miércoles, 26 de noviembre de 2014

Veredicto, por Carmen Gómez Barceló



Félix se palpó el cuello y… eso  seguía ahí. Se dirigió al cuarto de baño, tocó el interruptor y al momento se hizo la luz. El espejo le llamaba siempre que entraba allí. A él no le gustaba nada la imagen que este le devolvía , pero accedió al reclamo de nuevo y esta vez, lo que vio le impresionó más de lo habitual, entonces comprendió que ya no valían excusas para retrasar lo que hacía meses estaba considerando, la visita al Hospital de La Merced. En este centro médico trabajaba su amigo Alfonso como facultativo de enfermedades infecciosas,  por lo que le iba a ser más fácil contarle todo lo que le sucedía.

Félix no se extrañó cuando su amigo Alfonso después de oír su historia, ordenó al técnico sanitario extraerle una muestra de sangre para descartar la palabra maldita. ¡Sida!

El resultado de la prueba estaría en poco tiempo, pero a Félix le costaba afrontar los infortunios  en cualquiera de sus facetas. Necesitaba un tiempo para poder recibir la noticia,  por lo que prefirió bajar a la cafetería del hospital mientras los técnicos hacían su trabajo.

Pidió un café americano y recordó cómo empezó todo.

Dicen que basta ocho segundos para enamorarse, pensó, y debe ser verdad pues yo a los diez ya quería tocarlo, a los doce, besarlo y a los quince algo más, pero solamente me atreví  a mirarlo a los ojos.  Él me devolvió la mirada y una sonrisa. ¿Era posible que a mí, un hombre cabal, me gustara aquél desvergonzado chico? Entonces no comprendía nada de lo que estaba sintiendo. No creí que algo así pudiera pasarme a mí. Aún hoy no entiendo qué  ha sido ni el porqué de esa atracción que ha destrozado mi pasado, en juego mi salud y tiene mi futuro encadenado a su capricho, porque eso es lo que soy, simplemente un desvarío en su disparatada vida. La voz del camarero le sacó de su abstracción, pagó la cuenta, miró el reloj, respiró hondo y subió decididamente las escaleras que le conducían al despacho de Alfonso.
La puerta estaba entreabierta, no vio a nadie, solo un sobre blanco que  ocupaba una esquina de la mesa. Entró sin pedir permiso, cogió el sobre en el que se leía “Pruebas urgentes de hoy, 4 de Noviembre “lo abrió apresuradamente y leyó una palabra en negrita que destacaba entre las demás : TEST DE  ELISA  : POSITIVO. 

Por un momento sintió pena por Elisa, pero enseguida abrió los brazos al cielo y respiró vida. Recuperó la sonrisa olvidada, sintió cómo la energía conquistaba de nuevo su cuerpo y vio una gran puerta abierta dónde antes había una pared. 

Se estaba  ya preparando para atravesar la puerta nueva recién descubierta, cuando Alfonso hizo su entrada  en el despacho, cogió el sobre blanco, lo abrió, leyó despacio la notificación,  miró a su amigo y le dijo: Positivo, lo siento Félix.

-No, no es mío, es de Elisa, míralo bien Alfonso.
-El test que detecta el Sida se llama Elisa, amigo.

Félix atravesó la puerta nueva y se precipitó al vacío.

No hay comentarios:

Publicar un comentario