martes, 4 de noviembre de 2014

Reflejante luna, por José García




Mi existencia, dicen, se remonta a unos 6000 años a.c. en una zona poblada de lo que hoy es Turquía, el objeto encontrado estaba  trabajado en roca de obsidiana. Posteriormente se hallaron nuevos vestigios en Babilonia, Egipto o China, algunos elaborados en cobre. Aunque si atendiéramos al elemento con el que tanto me relacionan, siempre he formado parte del universo humano. Ha sido tanta mi interacción que con frecuencia me pregunto, ¿como hubiera sido la vida sin mí? ¡No! no piensen que soy un egocéntrico, pero es que jamás paso desapercibido para nadie, provoco sus más perspicaces o disimuladas miradas que delatan sus más encontrados y profundos sentimientos.

Créanme, hasta he sido objeto de una guerra, sin soldados ni generales, pero guerra al fin y al cabo, eso sí, con intereses económicos, ésta sucedió allá por el año de 1666, entre Francia y Venecia. Que quizás, también provocara el primer episodio de espionaje industrial. En esa época, ninguna corte se resistía a la moda que suponía mi influencia, y era Venecia quien se beneficiaba, pues tenía prácticamente el monopolio europeo de fabricación.

Otras y muchas son mis cualidades, por ejemplo, hay quien descubre en mí todo un universo oculto de fascinante riqueza, así a veces he sido considerado un símbolo de la sabiduría, de la  fascinación, de la adivinación, de todas las facultades y poderes misteriosos del ser humano; cuantas preguntas e interrogantes ante mí, expresados con un lenguaje propio, a veces pudoroso, otras desvergonzado, con el que se desnudan en excesiva complacencia consigo mismo, pero con el que también muestran sus temores cuando la oscuridad y las sombras de la noche caen; recelan y miran con gran misterio, creyendo ver en mí, reflejos de sus sombras y sus miedos.

Así rondan sobre mí miles de leyendas urbanas, unas escalofriantes, como ser considerado portal hacia otros mundos, de muertos o de vivos atrapados y condenados a permanecer encerrados eternamente; otras fantásticas, donde la poderosa influencia que se ejerce sobre el pensamiento, lanza la imaginación hasta considerarme puerta astral al más allá o a dimensiones paralelas, de conexión con otros mundos de fantasías. Rodeándome de un aura de fascinación, donde se entremezclan la fantasía y la magia, con la energía negativa del ocultismo, ritos y fobias.

Pero es el misticismo de la belleza lo que provoca el colmen de mi existencia, su sereno reflejo solo es comparable a la reflectante luminosidad de la luna. Por ello  he sido considerado paradigma de la imagen femenina, aunque también soy testigo del mito de Narciso, al relacionárseme, como decía al principio, con el elemento agua. Elemento que quizás fuera el primer “espejo” en el que pudo verse reflejado el ser humano. Decía Oscar Wilde: “Yo puedo resistir todo, menos la tentación,” y es que verse reflejado, ver algo que les guste o les identifique, es una tentación a la que todos sucumben, cediendo así, a mi juego de luces y sombras. 

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