Félix se palpó el cuello
y… eso seguía ahí. Se dirigió al cuarto
de baño, tocó el interruptor y al momento se hizo la luz. El espejo le llamaba siempre
que entraba allí. A él no le gustaba nada la imagen que este le devolvía , pero
accedió al reclamo de nuevo y esta vez, lo que vio le impresionó más de lo
habitual, entonces comprendió que ya no valían excusas para retrasar lo que
hacía meses estaba considerando, la visita al Hospital de La Merced. En este
centro médico trabajaba su amigo Alfonso como facultativo de enfermedades
infecciosas, por lo que le iba a ser más
fácil contarle todo lo que le sucedía.
Félix no se extrañó
cuando su amigo Alfonso después de oír su historia, ordenó al técnico sanitario
extraerle una muestra de sangre para descartar la palabra maldita. ¡Sida!
El resultado de la prueba
estaría en poco tiempo, pero a Félix le costaba afrontar los infortunios en cualquiera de sus facetas. Necesitaba un
tiempo para poder recibir la noticia,
por lo que prefirió bajar a la cafetería del hospital mientras los
técnicos hacían su trabajo.
Pidió un café americano y
recordó cómo empezó todo.
Dicen que basta ocho
segundos para enamorarse, pensó, y debe ser verdad pues yo a los diez ya quería
tocarlo, a los doce, besarlo y a los quince algo más, pero solamente me
atreví a mirarlo a los ojos. Él me devolvió la mirada y una sonrisa. ¿Era
posible que a mí, un hombre cabal, me gustara aquél desvergonzado chico? Entonces
no comprendía nada de lo que estaba sintiendo. No creí que algo así pudiera
pasarme a mí. Aún hoy no entiendo qué ha
sido ni el porqué de esa atracción que ha destrozado mi pasado, en juego mi
salud y tiene mi futuro encadenado a su capricho, porque eso es lo que soy,
simplemente un desvarío en su disparatada vida. La voz del camarero le sacó de
su abstracción, pagó la cuenta, miró el reloj, respiró hondo y subió
decididamente las escaleras que le conducían al despacho de Alfonso.
La puerta estaba
entreabierta, no vio a nadie, solo un sobre blanco que ocupaba una esquina de la mesa. Entró sin
pedir permiso, cogió el sobre en el que se leía “Pruebas urgentes de hoy, 4 de
Noviembre “lo abrió apresuradamente y leyó una palabra en negrita que destacaba
entre las demás : TEST DE ELISA : POSITIVO.
Por un momento sintió
pena por Elisa, pero enseguida abrió los brazos al cielo y respiró vida.
Recuperó la sonrisa olvidada, sintió cómo la energía conquistaba de nuevo su
cuerpo y vio una gran puerta abierta dónde antes había una pared.
Se estaba ya preparando para atravesar la puerta nueva
recién descubierta, cuando Alfonso hizo su entrada en el despacho, cogió el sobre blanco, lo
abrió, leyó despacio la notificación, miró a su amigo y le dijo: Positivo, lo siento
Félix.
-No, no es mío, es de
Elisa, míralo bien Alfonso.
-El test que detecta el
Sida se llama Elisa, amigo.
Félix atravesó la puerta
nueva y se precipitó al vacío.
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