó la tragedia, cada una tirando de un brazo de la princesa, la mayor comenzando a llorar, la pequeña con una rabieta de órdago.

Intervino la madre, no en plan salomónico, partiendo la muñeca por la mitad ¡Con lo que había costado!, sino devolviendo el juguete a su verdadera dueña y cogiendo de la manita a Raquel que estiraba hacia su hermana, ¡Pesaba toneladas1

La madre intentaba convencerla de la suerte que tenía con aquella preciosa muñeca, y le daba una y otra vez  la cabezona. Raquel la tiraba al suelo cada vez con más rabia.
Entró en acción su padre, pero sin ningún resultado, la niña se había desbocado en su desesperación.

Fue en uno de esos momentos  en que los padres hablaban bajito buscando una solución digan, cuando vieron la reacción de la hija. Raquel tiró hacia arriba la muñeca con todas su fuerza, como a cámara lenta, el molinillo de brazos, piernas y cabeza, aterrizo el lo alto del armario, donde allí se quedó.  

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