Cristóbal
exhaló la última bocanada y apagó el cigarro pisándolo contra la acera. Se
encontraba apartado del resto de la gente que se iba acomodando en el autocar.
Les echó una mirada. Hoy tocaba colores chillones, mochilas de tamaño medio y
bastones de madera o metálicos.
Subió al autobús y antes de
arrancar obligó a dos señoras a que colocaran los palos en el maletero.
El ambiente se fue animando,
el murmullo dejó paso a conversaciones
con volumen cada vez más alto. Conversaciones que le llegaban a Cristóbal de
forma sesgada. - ¡Si! he conseguido dejar al niño con mi ex. – Hasta dentro
de quince días no me dan los resultados. – Es una utopía, además ¿Cómo se puede
representar a un país con una coleta? - ¡Vaya no sabía que tuvieras esos perjuicios!
– Me han dicho que hay una concentración de motos en el mismo pueblo donde
empezamos la ruta...
Todos ajenos al conductor
que intentaba concentrarse. Su cuerpo inclinado levemente hacia delante, las
manos agarrando el volante horizontal, levantando la derecha ocasionalmente
para accionar el automático, cambiar de marcha. Su cuerpo moviéndose
verticalmente debido a la amortiguación del sillón y sus ojos atentos a los
espejos y al gran parabrisas del Scania.
-¡Conductor! Puede poner
el aire más fuerte – ¡Conductor! ¿Puede encender la radio? –
Chillaban los pasajeros.
-¿Pero será burro? –
Exclamó la señora del asiento de atrás- ¡Vaya adelantamiento que ha hecho
el de la moto roja! ¿Lo has visto? –Preguntó a su compañero – Algunos
son unos insensatos- Le respondió.
-Pero ¡Míralos!,
¡Miralos! – ¡Relajate mujer!- Le dijo el hombre inclinándose hacia
la ventanilla para verlos. -Pero ¡Si
son unos cafres!, ¿Cómo me voy a relajar?- Y continuó la mujer criticando a
los motoristas
-¿Cuándo desayunamos?
–Se oía desde más atrás
Tomaron la comarcal que se dirigía a la Sierra y se pararon en el
único bar de la ruta. Había más de veinte motos aparcadas e iban llegando a
goteo. Se iban concentrando como la famosa escena de “Los Pájaros”. Cubriendo los olores propios de la Serranía con el denso
olor del combustible y acallando los sonidos de los pájaros con el rugir
desenfrenado de los aceleradores.
-¡La puerta del servicio
no se abre! – Gritó una senderista con una camiseta naranja
-¡Pero... si... acaban... de...
estar... en... el... bar!- Se decía para adentro Cristóbal, pegando un saltito
en el sillón ergonómico, ocasionado por un
bache, al mismo tiempo que accionaba un botón del panel de mandos.
-Ya está abierto- Chillaron
desde atrás.
No había transcurrido más de un
cuarto de hora cuando empezaron a adelantarles los motoristas. Ráfagas de dos,
seis... aprovechando cualquier resquicio que le permitieran el trazado de la
carretera o la circulación contraría. Cristóbal observó zonas con arena en la carretera, cerca del estrecho arcén pegado a
una cerca interminable de metal. Se puso en alerta.
-¡Van como locos!- No
paraba de protestar la pasajera de atrás.- ¡Mira!, ¡Mira! El de la moto
roja, otra vez.
Fue cuestión de segundos. Como
fotogramas Cristóbal vivió la escena. Un coche que aparece por la curva. El
motorita que acelera al ver que no le da tiempo a pasar y derrapa en la arena.
Cae y la inercia le hace deslizarse hacia delante. El autobús que le va atropellar a no ser que... A no ser que... A
la izquierda se encuentra un barranco
empinado y escabroso, al otro lado la cerca de metal. Los impulsos neuronales
de lo que estaba procesando el conductor, hizo que pegase un volantazo a la
derecha y frenó con todas su fuerzas. Los sistemas EBS y ABS cumplieron su
cometido y el autobús se llevó la valla por delante con varios postes. Pegando
tumbos fue perdiendo velocidad hasta que se quedó clavado en mitad campo.
Los primeros momentos fueron de
desconcierto total. Algunos pasajeros presa de la histeria, empezaron a llorar
y chillar, otros permanecían en un estado de shock. Como Cristóbal que sentía
sus manos agarrotadas al volante, la sangre que no le llegaba al cerebro. No
podía reaccionar. Sintió escalofrío por todo su cuerpo. Observó como algunos pasajeros
bajaban poco a poco del autobús. Como llamaban por el móvil. No supo cuánto
tiempo pasó hasta que como un autómata consiguió levantarse, interesarse por
los heridos e inspeccionar los daños del autocar. Intentó encender un
cigarrillo. Le temblaban las manos. Notó zumbidos en los oídos, vértigo y se
desmayó.
Volvió a la realidad en el momento que le
pinchaban en el brazo. Miró a su alrededor y vio las sirenas de las ambulancias y de los coches de
policía. Un senderista con un brazo inmovilizado y otro con collarín respondían
a las preguntas de la Guardia Civil.
-No se levante, ha sufrido un
ataque. Le hemos puesto un calmate. Le decía un sanitario mientras le
volvía a tomar la tensión.
Cristóbal consiguió preguntar
por los heridos.
-El motorista va a estar una
larga temporada en el hospital. Los demás: Algún brazo roto, alguna
contusión y el susto. Podía haber sido menos.
No se enteran que el cinturón es para algo –Contestó el sanitario
mientras le hacía una señal al guardia para que se acercara.
Declaró como pudo. El policía
viéndole la cara aún desencajada le dijo -Descanse y quédese tranquilo ha
evitado un desastre.
Algunos viajeros que esperaban el autocar de reemplazo se
callaron cuando lo vieron pasar con la mascarilla de oxigeno puesta, tumbado en
la camilla. Cristóbal se imaginó que no estarían pensado nada bueno. Pero el
silencio fue roto primero por una palmada, después otra y otras... hasta que no
hubo un solo senderista , que no dejara de aplaudir al que sin ninguna duda les
había salvado la vida.
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