viernes, 7 de noviembre de 2014

Aciaga y manipulada existencia, por José García



Afloré a este mundo y al público, allá por el año 1949, afortunadamente, hoy ya me encuentro retirado, lejos de esa exageradísima, aunque por otra parte, inocua violencia que me ha acompañado toda mi vida.
En la tranquilidad de éstos días mastico, no sin cierta tristeza, cuan equivocada ha sido mi existencia y comienzan a tomar sentido cuantas vicisitudes tuve que soportar persiguiendo siempre una quimera, por cierto, de una nada fidedigna copia del Geococcyx Californianus, tras el que recorrí mil veces todo el desierto del sudoeste norteamericano, allá por Sonora o Nuevo México. 

En esa infructuosa labor caí por cañones y acantilados, desafiando a la ley de la gravedad, pues a veces lo hacía más rápido que una gran roca, que posteriormente caía sobre mí. Es desalentador comprobar en el tiempo, cómo sirviéndose de mi instinto depredador, he sido siempre un “empleado de prueba” de ACME. Así fui atropellado por un autobús, camión o tren. Probé cerillas que no encendían. Armas y explosivos experimentales, que normalmente me explotaban encima. Igual ocurrió con fármacos, tomé un fortificador de músculos, otros que aumentaban la velocidad o el tamaño, siempre con aciagas experiencias, e incluso píldoras que provocaban terremotos.

A todo me resignaba, porque soñaba con mil sabores cuando por fin lo atrapara, pero terminé aborreciendo su carne y comiendo precisamente aquellos productos cuyos sabores me suscitaba, espárragos, judías, apio, boniato, papaya, plátano, queso, pasta o frutos secos. No poder atraparlo me desquiciaba, y fue mi gran decepción. Hoy me alivia poder decir, sin temor a equivocarme, que todo fue siempre un engaño, que el supuesto adversario nunca existió, que fue el producto de una hábil manipulación virtual. Sino ¿cómo se explica que desafiara constantemente a las leyes de la física, entrando en cuevas y túneles inexistentes, y que jamás se estrellara? o ¿cómo lograba mantenerse en el espacio, en el aire sobre el vacío y cuando intentaba agarrarle, era yo quien me precipitaba inexorablemente al mismo?

Así que, al final, ya retirado y un tanto tullido, no son los golpes lo que más me duele, sino la humillación constante a la fui sometido y sobre todo porque para ello, el maldito correcaminos, contó con la inestimable ayuda de quien dicen fue mi padre y creador, Chuck Jones y por supuesto de la Warner Brothers.

En fin, una vez conocida mi historia, quizás de forma somera pero con desnuda realidad, ya habréis adivinado que soy, “El coyote.” 

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