miércoles, 12 de noviembre de 2014

Shock, por Matilde López de Garayo



Cristóbal exhaló la última bocanada y apagó el cigarro pisándolo contra la acera. Se encontraba apartado del resto de la gente que se iba acomodando en el autocar. Les echó una mirada. Hoy tocaba colores chillones, mochilas de tamaño medio y bastones de madera o metálicos.

Subió al autobús y antes de arrancar obligó a dos señoras a que colocaran los palos en el maletero.

El ambiente se fue animando, el murmullo  dejó paso a conversaciones con volumen cada vez más alto. Conversaciones que le llegaban a Cristóbal de forma sesgada. - ¡Si! he conseguido dejar al niño con mi ex. – Hasta dentro de quince días no me dan los resultados. – Es una utopía, además ¿Cómo se puede representar a un país con una coleta? - ¡Vaya no sabía que tuvieras esos perjuicios!Me han dicho que hay una concentración de motos en el mismo pueblo donde empezamos la ruta...

Todos ajenos al conductor que intentaba concentrarse. Su cuerpo inclinado levemente hacia delante, las manos agarrando el volante horizontal, levantando la derecha ocasionalmente para accionar el automático, cambiar de marcha. Su cuerpo moviéndose verticalmente debido a la amortiguación del sillón y sus ojos atentos a los espejos y al gran parabrisas del Scania.
 -¡Conductor! Puede poner el aire más fuerte – ¡Conductor! ¿Puede encender la radio? – Chillaban los pasajeros.

-¿Pero será burro? – Exclamó la señora del asiento de atrás- ¡Vaya adelantamiento que ha hecho el de la moto roja! ¿Lo has visto? –Preguntó a su compañero – Algunos son unos insensatos-  Le respondió.

-Pero ¡Míralos!, ¡Miralos! – ¡Relajate mujer!- Le dijo el hombre inclinándose hacia la  ventanilla para verlos. -Pero ¡Si son unos cafres!, ¿Cómo me voy a relajar?- Y continuó la mujer criticando a los motoristas

-¿Cuándo desayunamos? –Se oía desde más atrás

Tomaron la comarcal  que se dirigía a la Sierra y se pararon en el único bar de la ruta. Había más de veinte motos aparcadas e iban llegando a goteo. Se iban concentrando como la famosa escena  de “Los Pájaros”. Cubriendo los  olores propios de la Serranía con el denso olor del combustible y acallando los sonidos de los pájaros con el rugir desenfrenado de los aceleradores.

-¡La puerta del servicio no se abre! – Gritó una senderista con una camiseta naranja

-¡Pero... si... acaban... de... estar... en... el... bar!- Se decía para adentro Cristóbal, pegando un saltito en el sillón ergonómico, ocasionado por un  bache, al mismo tiempo que accionaba un botón del panel de mandos.

-Ya está abierto- Chillaron desde atrás.

No había transcurrido más de un cuarto de hora cuando empezaron a adelantarles los motoristas. Ráfagas de dos, seis... aprovechando cualquier resquicio que le permitieran el trazado de la carretera o la circulación contraría. Cristóbal observó zonas con arena en la  carretera, cerca del estrecho arcén pegado a una cerca interminable de metal. Se puso en alerta.

-¡Van como locos!- No paraba de protestar la pasajera de atrás.- ¡Mira!, ¡Mira! El de la moto roja, otra vez. 

Fue cuestión de segundos. Como fotogramas Cristóbal vivió la escena. Un coche que aparece por la curva. El motorita que acelera al ver que no le da tiempo a pasar y derrapa en la arena. Cae y la inercia le hace deslizarse hacia delante. El autobús que le va  atropellar a no ser que... A no ser que... A la izquierda se encuentra  un barranco empinado y escabroso, al otro lado la cerca de metal. Los impulsos neuronales de lo que estaba procesando el conductor, hizo que pegase un volantazo a la derecha y frenó con todas su fuerzas. Los sistemas EBS y ABS cumplieron su cometido y el autobús se llevó la valla por delante con varios postes. Pegando tumbos fue perdiendo velocidad hasta que se quedó clavado en mitad campo.

Los primeros momentos fueron de desconcierto total. Algunos pasajeros presa de la histeria, empezaron a llorar y chillar, otros permanecían en un estado de shock. Como Cristóbal que sentía sus manos agarrotadas al volante, la sangre que no le llegaba al cerebro. No podía reaccionar. Sintió escalofrío por todo su cuerpo. Observó como algunos pasajeros bajaban poco a poco del autobús. Como llamaban por el móvil. No supo cuánto tiempo pasó hasta que como un autómata consiguió levantarse, interesarse por los heridos e inspeccionar los daños del autocar. Intentó encender un cigarrillo. Le temblaban las manos. Notó zumbidos en los oídos, vértigo y se desmayó. 

 Volvió a la realidad en el momento que le pinchaban en el brazo. Miró a su alrededor y vio las  sirenas de las ambulancias y de los coches de policía. Un senderista con un brazo inmovilizado y otro con collarín respondían a las preguntas de la Guardia Civil.

-No se levante, ha sufrido un ataque. Le hemos puesto un calmate. Le decía un sanitario mientras le volvía a tomar la tensión.

Cristóbal consiguió preguntar por los heridos.

-El motorista va a estar una larga temporada en el hospital. Los demás: Algún brazo roto, alguna contusión y el susto. Podía haber sido menos.  No se enteran que el cinturón es para algo –Contestó el sanitario mientras le hacía una señal al guardia para que se acercara.

Declaró como pudo. El policía viéndole la cara aún desencajada le dijo -Descanse y quédese tranquilo ha evitado un desastre.

Algunos viajeros que esperaban el autocar de reemplazo se callaron cuando lo vieron pasar con la mascarilla de oxigeno puesta, tumbado en la camilla. Cristóbal se imaginó que no estarían pensado nada bueno. Pero el silencio fue roto primero por una palmada, después otra y otras... hasta que no hubo un solo senderista , que no dejara de aplaudir al que sin ninguna duda les había salvado la vida.

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