viernes, 14 de noviembre de 2014

Cuando la vida es el precio, por José García




El día había amanecido gris y un tanto frio, era la primera semana de mayo, el “txirimiri” depositaba incesantemente minúsculas gotas de agua sobre los cristales de la ventana. Habíamos estado estudiando hasta tarde y me quedé a dormir en casa de mi amigo Xavi, tuve que mentir a mis padres pues no querían que lo hiciera. Era una habitación amplia, con dos camas y dos armarios-roperos, en medio de la estancia una mesa de estudio. Me sentía perezoso para levantarme en la mañana, al igual que Xavi, que continuaba durmiendo y tapado hasta la cabeza. Escuchaba el trajín del padre de mí amigo en el salón, aunque intentaba hacerlo sigilosamente, al cabo de un rato se acercó a la puerta de la habitación. ¡Xavi! Bajo por la prensa y de paso tomaré café, respondiéndole éste con un leve gruñido, después cerró con mimo la puerta. Su madre estaba cuidando esa noche a su abuela, es decir, a la madre del padre de mí amigo; que no se encontraba bien, Y la hermana mayor había terminado la carrera de medicina y se encontraba fuera de Andoain. 

Di media vuelta en la cama y hundí de nuevo la cara en la almohada. Debí quedarme dormido, no sé cuánto tiempo habría pasado, cuando desperté sobresaltado, fueron cuatro chasquidos secos, espaciados de dos en dos que resonaron como auténticos martillazos ¡BANG BANG! /  ¡BANG BANG! Di un salto de la cama y me encontré en el centro del salón, Xabi ya estaba ahí y abría el balcón, corrí hacia él, aún tuve tiempo de ver cómo un enmascarado con pantalón vaquero y sudadera oscura se introducía en un automóvil que le esperaba con el motor en marcha, a unos diez metros del portal; y después el chirriar de las ruedas al salir a toda prisa. A mi lado Xabi dio un grito desgarrador ¡padre padre! Tuve que agarrarlo porque se precipitaba al vacio. El cuerpo de su padre yacía inmóvil en medio de la acera y de un cerco de sangre cada vez más extenso, junto a él, los periódicos y su inconfundible paraguas rojo oscuro.

¡Lo han hecho! ¡Han consumado su amenaza! ¡Asesinos! Gritó de nuevo.

Unos meses antes su vivienda había sido atacada con cocteles molotov y regado la calle con pasquines donde amenazaban de muerte a su padre. Joseba García era un conocido periodista y activista contra el terrorismo. Seguí a Xabi que bajaba apresurado por las escaleras, una vez en el portal junto a su padre, un vecino acudió presto con sendas mantas que nos protegieran del frio “txirimiri,” posiblemente el mismo que ya había cubierto el cuerpo de Joseba con una sábana blanca. Las lágrimas se confundían con las gotas de lluvia, de rodillas junto a su padre cerró los ojos, estaba totalmente abatido.

 Mi cabeza parecía hervir, donde se mezclaban y atropellaban palabras e imágenes en las que intentaba buscar, sin conseguirlo, una razón a éste cobarde y cruento crimen. ¿Qué oscuros intereses mueven los hilos del terrorismo? Me pregunté una y otra vez, él era una buena persona, vasco de nacimiento y de ascendencia, demócrata y de izquierdas, Xabi me había comentado, alguna vez, su tiempo de militancia en el Partido Comunista y en la organización del sindicato, había sido un luchador incansable contra el franquismo, por ello fue represaliado y pasó cinco años en sus cárceles. Últimamente repetía, yo mismo se lo escuché decir, “no me doblegó el franquismo y no lo hará el terrorismo,” así que, aunque pudo tomar otras opciones, cómo poner tierra por medio o cerrar los ojos, resolvió continuar su lucha contra el fanatismo y la sinrazón, con la única arma que él poseía, la palabra, por la libertad de expresión en su tierra.

Sí, jamás olvidaré aquella lluviosa mañana del domingo 7 de mayo de 2000, nunca celebré tanto la pequeña mentira de aquella noche a mis padres, que me permitió  poder estar en esos difíciles momentos junto a mi amigo Xabi, después supe por él que tras comprar la prensa su padre modificó, como hacía cada día, su itinerario y el bar donde tomar el café, pero sus asesinos le esperaron a la vuelta, en el portal junto al de su casa, eran dos, uno de ellos le disparó dos veces y le remató con otros dos disparos ya en el suelo, mientras el segundo le cubría; posteriormente huyeron en un automóvil que les esperaba cerca, con un tercer cómplice al volante. “El periodismo, su lucha por la libertad era su vida y con ella pagó su valentía.” Cuando decía esto Xabi, sus ojos se humedecían, pero a su vez se iluminaban al recordar con orgullo a su padre. 

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