El primer encuentro con
ella sucedió en la celebración de la comunión de mi sobrino Tomás a primeros de
junio de 1985. Fue un desastre de día porque desde por la mañana llovió a
cántaros y cuando llegamos al restaurante, el chiquillo tenía los pantalones mojados
hasta la rodilla y los invitados nos sacudíamos el agua de los trajes nuevos
como podíamos. Justo en ese momento la vi entrar, apresurada, tapándose el pelo
rizado con un primaveral foular de tulipanes como improvisado paraguas. Llevaba
un vestido veige, con manga abullonada y falda vaporosa que se ajustaba con
suavidad a su cuerpo con un cinturón ancho color oro con hebilla en forma de
flor semejante a las del foular . Sin medias, sus piernas lucían ya ligeramente
bronceadas y las sandalias doradas de tacón mediano dejaban al descubierto unos
pies delgados y frágiles. Iba poco
maquillada y sin apenas accesorios, solo un gran anillo con un gran tulipán vestía
su mano izquierda y en la derecha tenía una alianza que indicaba su compromiso.
La escasa luz del día enmarcaba su figura por la espalda y yo no podía dejar de
mirar hacia allí. Junto a ella había un hombre que la ayudó a componerse, su
marido como poco después supe, y un niño rubio de ojos vivarachos como los
suyos.
Durante los años siguientes la vi en varias ocasiones
cuando iba a visitar a mi hermana pero nuestra relación no pasó de un saludo
y, al principio, cierta curiosidad por
mis avances académicos. Para mí, siempre estaba espléndida aunque jamás me
atreví ni siquiera a insinuarle las sensaciones que me producía verla. En 1995 mi hermana se separó de su
esposo, se mudó y desde ese momento ya
no volví a verla. Elisa seguía manteniendo la amistad con ella pero ya nunca coincidimos en su casa. Los años
siguieron pasando, el trabajo como abogado ocupaba todo mi tiempo y yo casi me
olvidé de ella, aunque cada primavera al
ver florecer los tulipanes en la terraza de mi vecina Inés no podía evitar
recordar su imagen cubierta por aquel bonito foular.
Unas semanas después de cumplir 45 años, un domingo por
la tarde en la cola del viejo cine Bécquer, la vi de repente acercarse a mí con
decisión. Iba sola y me había conocido al instante. - Eres Andrés, verdad? El
hermano de Elisa. ¿Cómo te va? Hace mucho que no veo a tu hermana, y Tomás se
decidió por Filosofía?.....Yo respondí como pude a sus preguntas pero mi sorpresa iba en aumento. No
podía creer que me hubiera reconocido, pero así era. Entramos juntos a ver la
película, yo la vi como en un sueño porque su perfume no me dejaba concentrar
la atención en el film. Luego fuimos a cenar a una crepería del centro y no
dejamos de hablar ni un minuto. Me contó que su marido había fallecido de un
infarto 8 años atrás, que su hijo estaba en Londres perfeccionando su inglés y
que ella solo había podido superar su soledad con su afición a la pintura. A eso
se dedicaba actualmente, a pintar al óleo y acababa de inaugurar una exposición
en la pequeña sala Acuarela de la ciudad. El resumen de mi vida en esos 25 años
fue corto pues solo me había dedicado a mi trabajo y a mi afición de senderismo
que practicaba cuando podía porque me ayudaba a descargar el estrés del día a
día.
Desde ese encuentro, como
por arte de magia mi mundo se transformó porque ya no nos volvimos separamos. Julia se convirtió en el centro de
mi vida. Sus exposiciones eran un éxito cada vez mayor y su vida social fue en aumento. Yo la acompañaba a todos los eventos en los que
ella, sin duda, era el centro de
atención por sus cuadros, por su estilismo y por su personalidad. Su mente
libre y su espíritu joven propiciaba el acercamiento de personas de todo tipo y
edad, desde pintores como ella a deportistas, toreros, músicos, profesionales
liberales y políticos de todas las
facciones aunque ella sentía predisposición hacia la izquierda por proceder de
familia humilde. Sin embargo, siempre mantuvo su domicilio en el mismo barrio y
era conocida por todo el vecindario por su naturalidad de modo que se codeaba
con el frutero, la camarera del bar de la plaza de abastos o el dentista Ojeda
de forma familiar e incluso afectuosa después de casi cuarenta años viviendo
allí. Yo me limitaba a seguirla, a dejarme guiar por sus costumbres y su vida. Mi
trabajo era lo único que me alejaba de ella. Sin embargo, a los pocos años de
iniciar nuestra relación reduje mi horario laboral porque sus continuados
viajes, al principio por Europa, después por América donde tuvo mucho éxito,
requería que estuviera cada vez más
tiempo con ella. Y así fue sucediéndose la vida junto a Julia durante casi 15
años.
Hoy hemos vuelto de la clínica de rehabilitación a la
una, como todos los días desde hace tres años. A Julia le dio un ictus del cual
no se ha recuperado por completo y la parte derecha de su cuerpo necesita
movilizarse a diario para evitar que su dificultad motora empeore. Puede andar
pero con mucho trabajo, así que usa una silla de ruedas para los
desplazamientos más largos y fuera de casa. No puede pintar pero a pesar de ello,
sigue espléndida, alegre y feliz, con la mirada brillante de ilusión. Muchos
nos han criticado. A mí porque soy 20 años
más joven que Julia. A ella porque por amor pone su fortuna en peligro. Pero a mí nada me interesa más que ella, que
compartir su tiempo, que amarla y hacerla sentir bien. Nada es más importante
que ella, ni el dinero, ni los lujos. Ni siquiera yo soy más que un simple
bastón que la acompaña por si tiene un momento de debilidad, de flaqueza del
alma o por si la emoción la desborda y la hace tambalear. Ella es la vida, mi
vida.
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