Aburrida, así estaba
siendo la noche. El bar donde habíamos quedado la pandilla a cenar, estaba
hasta los topes de gente, el ambiente era acogedor y un grupo tocaba a ritmo de
jazz. Aún así yo me estaba aburriendo. Quizás porque no había venido quien yo
esperaba. Me levanté del taburete con la excusa de un dolor de cabeza y me
marché, prefería estar en casa.
La calle donde tenía el
coche aparcado, estaba solitaria. De por sí era una avenida poco frecuentada
por los peatones, aunque era el paso de todos los coches. Esta noche parecía
ser que no había ninguno circulando.
Saqué las llaves y
apresuré el paso. Verme tan sola en la avenida me daba mala sensación. Era como
si alguien estuviera ahí, escondido para saltar de alguna parte y atacar. Miré
hacia atrás para asegurarme, pero no vi a nadie. La sensación era espeluznante.
Notaba la presencia de alguien que me estuviese siguiendo de cerca, pero por
mucho que miraba atrás no había un alma en la calle.
Llegué hasta la puerta
del coche y presioné el mando de la cerradura. Solté un respiro de alivio al
verme dentro. Eché los seguros y me puse el cinturón. La sensación no
desaparecía. Arranqué el coche y miré por el espejo para dar marcha atrás.
Había una silueta en el asiento de trasero. Grité al tiempo que intenté salir
del coche, pero la sombra me puso una mano enguantada en la boca, impidiendo
que gritase. De repente me sentí débil, el sonido de mis propios gritos se
fueron alejando, y mis manos cayeron sin fuerza antes de perder el
conocimiento.
Desperté en el suelo.
Estaba totalmente oscuro. No sabía dónde me encontraba. Intenté agudizar los
sentidos para poder ubicarme, pero la oscuridad era tal que era imposible ver.
Oía algo, un sonido de una respiración suave. Noté un toque como de plumas
sobre el brazo y algo caer en él. Algo frío que cuando lo quise apartar con la
mano para espantarlo, supe que era líquido y viscoso.
Gateé rápidamente hasta
topar con una pared. De repente mi cerebro se puso en alerta. Recordé el
secuestrador que me había seguido y se había metido en el coche y me puse de
pie. ¿Por qué me habían secuestrado? Yo pertenecía a una familia del montón, no
tenía sentido un secuestro. Intenté prestar atención a lo que me rodeaba con
los otros sentidos, ya que la vista no me iba a servir.
Algo se movió por suelo.
Me levanté rápidamente,
caminando sin apartarme de la pared. Buscando un interruptor de la luz o una
puerta para poder alejarme de lo que fuera que me hubiese babeado antes. Se me
pusieron los pelos de punta al pensar que pudiera ser una rata.
Estaba en una habitación.
Lo sabía porque había encontrado los cuatro rincones y solo me quedaba una
pared por explorar. La rata no había vuelto a oírse, por lo que estaría
intentando no cruzarse conmigo. Agradecida por eso, respiré más tranquila.
Encontré un saliente en
la pared, parecía un marco, dentro había un cristal. Debía ser un cuadro,
bastante grande por el largo del marco y más alto de lo que podían llegar mis
manos. Intenté levantarlo, pero estaba pegado a la pared. Retrocedí extrañada.
Tenía que haber una puerta en alguna parte. Volví a recorrer las paredes,
rezando por no encontrarme con la rata, y volví
a llegar al cuadro. No había puerta.
-
¡Eh!... – Sentí un movimiento detrás,
intenté ignorarlo. - ¡Hay alguien!
Nadie respondió.
Retrocedí un paso, y choqué con algo. Los vellos de la nuca se me erizaron.
Algo me cayó en el pelo y sentí su peso deslizándose hacia abajo. Me di la vuelta
y retrocedí para alejarme al mismo tiempo que me toqué el pelo. Al tacto en los
dedos era algo viscoso. ¡Dios mío!... Me pegué a la pared asustada. Esa cosa
que me estuvo olisqueando antes no era pequeña. O eso, o también caminaba por
el techo.
En ese momento noté las
plumas en la cara y el cuello. Las aparté con la mano y supe que no eran
plumas, parecían unos hilos que se movían rompiendo las reglas de la gravedad. Pensé
en las patas de un insecto.
Esa cosa emitió un sonido
a la altura de mi cara, que me recordó al que hacían los insectos gigantes de
las películas de ciencia ficción. Aterrada grité y algo se apoderó de mí con el
miedo. Era como si de repente mi pudiera ver desde fuera de mi cuerpo. Tiré de
esas patas de insecto y un chillido ensordecedor brotó de esa cosa que estaba
justo delante de mí. Las hebras seguían moviéndose en mi mano una vez
arrancadas, como si tuvieran vida propia. Las solté e intenté desplazarme a un
lado. Una mano me presionó el hombro. Sus dedos debían ser muy largos, porque
el que tenía que ser el pulgar me sujetaba la cara y parte de la frente. Empujé
a esa cosa para apartarla y noté que era más huesos que carne. Su tacto, áspero
y seco, era desagradable, y tenía la sensación de que fuera una cáscara más que
piel. Eso se me liberó del empuje de un tirón y me empujó contra la pared,
inmovilizándome con las dos manos. Pude saber que era más grande que yo, y más
fuerte, porque no podía soltarme de su agarre.
Sentí algo blando y
húmedo en la cara, que me cubrió el rostro de esa baba viscosa. Algo se apoderó
de mí con el miedo. Una especie de rabia o ira que solo me decía “sobrevive”, y
el calor rugió creciendo desde el pecho hasta asentarse como una lava caliente
en mi cabeza. Tiré con todas mis fuerzas de un brazo de ese monstruo, hasta
escuchar un crack. Sé que yo estaba gritando mientras lo hacía, y que eso chillaba
con un sonido estridente mientras intentaba reducirme.
Pateé, mordí y tiré hasta
arrancar extremidades. Ya no estaba segura de qué parte. Sentía sus golpes para
defenderse y atacarme. Pero yo solo podía pensar en matarlo. Resbalamos al
suelo. Me puse encima de él y golpeé con el puño cerrado. Su cabeza era muy
dura, el dolor me había atravesado los nudillos. Lloré de pánico y rabia, de
odio hacia esa cosa. Le golpeé con los dos puños en el pecho, se encogió y su
grito cambió y supe que le había hecho un daño diferente, así que golpeé en el
mismo sitio repetidas veces. Su mano intentó agarrarme la cabeza. Se sacudía
entero para quitarme de encima. Yo seguí golpeando hasta sentir algo romperse.
Mi puño quedó atrapado entre huesos y algo blando y caliente. No pensé, no me
permití pensar. Escarbé y tiré hasta conseguir sacar algo. La cosa dejó de
moverse y empezó a convulsionar hasta que se detuvo totalmente. Entonces me
levanté.
Cuando acabé con el
peligro me di cuenta de lo que me dolían las manos y la mandíbula. Mis dientes
estaban apretados unos contra otros. Tenía el pecho resentido por la
respiración sibilante, y las piernas apenas me sostenían del temblor.
La luz se hizo en ese
momento. Vi, más impresionada que asqueada, la mezcla de insecto humanoide que
estaba despedazado sobre mis pies. Medía casi dos metros. Vi la sangre marrón
rojiza en mis manos y el agujero en el pecho del bicho, monstruo, alienígena…
no sabía cómo llamarlo. Empecé a preguntarme cómo fui capaz de hacerle todo eso.
Había sobrevivido sin saber cómo había llegado a ese extremo de fuerzas para
acabar con algo así.
Tragué saliva varias
veces, asqueada por lo que estaba viendo. No sabía si podría volver a defenderle
de otra cosa de esas. Tenía que salir de allí como fuera.
Miré alrededor y comprobé
que efectivamente no había puertas. Las paredes eran de un material que me
había parecido cemento, pero no lo era. Y en el suelo había restos de las babas
del bicho. Una baba viscosa y transparente.
Busqué el marco que había
tocado, y vi que se trataba de un escaparate. Desde el otro lado me observaban
unos seres muy parecidos a mí, a excepción de que sus ojos eran demasiado grandes
y ovalados. Se miraban entre ellos y asentían al mismo tiempo que uno
presionaba sobre un mostrador.
Fui hasta la ventana y golpeé
el cristal, gritando que me dejaran salir, pero no parecían inmutarse. Una
puerta se abrió tras ellos y empezaron a salir, menos uno, se acercó al cristal
y posó la mano en él. Había curiosidad en sus ojos.
Escuché varios soplidos
por la habitación y miré al rededor. Salía un gas de las paredes, y pronto
empecé a sentirme sin fuerzas. Me deslicé por la pared, sintiendo que perdía el
conocimiento. Mi último pensamiento fue que nunca conseguiría salir de ese
lugar.
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