Fabrice despertó
sobresaltado y evidentemente angustiado. Edith, su compañera, encendió
rápidamente la lamparilla que se encontraba a su lado sobre la mesita, junto a
la cama.
¡Fabrice,
Fabrice! ¡despierta!
Fabrice se mantenía
sentado sobre la cama, sus ojos desencajados reflejaban el horror y el miedo
que le atenazaba. Edith le rodeó con sus brazos, al tiempo que le susurraba con
cierta dulzura ¡Fabrice cariño! Soy
Edith, estoy aquí contigo, no estás solo.
Fabrice parpadeó una, dos
veces, tenía el ritmo cardíaco acelerado, sudoroso y sintió unas terribles
nauseas.
Edith le preguntó, ¿otra vez la pesadilla?
Sí,
respondió Fabrice, lleva más de media
vida conmigo y me acompañará hasta la tumba. De nuevo estaba ahí, en medio de
la nada, encerrado en una inmensa oscuridad de la que no puedo escapar, me
paraliza de tal manera que me oprime hasta la asfixia.
Corría el verano del 69.
Al calor del espíritu del “mayo del 68 francés” y del movimiento hippie, que
propugnaba la revolución sexual, paz y amor libre, un grupo de amigos todos
ellos estudiantes, entre los que se encontraba Fabrice, realizaban un exótico viaje por la India y otros países del sudeste
asiático. Fue en uno de estos países donde se vieron implicados en un
desagradable altercado, Fabrice corrió suerte adversa a sus amigos y fue
detenido, entre sus pertenencias, marihuana y otras drogas alucinógenas, y
aunque alegó la posesión de las mismas para su consumo personal, estas
sustancias prohibidas determinaron su inculpación. Como consecuencia de ello,
es interrogado, cuasi torturado y encarcelado.
Pese a que todos,
familia, amigos y cuerpo diplomático, se
movieron rápidamente para su liberación ante las autoridades del país asiático,
no evitaron su acusación y encarcelamiento preventivo a la espera de juicio. Cuando
éste se celebró consiguieron minimizar el fallo, al tiempo que la extradición
de Fabrice para cumplir condena en los establecimientos penitenciarios de su
país. Pero lo que Fabrice no pudo evitar fue el suplicio que tuvo que padecer,
en aquel viciado lugar, durante los más de dos años de prisión preventiva, una
experiencia degradante como ser humano, que jamás olvidaría.
No podría decir cuánto
tiempo debió pasar desde su detención e interrogatorio, solo que despertó en
aquella habitación, o habitáculo oscuro, que olía a podredumbre y vómito.
Temblando se ovillaba sobre las baldosas frías, al igual que la vulgar
cochinilla (oniscidea), que tiene la capacidad de enrollarse sobre sí misma, al
sentirse amenazada, para protegerse. Mil, o quizás fueran cientos de miles de
veces, las que deseó una rápida metamorfosis, desenrollarse y desaparecer a
través de las sucias y húmedas grietas existentes en aquel pequeño, frío,
oscuro y nauseabundo habitáculo. Dudaba de su capacidad para resistir, que
sucumbiría ante las condiciones extremas e inhumanas de aquel mugriento lugar,
aislado y a oscuras había perdido la noción del tiempo, que allí dentro
transcurría indiferente al día o la noche y en el que la propia razón se
resquebraja, hasta pensar que ni siquiera la muerte resultaba ser tan fea entre
tanta oscuridad.
Aún quedaba noche, Edith
le abrigó con las ropas en la cama, alargó el brazo y a tientas dio al
interruptor apagando la lamparilla, abrazando a Fabrice antes de que la
habitación quedara de nuevo a oscuras.
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