Pocos podían imaginar la triste y trágica fama que
acompañaría a la historia de aquella ciudad cuando en 1.965 se decretaba la
instalación de industrias en la zona fronteriza del norte de México con la idea
de atraer inversión extrajera, comercio y mano de obra barata fundamental para
la “competitividad” de éstas empresas, denominadas maquiladoras. Las
maquiladoras son empresas importadoras de materiales, que no pagan aranceles y
comercializan sus productos en el país de origen de la materia prima, éste
término se originó en México y se deriva de una palabra española del Medioevo,
maquila, utilizada para describir un sistema de moler el trigo en molino ajeno,
pagando con parte de la harina molida.
Esta actividad se concentró principalmente en tres ciudades,
Tijuana (estado de Nueva California), Heroica Nogales (estado de Sonora) y Ciudad
Juárez (estado de Chihuahua). Es precisamente en Ciudad Juárez, situada frente
a El Paso (estado de Texas, EE.UU.), separadas por el Rio Bravo, donde el auge
en 1993/1994 de las maquiladoras atrajo el comercio y a muchas mujeres jóvenes
y a sus familias, desarrollándose un incremento intensivo de la demografía y al
mismo tiempo de la actividad criminal, sobre todo el fenómeno denominado
feminicidio o asesinatos de mujeres, de una violencia extrema, por lo general
son adolescentes entre 15 y 25 años que aparecen violadas, mutiladas y
asesinadas.
Hasta aquí llegó el matrimonio Castro-Márquez, Emiliano y
Juana dos jóvenes de 23 y 20 años respectivamente acompañados de su hijita de 3
añitos Violeta. Procedían de Ciudad Camargo, un viaje en autobús de más de siete
horas haciendo trasbordo en Ciudad Chihuahua, llegaron con ilusión buscando
mejorar sus condiciones laborales y de vida, Juana encontró pronto ocupación en
una maquiladora, ya que las condiciones de trabajo y los bajos salarios hacen
que se renueven constantemente, sin embargo Emiliano tuvo más dificultades para
conseguir un trabajo de mantenimiento de acorde a sus conocimientos de mecánica
y electricidad.
Sin embargo y pese al esfuerzo y trabajo de los dos, viven casi en la pobreza, ya que ni los
salarios ni las condiciones de trabajo podían considerarse dignas, tenían que
desplazarse andando por caminos casi sin asfaltar, sin iluminación y
prácticamente solitarios para tomar el autobús que les llevara hasta la empresa,
apenas si tienen tiempo para verse y estar con Violeta. Juana era una mujer
guapa de rasgos indígenas que acentuaban su atractivo. Hacía tres años que
habían llegado a Ciudad Juárez y aquella noche, tras salir del trabajo, no
llegó a casa. Emiliano desesperó, temía lo peor y Violeta lloraba sin consuelo
la ausencia de su madre, a pesar de los esfuerzos y tras 15 días desaparecida
se cumplieron los peores augurios, su cuerpo fue hallado en las faldas del
Cerro del Cristo Negro, había sido violada y estrangulada, Emiliano se derrumbó,
creyó que no le quedarían fuerzas para continuar viviendo, pero pensó en Violeta, su hija, tenía que protegerla, le
necesitaba y Juana no se lo perdonaría si no lo hiciera así. Le dedicó todo el
tiempo posible y trabajó sin descanso para que estudiara y pudiera salir de ese
mundo de delincuencia y violencia. Violeta contaba por aquel entonces 6 años y
jamás olvidó el dolor de aquel momento, ni como y porque murió su madre,
recordándola en cada una de las jóvenes que sufrían su misma suerte.
Violeta, a pesar de los deseos de su padre, siempre tuvo
claro a que dedicaría su tiempo y energía, combatir la marginación y la
violencia que sufrían las mujeres, que como su madre y ella, vivían en la
precariedad laboral y social, por lo que realizó, terminó y ejerció de
Trabajadora Social.
Violeta había heredado la belleza exótica de su madre, tenía
una larga caballera de color castaño oscuro casi siempre recogida en una larga
cola, sus grandes ojos de color pardo claro que a veces reflejaban casi verdes
destacaban de su piel morena, sus labios finos pero perfectamente dibujados
daban armonía a su cara redondeada pero en la que se apreciaban perfectamente
sus pómulos, mejillas y mentón, un pequeño lunar adornaba su mejilla derecha
y una pequeña cicatriz bajo su barbilla
de unos 15 m/m. recuerdo de un accidente de la infancia, la nariz un tanto
abierta y respingona le daba un cierto aire simpático y pícaro, medía 1 m 72
c/m su cuerpo perfectamente moldeado y atlético le hacía aparecer ágil y
dinámica. En su actividad diaria vestía normalmente con pantalón, camisa o
camiseta a veces completado con un chaleco o chaquetilla y calzado abotinado.
Activista social, pasional, emotiva pero sobre todo racional e inteligente. Hacía
dos años que mantenía una relación sentimental con Sergio, psicólogo del centro
de educación de la zona, con quien compartía no solo sus sentimientos, sino su
preocupación y compromiso social. Violeta tanto en su trabajo como en su papel
de activista social, chocaba constantemente con una sociedad de hondas raíces
machistas y una administración que prefería mirar hacia otro lado en la
alarmante y extrema violencia ejercida contra la mujer.
Habían pasado unos meses y la relación con Sergio daba su
fruto, se encontraba embarazada de 28 semanas, aunque se sentía feliz su
preocupación había aumentado con esta situación pues la hacía más vulnerable a
las amenazas de aquellos a los que se tenía que enfrentar a diario.
Precisamente en esa semana en el desempeño como Trabajadora Social denunció el
acoso y maltrato sobre una menor, tratando de evitar un fatal desenlace, lo que
no pudo evitar fue el enfrentamiento con los denunciados y las trabas
administrativas. Caía ya la noche y volvía a casa junto a Sergio en el coche
que él conducía, se sentía enojada y enrabietada por tales circunstancias, él
trataba de tranquilizarla, pararon un momento en el oscuro y solitario camino
de vuelta a casa, Sergio le acarició el vientre y besó suavemente, ella le
acarició el cabello. A la mañana siguiente seguían en el mismo lugar, estaban
abrazados e inmóviles, un hilo rojo en sus sienes visibles denotaba la
tragedia, sus caras serenas y relajadas parecían dormir y compartir el mejor de
los sueños, pero un solo disparo los había partido, se los había arrancados
para siempre, una sola bala había segado sus vidas, más bien tres vidas, no había
duda alguna.
La única duda, para quienes observaban la escena, era si
fueron sorprendidos abrazados y les dispararon o vieron venir a su asesino y él
la abrazó en un desesperado intento de protegerla. En cualquier caso lo que
tampoco dejaba lugar a duda alguna es que aquel abrazo era de amor y muerte.
Pensemos como Salvador Allende: “Los procesos sociales no se
detienen que mucho más temprano que tarde se abrirán las grandes alamedas por
donde pasar el hombre libre para construir una sociedad mejor”.
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