martes, 6 de noviembre de 2012

El vacío silencio, por José García.


Estaba totalmente integrado en el entorno y en el lugar, su aspecto aparentemente no denotaba su procedencia urbana, aunque algunos gestos delataban su origen. Daniel, de cabello corto pero despeinado y descuidada barba, hacia doce años que residía en aquel apartado y pequeño pueblo de la sierra, ocupaba su tiempo en la vieja herrería que utilizaba como taller para modelar sus esculturas metálicas, en las que sobresalían formas de mujer de una insinuante belleza pero que transmitían una cierta melancolía.

Daniel se dispuso a escribir a su mujer, Claudia, como hacia sistemáticamente cada mes desde que vivía en la soledad de aquel lugar, le detallaba de forma minuciosa como transcurría y ocupaba su tiempo, casi siempre sin sobresalto alguno, salvo la visita de algún que otro cliente para realizar o retirar un encargo o trabajo. Le contaba cuanto la echaba en falta, como le gustaría que estuviese a su lado, disfrutando de la paz del lugar, del paisaje y del aprecio de sus gentes, sobre todo le repetía como anhelaba el día que pudieran estar de nuevo juntos.

Hoy sin embargo se extendía con una noticia surgida en Inglaterra, un controvertido anuncio exhibido en los autobuses, que calificaban de ateo y decía “Probablemente Dios no existe, luego disfruta la vida”, y aunque se consideraba católico, la practica nunca fue una prioridad en su vida, pero la polémica desatada le hizo recordar su vida anterior en común, de cómo hubieran reaccionado entonces en esta polémica o si tan siquiera lo hubieran hecho.

Algunos han querido presentar esto como una polémica entre ateos o teístas, le reseñaba, pero dogmatismo aparte, los más, lo que plantean es, exista o no Dios, disfrutar la vida es lícito, y es aquí donde está la radicalidad de la polémica ¿Qué entendemos por disfrutar la vida?

Para muchos es poseer lo material, pasarlo bien, el prestigio, la idolatría del dinero y el poder, ¿te reconoces? ¿nos reconocemos verdad? en esta definición. Sin embargo para otros disfrutar la vida es algo distinto, sin renunciar a cierto bienestar material que el desarrollo te ofrece, en su escala de valores está preferentemente el bienestar social, compartir, participar, construir y contribuir a la justicia social, a la felicidad de los demás. Vista nuestra experiencia, volvía a preguntar, ¿sería ahora esta nuestra opción? ¿o erraríamos de nuevo?

Creo además Claudia que la probable creencia o existencia de Dios es compatible con incertidumbres, dudas y preguntas algunas de difícil explicación en momentos graves de la vida, en los que la simple creencia nos resulta insuficiente y nos lleva a buscar algo más. Se despidió como siempre lamentando no haber estado junto a ella en el prematuro y desdichado parto y que se cobró la vida del hijo que ambos esperaban con ilusión y que supuso un cierto distanciamiento de ambos, aunque él le repetía que nunca dejó de amarla.
Después sentado junto a la lumbre de la chimenea y apurando una copa de coñac recordó, aún en la distancia, como sucedió todo, pues él durante los hechos relatados, se encontraba lejos cerrando jugosos negocios que le reportarían el dinero para satisfacer los caprichos deseados, pero sobre todo para satisfacer el ego de sentirse importante e inteligente por el hecho de poseer más. Claudia aun compartiendo estos criterios con él, no quiso comprender su ausencia y no lograba recuperarse psicológicamente del trauma que para ella supuso la pérdida del deseado hijo.

Pensó que toda la intuición mostrada en lo profesional le falló en lo afectivo, estuvo falto de sensibilidad para comprender que se necesitaban, compartir el dolor y superarlo juntos, creyó que volver a la rutina de inmediato, a sentirse importante y reportar dinero ayudaría a resolver el problema, que así pronto se recuperarían. Por eso no puede dejar de pensar en aquella noche, acababa de llegar al hotel cuando sonó el teléfono, ¿Claudia? Pues apenas oía su voz entrecortada, le costaba articular palabra, ¡Claudia!, insistió, pero apenas logró escuchar un leve gemido o al menos eso le pareció percibir, “no puedo más”, y luego el golpe sordo, seco, que produce un cuerpo cuando cae y choca contra el suelo, volvió a gritar ¡Claudia! ¡Claudia!, solo le contestó el silencio.  

1 comentario:

  1. Me gusta el orden minucioso y la riqueza de vocavulario con que compones tus relatos. Existen muchas maneras de enriquecer la vida. No siempre es con dinero.

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