martes, 27 de noviembre de 2012

Abrazo de amor y muerte, por José García.


Pocos podían imaginar la triste y trágica fama que acompañaría a la historia de aquella ciudad cuando en 1.965 se decretaba la instalación de industrias en la zona fronteriza del norte de México con la idea de atraer inversión extrajera, comercio y mano de obra barata fundamental para la “competitividad” de éstas empresas, denominadas maquiladoras. Las maquiladoras son empresas importadoras de materiales, que no pagan aranceles y comercializan sus productos en el país de origen de la materia prima, éste término se originó en México y se deriva de una palabra española del Medioevo, maquila, utilizada para describir un sistema de moler el trigo en molino ajeno, pagando con parte de la harina molida.

Esta actividad se concentró principalmente en tres ciudades, Tijuana (estado de Nueva California), Heroica Nogales (estado de Sonora) y Ciudad Juárez (estado de Chihuahua). Es precisamente en Ciudad Juárez, situada frente a El Paso (estado de Texas, EE.UU.), separadas por el Rio Bravo, donde el auge en 1993/1994 de las maquiladoras atrajo el comercio y a muchas mujeres jóvenes y a sus familias, desarrollándose un incremento intensivo de la demografía y al mismo tiempo de la actividad criminal, sobre todo el fenómeno denominado feminicidio o asesinatos de mujeres, de una violencia extrema, por lo general son adolescentes entre 15 y 25 años que aparecen violadas, mutiladas y asesinadas.

Hasta aquí llegó el matrimonio Castro-Márquez, Emiliano y Juana dos jóvenes de 23 y 20 años respectivamente acompañados de su hijita de 3 añitos Violeta. Procedían de Ciudad Camargo, un viaje en autobús de más de siete horas haciendo trasbordo en Ciudad Chihuahua, llegaron con ilusión buscando mejorar sus condiciones laborales y de vida, Juana encontró pronto ocupación en una maquiladora, ya que las condiciones de trabajo y los bajos salarios hacen que se renueven constantemente, sin embargo Emiliano tuvo más dificultades para conseguir un trabajo de mantenimiento de acorde a sus conocimientos de mecánica y electricidad.

Sin embargo y pese al esfuerzo y trabajo de los dos,  viven casi en la pobreza, ya que ni los salarios ni las condiciones de trabajo podían considerarse dignas, tenían que desplazarse andando por caminos casi sin asfaltar, sin iluminación y prácticamente solitarios para tomar el autobús que les llevara hasta la empresa, apenas si tienen tiempo para verse y estar con Violeta. Juana era una mujer guapa de rasgos indígenas que acentuaban su atractivo. Hacía tres años que habían llegado a Ciudad Juárez y aquella noche, tras salir del trabajo, no llegó a casa. Emiliano desesperó, temía lo peor y Violeta lloraba sin consuelo la ausencia de su madre, a pesar de los esfuerzos y tras 15 días desaparecida se cumplieron los peores augurios, su cuerpo fue hallado en las faldas del Cerro del Cristo Negro, había sido violada y estrangulada, Emiliano se derrumbó, creyó que no le quedarían fuerzas para continuar viviendo, pero pensó en  Violeta, su hija, tenía que protegerla, le necesitaba y Juana no se lo perdonaría si no lo hiciera así. Le dedicó todo el tiempo posible y trabajó sin descanso para que estudiara y pudiera salir de ese mundo de delincuencia y violencia. Violeta contaba por aquel entonces 6 años y jamás olvidó el dolor de aquel momento, ni como y porque murió su madre, recordándola en cada una de las jóvenes que sufrían su misma suerte.

Violeta, a pesar de los deseos de su padre, siempre tuvo claro a que dedicaría su tiempo y energía, combatir la marginación y la violencia que sufrían las mujeres, que como su madre y ella, vivían en la precariedad laboral y social, por lo que realizó, terminó y ejerció de Trabajadora Social.

Violeta había heredado la belleza exótica de su madre, tenía una larga caballera de color castaño oscuro casi siempre recogida en una larga cola, sus grandes ojos de color pardo claro que a veces reflejaban casi verdes destacaban de su piel morena, sus labios finos pero perfectamente dibujados daban armonía a su cara redondeada pero en la que se apreciaban perfectamente sus pómulos, mejillas y mentón, un pequeño lunar adornaba su mejilla derecha y  una pequeña cicatriz bajo su barbilla de unos 15 m/m. recuerdo de un accidente de la infancia, la nariz un tanto abierta y respingona le daba un cierto aire simpático y pícaro, medía 1 m 72 c/m su cuerpo perfectamente moldeado y atlético le hacía aparecer ágil y dinámica. En su actividad diaria vestía normalmente con pantalón, camisa o camiseta a veces completado con un chaleco o chaquetilla y calzado abotinado. Activista social, pasional, emotiva pero sobre todo racional e inteligente. Hacía dos años que mantenía una relación sentimental con Sergio, psicólogo del centro de educación de la zona, con quien compartía no solo sus sentimientos, sino su preocupación y compromiso social. Violeta tanto en su trabajo como en su papel de activista social, chocaba constantemente con una sociedad de hondas raíces machistas y una administración que prefería mirar hacia otro lado en la alarmante y extrema violencia ejercida contra la mujer.

Habían pasado unos meses y la relación con Sergio daba su fruto, se encontraba embarazada de 28 semanas, aunque se sentía feliz su preocupación había aumentado con esta situación pues la hacía más vulnerable a las amenazas de aquellos a los que se tenía que enfrentar a diario. Precisamente en esa semana en el desempeño como Trabajadora Social denunció el acoso y maltrato sobre una menor, tratando de evitar un fatal desenlace, lo que no pudo evitar fue el enfrentamiento con los denunciados y las trabas administrativas. Caía ya la noche y volvía a casa junto a Sergio en el coche que él conducía, se sentía enojada y enrabietada por tales circunstancias, él trataba de tranquilizarla, pararon un momento en el oscuro y solitario camino de vuelta a casa, Sergio le acarició el vientre y besó suavemente, ella le acarició el cabello. A la mañana siguiente seguían en el mismo lugar, estaban abrazados e inmóviles, un hilo rojo en sus sienes visibles denotaba la tragedia, sus caras serenas y relajadas parecían dormir y compartir el mejor de los sueños, pero un solo disparo los había partido, se los había arrancados para siempre, una sola bala había segado sus vidas, más bien tres vidas, no había duda alguna.

La única duda, para quienes observaban la escena, era si fueron sorprendidos abrazados y les dispararon o vieron venir a su asesino y él la abrazó en un desesperado intento de protegerla. En cualquier caso lo que tampoco dejaba lugar a duda alguna es que aquel abrazo era de amor y muerte.

Pensemos como Salvador Allende: “Los procesos sociales no se detienen que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por donde pasar el hombre libre para construir una sociedad mejor”. 

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