Afloré a este mundo y al
público, allá por el año 1949, afortunadamente, hoy ya me encuentro retirado, lejos
de esa exageradísima, aunque por otra parte, inocua violencia que me ha
acompañado toda mi vida.
En la tranquilidad de
éstos días mastico, no sin cierta tristeza, cuan equivocada ha sido mi
existencia y comienzan a tomar sentido cuantas vicisitudes tuve que soportar
persiguiendo siempre una quimera, por cierto, de una nada fidedigna copia del
Geococcyx Californianus, tras el que recorrí mil veces todo el desierto del
sudoeste norteamericano, allá por Sonora o Nuevo México.
En esa infructuosa labor
caí por cañones y acantilados, desafiando a la ley de la gravedad, pues a veces
lo hacía más rápido que una gran roca, que posteriormente caía sobre mí. Es
desalentador comprobar en el tiempo, cómo sirviéndose de mi instinto
depredador, he sido siempre un “empleado de prueba” de ACME. Así fui
atropellado por un autobús, camión o tren. Probé cerillas que no encendían.
Armas y explosivos experimentales, que normalmente me explotaban encima. Igual
ocurrió con fármacos, tomé un fortificador de músculos, otros que aumentaban la
velocidad o el tamaño, siempre con aciagas experiencias, e incluso píldoras que
provocaban terremotos.
A todo me resignaba,
porque soñaba con mil sabores cuando por fin lo atrapara, pero terminé
aborreciendo su carne y comiendo precisamente aquellos productos cuyos sabores
me suscitaba, espárragos, judías, apio, boniato, papaya, plátano, queso, pasta
o frutos secos. No poder atraparlo me desquiciaba, y fue mi gran decepción. Hoy
me alivia poder decir, sin temor a equivocarme, que todo fue siempre un engaño,
que el supuesto adversario nunca existió, que fue el producto de una hábil
manipulación virtual. Sino ¿cómo se explica que desafiara constantemente a las
leyes de la física, entrando en cuevas y túneles inexistentes, y que jamás se
estrellara? o ¿cómo lograba mantenerse en el espacio, en el aire sobre el vacío
y cuando intentaba agarrarle, era yo quien me precipitaba inexorablemente al
mismo?
Así que, al final, ya
retirado y un tanto tullido, no son los golpes lo que más me duele, sino la
humillación constante a la fui sometido y sobre todo porque para ello, el
maldito correcaminos, contó con la inestimable ayuda de quien dicen fue mi
padre y creador, Chuck Jones y por supuesto de la Warner Brothers.
En fin, una vez conocida
mi historia, quizás de forma somera pero con desnuda realidad, ya habréis
adivinado que soy, “El coyote.”
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