miércoles, 19 de noviembre de 2014

Derroche, por Luisa Yamuza




Hoy el sol ha salido para mí, solo para mí. Después de tantos días de lluvia y cielos nublados que lo mantenían oculto, el sol brilla para mí. Cuando me he levantado de la cama al pasar por el balcón para ir al baño, sus rayos han acariciado mi rostro y entonces me ha dicho: toda mi energía hoy es tuya, solo tuya.

En un plis-plas he preparado mi desayuno y me he vestido con el traje de Maximo Dutti que me compré la semana pasada. A mi mujer le pareció carísimo, pero cuando me lo vio puesto no pudo seguir insistiendo en lo que me había costado. ¡Estoy como un pincel con él! Y eso que no le enseñé la camisa a juego ni los zapatos ni el cinturón que le van perfectos y que también me traje de la tienda. Eso se lo diré otro día, cuando ya se le hayan olvidado los casi 500 euros que me gasté. Esta mujer siempre está pensando en lo mismo. Menos mal que esta mañana se fue pronto. - Voy a la plaza a por unas cosillas, cariño, espérame para desayunar que traeré pan tierno- me dijo con voz bajita. Sin embargo, el sol me está llamando por los cristales de la habitación y voy a salir ya. "María, me ha llamado mi hermano para que le eche una mano con la puerta de un armario que se le ha descolgado. Para el almuerzo estoy aquí. ¿Vas a sorprenderme con el menú de hoy? Mira que es nuestro aniversario....hasta luego amor" le he escrito en un trozo de papel  que le he dejado en el mueble del recibidor.

Con mi elegante vestimenta  he empezado a caminar sin rumbo concreto, dejando que el aire de la mañana me refrescara y respirando con parsimonia. La gente me mira al pasar, hombres y mujeres por igual, a mi no me importa para eso me he vestido bien. Sin saber cómo me he encontrado al principio de "mi calle".  La calle Gran Capitán es una de las mejores estradas comerciales de la ciudad. Desde que la han hecho peatonal es un gusto darse un garbeo por ella mirando los escaparates de tantas tiendas, muchas de ellas con muchos años de existencia. Antes también era magnífica, pero mucho más ruidosa. Y está tan cerca de casa que inevitablemente la recorro casi a diario.
 
Mis recién estrenados zapatos de cuero se han detenido delante del lujoso espectáculo de la joyería Suárez. Una nueva colección de joyas con diamantes luce esplendorosa en el cubículo principal sobre un tapete de terciopelo verde. Anillos a juego con pendientes, collares y colgantes de distintos modelos en armoniosa combinación con piedras preciosas, brillan con el gigante astro que en este día maravilloso los ilumina intensamente. En esta joyería siempre han tenido un gusto exquisito, como yo. Por eso, aquí he realizado muchas compras, tengo confianza en el dueño, don Román que nos trata siempre con gran cortesía y hasta podría decir con afecto.  

- Buenos días señor Beltrán! Elegante traje lleva usted esta mañana- dice don Román.
- Buenos días! Mire Román, ese juego de diamantes que tiene en el escaparate, el de la piedra más grande rodeado de rubíes, en oro blanco, se lo voy a regalar hoy a mi mujer. ¿Cree usted que le gustará?
- ¿Se refiere usted al juego de pendientes y sortija? Es precioso, desde luego. Es imposible que no le guste a María.
- Si, ese. Pero también me llevo el colgante para que tenga el conjunto completo- le indico.
- Ha hecho usted una elección perfecta. María va a estar muy elegante con el juego.  Entonces, ¿se lleva las tres piezas? Insiste Román.
- Si, si. Póngales un bonito estuche, hoy es nuestro aniversario y quiero sorprenderla.

Román me ha felicitado y mientras preparaba el paquete con esmero, me he paseado con lentitud por el interior del establecimiento repleto de piezas de gran hermosura hechas con todos los materiales nobles y piedras preciosas que uno puede imaginar.  En la estantería de la derecha del  mostrador estaban los relojes de caballero y aunque tengo uno nuevo que me regaló mi madre por mi cumpleaños,  curioseé un poco  por si veía alguno que me gustara. Siempre viene bien tener varios relojes y para este traje nuevo no tengo ninguno a juego. Y lo había, desde luego. Era un precioso reloj de la marca Tous con pulsera negra y esfera decorada en oro oscuro que le daba cierto aspecto de antiguo .  No me lo he pensado.

- Envuélveme también este reloj, Román- le he dicho sin más. Y  también el modelo de señora, ¡vaya a ser que a María le de envidia!

Román me ha mirado de una forma extraña. El rostro estaba rígido y su cuerpo quieto tras el mostrador, como una estatua. Yo a veces no entiendo a los comerciantes, si en estas fechas no se alegran por vender, ¿cuándo van a estar contentos?. Con la vista hacia el exterior del comercio observando cómo había aumentado el bullicio en los 15 minutos que llevaba dentro, extraje la chequera del bolsillo interior de la chaqueta y con rapidez he escrito los cinco dígitos del total, lo he firmado y me he despedido del comerciante con un simple ¡adiós!

Rodeado de gente continué mi paseo disfrutando del ambiente agradable y al llegar a la esquina del banco Popular crucé para acercarme a la licorería. Hoy es un gran día, me he dicho. He comprado tres botellas de vino, de clases distintas porque no sabía lo que habría preparado María para almorzar y dos de champagne Billecart Salmón Brut Rosé, que está buenísimo, una para tomar con el postre  y la otra para cualquier otra ocasión.
 
Con agilidad he subido las escaleras de dos en dos, sonriendo, imaginando la cara de María cuando viera los regalos y todo lo demás. ¡Qué buen día nos espera! Pensaba. En nuestro rellano había un olor dulzón como de asado de Navidad, mezclado con aroma de canela. Seguro que María ha comprado esos dulces que tanto me gustan en la pastelería de la plaza mayor- me he dicho. Abrazando la bolsa de las bebidas con una mano y los dos preciosos paquetes de la joyería colgando de la otra, he entrado en el salón de puntillas para sorprenderla. Pero no estaba allí. Ni siquiera estaba la mesa puesta y curiosamente las sensaciones que embriagaron mi olfato en la puerta del piso habían desaparecido. 

- Hola.-He escuchado que María decía con frialdad a mi espalda. He vuelto muy pronto de la compra, pero con las manos vacías. Cuando he intentado pagar, la tarjeta de crédito estaba bloqueada- ¿Tú sabes por qué, Beltrán?

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