Rosalim andaba algo
nerviosa. Peter, su amigo y cuidador, no le miraba de frente ni le llamaba “mi ratita preferida” como antes.
Algo estaba pasando y por eso ella se pasaba el día atenta a todos los
movimientos que Peter hacía y a las caras que ponía, pues eran muy expresivas. Aquella
mañana, Rosalim se encontraba en su morada de metacrilato junto a sus nueve
hijos albinos cuando sonó el teléfono.
-¿Tan pronto?- preguntó
Peter mirando contrariado su móvil.
Rosalim, vigilante en
todo momento, observó con preocupación un halo de tristeza en el rostro de su
cuidador, lo que a partir de entonces le sumergió en una incertidumbre
constante. Aque día, no quería dormirse y mantuvo sus rojos ojos abiertos todo
lo que pudo, hasta que por unos instantes se les cerraron. Oyó un leve murmullo
que le hizo despertar. Sus hijos, no habían oído nada y como siempre, empezó a
contarlos…seis, siete, ocho y…ocho y…-¿ dónde estás neox?
Neox no estaba por
ninguno de aquellos pasillos que conducían hasta la comida, ni en la rueda
giratoria que Peter les había proporcionado, ni jugando con aquellos extraños
cables de colores que a veces les hacía cosquillas. No, no estaba por ningún
lado, pero Rosalim, acostumbrada a investigar todo lo que sucedía en su
habitáculo, sabía que en uno de los conductos azules por los que Peter
introducía sus suaves manos al cogerlos, había una pequeña grieta. Estuvo olisqueando
por allí hasta que con su hocico y sus uñas, pudo hacer más grande la fisura y
salir de allí.
Bajó con relativa
facilidad por la pata de la encimera que sostenía su morada y se encaminó hacia
la puerta que estaba entreabierta. Empezó a caminar despacio por un pasillo
interminable hasta que vio un lugar grande y transparente que le recordaba un
poco a su casa pero en grande, dónde había mucha luz. Pudo observar a otros
cuidadores con batas blancas como la de Peter lo que le animó a entrar –Si son
como Peter, tienen que ser buenos cuidadores y habrán cuidado de mi travieso
Neox- pensó Rosalim.
Le resultó un poco más
difícil subir hasta las mesas donde estaban situadas otras viviendas como la
suya y se paró en la primera para ver si se encontraba allí su hijito. Observó
con tristeza que una rata blanca como ella yacía inerte. Unas enormes grapas de
metal recorrían su cabeza.- Pobre, estaría enferma y ha muerto-pensó- pero no
es Neox, menos mal. Continuó su busca pero la tranquilidad iba mermando conforme
descubría nuevas imágenes cada vez más incompresibles para ella.-¡Ratas si
pelo!, ¿cómo es posible? ¡Ah!, ratas con
luz, como las luciérnagas que vemos a través de los cristales. Rosalim empezó a
correr por entre las jaulas, buscando desesperadamente a Neox y aunque todas
las ratas que veía eran parecidas, ella conocía perfectamente los ojitos
alegres de su hijo y una manchita negra minúscula que tenía en la pata
izquierda. Neox era único.
Al llegar a la penúltima
jaula, algo espantoso apareció ante sus ojos, era una rata blanca del mismo
tamaño de su hijo a la que no comprendía por qué, le había crecido una gran
oreja como la de un hombre. Rodeó la jaula despacio, buscando la pata izquierda
del animalito y respiró aliviada cuando no encontró ninguna mancha negra en
ella, pero prosiguió su batida hasta llegar al último cubículo y otra
desgraciada rata aparecía muerta con el cuerpo lleno de asquerosos bultos
deformes. Tampoco era Neox.
En ese momento oyó gritar
a los cuidadores de bata blanca, que forcejeaban con Peter reclamándole algo
que él protegía en su pecho.
-Por favor Peter, dánosla
ya.- Decía uno de aquellos hombres.
-No, esta no- respondió
él.
-¿Por qué? Le
preguntaron.
-Porque Neox es mi
esperanza. Podré ver a mi hijo un día corriendo por el parque. Las células
mágicas que contiene, lo harán posible.
En ese momento, el grito
de Rosalim alertó a los técnicos del laboratorio que la vieron y la atraparon
de inmediato.-Pues esta misma nos vale- dijeron.
Rosalim miró a Peter y
sintió como una punzante aguja le atravesaba su blanca cabeza. Ahora Neox
viviría un poco más.
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