martes, 25 de noviembre de 2014

Crescendo, por Sonia Quiveu



-¡Maldito corrector!- Rita señaló la palabra que el Word había cambiado y reescribió la correcta. Llevaba una hora traduciendo un texto italiano para la próxima presentación. Si al Word no le diera por querer modificar los nombres italianos por palabras españolas habría terminado a tiempo para desayunar.

Oyó unos golpecitos en la puerta y la cabecita menuda de su amiga Cristina asomó por un lado, ella levantó la mirada del teclado y sonrió cuando la vio parpadear con esos engañosos ojos de hada. Era guapa y pequeña, y los hombres sacaban fuera su instinto protector sin que se dieran cuenta de que rían defender a un gigante del resto. Era la abogada de la empresa, y por decirlo de alguna forma, Cristina era el verdugo que cortaba cabezas en los juzgados. Y desde que Rita entró a formar parte de la plantilla, no la había visto perder un caso. Nunca. 

-¿Puedo pasar?
-Claro. ¿Por casualidad no habrás ido a desayunar y te has acordado de traerme algo, verdad?
Cristina se sentó delante de ella y negó con la cabeza.
Sacó un sobre del bolso, deslizándolo por la mesa hasta ella. Rita lo miró con curiosidad.
-Son unas invitaciones, para mí y mi acompañante.
-Ah- Abrió el sobre y sacó las dos tarjetas. Una iba a nombre de su amiga, la otra venía en blanco.
-Sandro invita a una barbacoa en su casa. ¿Me acompañarás?
Sandro era su jefe temporal. Hasta que encontrasen una secretaria para él y ella pudiese volver a su antiguo puesto, que era ser la administrativa de Cristina. Rita volvió a meter las invitaciones dentro del sobre y se las devolvió.
-¿Vas a venir o no?
-No creo que él quiera que vaya.

El italiano era el típico hombre de portada: Alto, mirada interesante, mandíbula cuadrada, piel morena y el cabello en tres tonos de rubio. Todas estaban babeando por él, incluida ella, no era para menos. E increíblemente, había estado tonteando con ella las primeras semanas de su traslado, creándole esperanzas y alimentando sus ilusiones hasta el punto que pensaba en él incluso durmiendo, pero cuando se la pusieron de secretaria empezó a comportarse como el típico jefe que repara en todas menos en la que atiende el teléfono. Por su puesto, ella era la del teléfono. De hecho parecía impaciente por deshacerse de ella últimamente, porque estos días se estaba metiendo prisa haciendo entrevistas para sacarla de su vista.

La puerta se abrió en ese momento y Sandro entró como un adonis que ignora que lo es. Metió las manos en los bolsillos y saludó a Cristina con todo ese encanto natural que poseía para el resto del edificio.

Cristina no era inmune a él, y le contestó con una sonrisa tonta que le duró varios segundos más de lo que a Rita le hubiese gustado. Su amiga se aclaró la garganta al despertar de su hechizo y le soltó la pregunta que hizo que Rita dejase de respirar hasta que él contestase.

-Sandro, ¿Te importa si llevo a Rita a la barbacoa?
Sandro miró con su expresión de jefe y ella bajó la mirada al texto, perdiéndose la evolución de una sonrisa.
-Claro que no. Os espero allí el sábado. Por cierto, ya tengo secretaría, el lunes empieza, así que vas a recuperar a la tuya.
Rita sintió un pálpito, a partir del lunes... Ya no volvería a verlo, a no ser que fuera expresamente al despacho de Cristina, y dudaba que lo hiciera alguna vez.
El golpe que dio Cristina en la mesa la sobresaltó, haciendo que regresara su atención a ella.
-¡Estupendo! ¡Recupero a mi Rita! Nos vemos mañana entonces- Cristina se levantó y salió de allí con un tintineo de cascabeles. Sandro frunció el ceño y ladeó la cabeza.
-A veces pienso que es un hada de verdad- Señaló el espacio vacío en la puerta y rió sorprendido -¿Ha tintineado o es cosa mía?
-Son sus tacones. Tienen unos cascabeles en la hebilla.- Él giró la cabeza con la boca abierta y ella disimuló la su risa con una tos. Sandro parecía realmente desconcertado
-Por cierto ¿Crees que puedes tener terminada la traducción antes de irte a comer? Tengo esta tarde una reunión con D’Acquasparta y quiero que los de campaña lo vean primero.
-Está casi terminado. Lo tendrás listo en media hora como muy tarde.
-Bien, gracias

Rita se quedó esperando que dijera algo más, que le hiciera el favor de no ir a la barbacoa por ejemplo, per Sandro se metió en su despacho y no lo volvió a ver en todo el día.

El sábado llegó antes de lo que ella hubiese querido. Cristina había tenido que convencerla varias veces para conseguir que saliera de su casa, y un par de veces más para sacarla del coche. Eran las tres de la tarde cuando llegaron, y Sandro las saludó al verlas entrar.

Los hombres estaban apelotonados junto a la barbacoa y con botellines de un tercio en las manos mientras hablaban del partido que jugarían empleados contra directivos. Cristina, que le gustaba el futbol y la acción, se acopló rápidamente al grupo  de hombres. Rita, que era más de quedarse en el banquillo, se fue a la mesa del porche, donde sus compañeras y las esposas de algunos de sus compañeros, estaban sentadas comiendo y bebiendo mientras hacían chistes de los chicos.

La comida entre mujeres fue entretenida hasta que empezaron a hablar de su jefe, bueno, exjefe, el lunes regresaba a su verdadero puesto. Eso le terminó de quitar las ganas de estar allí.

Miró la hora, las cinco. Era el momento perfecto para irse y tomar un café en el camino. Buscó a Cristina con la mirada, pero no la veía por ningún sitio. Se levantó y fue hasta los chicos, no estaba con ellos, tampoco Sandro. Algo se paralizó dentro de ella, movió la mirada a todas partes, haciendo un repaso de las caras. No los veía. Se alejó del resto para que no notasen lo alterada que empezaba a sentirse y respiró hondo para tranquilizarse.

Aunque la razón le decía que su Cristina no le haría algo así, no podía dejar de sumar dos más dos. Llegó a los setos que separaban la piscina del porche y se permitió soltar el aire. A punto estuvo de soltar un lamento cuando vio a Sandro sentado en el bordillo, con los vaqueros remangados y los pies metidos en el agua. Y solo. Él sa miró y dio unos golpecitos en el suelo  para que se sentase a su lado. La tristeza se fue y la sustituyó su preocupación por el paradero de su amiga.


-Estoy buscando a Cristina.
-No la busques durante un rato, la he visto entrar en la casa con mi hermano.
¿Él tenía un hermano? No había visto a nadie que no fuera de la oficina.
-Sí, tengo un hermano,- Le contestó él, como si hubiese leído sus pensamientos -pero no pienso decirte quién es, tiene por costumbre quitarme las chicas.
Antes de que Rita pudiera procesar sus palabras se levantó y le cogió la mano.
-¿Por qué estás aquí?
-¿En la barbacoa?- Debía sentirse dolida por la pregunta, pero su cerebro no era capaz de pensar bien mientras sostuviera su mano.
-No, en la piscina.- Sandro buscó su mirada, pero ella no apartaba los ojos de su agarre.
-Estaba buscando a Cristina.
-Vaya, yo esperaba que me buscases a mí.- Ahora sí que captó su atención.
-¿A ti?, ¿Por qué?
Él se encogió de hombros con parsimonia, como si la respuesta fuera obvia.
-Porque estaba loco por estar a solas un rato contigo.
Rita dio un paso atrás y casi se soltó de su mano. Para su suerte no fue así, él había empezado a acariciarle la muñeca con el pulgar y ya no quería moverla de allí.
-Pero si no me mirabas a la cara.
-No, esa eras tú. Empecé a creer que tenía la cara en el suelo, porque solo mirabas hacia abajo.
-No lo niegues, has estado distante.
-¿Sabes lo que es tener una relación dentro del trabajo?- Ella negó frunciendo el ceño. –Me ponías malo cada vez que te veía con esos minivestidos que te pones…
-¡Eh! ¡Que los que huso para trabajar me llegan a las rodillas!- Interrumpió ella
-…con esas piernas largas que tienes- Le pasó la mano por el muslo y escuchó un “oh” tímido –se nota que haces ejercicio.
-Ha...Hago bicicleta de vez en cuando.- Balbuceó ella, incapaz de pensar en ese momento.
-Si te hubiese dicho algo, y nos hubiésemos liado en el trabajo, tan cerca como estábamos, se habría ido al garete la campaña. Estaba desesperado por contratar otra secretaria para poder estar contigo como quiero- la agarró por la cintura y la atrajo a él para que notara su erección –Ahora que estarás en otra planta, podre sorprenderte…- Bajó al cuello de Rita y empezó a mordisquearlo, ella emitió un jadeo para su satisfacción –y llevarte a los lavabos para enterrarme en ti cuando te eche de menos.- Ella lo apartó un poco, mirándolo con el ceño fruncido, Sandro pensó que quizás hacerlo en los servicios del trabajo era demasiado para ella –Bueno, solo es una fantasía, no tiene que ser así necesariamente.
-¿No?- Preguntó ella con cara de pena y algo desilusionada. Él le respondió con una sonrisa y la besó, dejándola sin aliento.

El tacto de los labios de Sandro, suaves, atrapando los suyos en blandos mordisquitos. Y el calor de sus manos por la espalda, subiendo una por la columna hasta enredar los dedos en el pelo, y bajando la otra hasta reposarla en la unión de sus nalgas, le tenían el cerebro licuado, ahora mismo solo podía pensar en conseguir más.

-Otra fantasía es irnos al cuartito de la piscina en este momento, y demostrarte cuánto te he deseado y cómo me has tenido estas semanas por culpa de esas piernas tuyas.
Rita se apartó, sería y pensativa, tiró de él y empezó a caminar en una dirección, bordeando la piscina. Sandro se dejaba llevar, preguntándose si sus palabras la habían molestado.
-¿A dónde vamos?
-Al cuartito de la piscina- Contestó ella tajante, concentrada en encontrar el sitio.
Sandro soltó una carcajada y tiró de ella.
-Es por el otro lado. Será mejor que te lleve yo a ti, conozco el camino.

Sandro le guiñó un ojo y sonrió con esa media sonrisa de chico malo que solía ponerle al principio de conocerse. Había vuelto el chico que hacía que le temblara todo y suspirara como una tonta. Y esta vez parecía no querer irse.
 
No sabía si reír, llorar, o pegar saltos y gritar que le había tocado el premio gordo. Lo que sí sabía era que pensaba disfrutarlo al máximo. (Se relamió los labios adrede mientras veía el culo de Sandro moverse con cada paso y un FIN imaginario tras ellos, acompañado de una cancioncita y todo).

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