Todos
los días, Luca conseguía que los dos enamorados se encontraran en el mismo
sitio y casi a la misma hora.
La
relación entre los dos amados era idílica. Él, sin ella no era nada, y ella sin
él tampoco.
Para
propiciar los encuentros entre los dos inseparables enamorados, Luca planeaba a
la perfección la escena. En su cabeza estaba todo diseñado y solo necesitaba pensar bien los actos para
que todo fluyera por sí solo.
La
chispa entre ambos prendió una mañana cualquiera y rutinaria de Luca.
El
celestino se despertó un día más, temprano. Se aseó y se vistió como todos los
veranos para bajar al pequeño bar de
enfrente del portal de su piso situado
en las céntricas calles de Roma, y tras el cappuccino, cremoso de siempre…volvió a su estudio, al
sillón burdeo vintage situado junto al ventanal del salón y desde allí, comenzó
todo.
Daba
igual la hora que fuera, para Luca siempre existía unos minutos o incluso unas horas
perfectas, para propiciar el encuentro entre sus dos amigos. No hacía falta
mucho esfuerzo, pues ya, entre los dos protagonistas principales de esta
historia, existía una atracción. Los dos necesitaban el uno del otro, pero Luca
también necesitaba que aquella historia de amor fuera como el mejor cuento de
hadas.
Pero
el tiempo pasaba…aquel verano dejó en Roma las temperaturas más altas de toda
Italia, y el otoño más triste, provocando la inevitable caída de las hojas que
adornaban los árboles de la ciudad.
El
invierno caló, congeló el agua de las numerosas fuentes de la ciudad eterna y
enfrió los sentimientos de aquel joven enamorado. Luca intento que aquella
chispa que un día prendió, en aquellos dos corazones jóvenes, nunca se
apagara…pero el tiempo hacia mella.
Tarde
o temprano…por el paso del tiempo, o de la vida…la tinta de la pluma de Luca terminaría
por dar sus últimos trazos sobre las suaves hojas de su cuaderno de piel.
Solo tenía que haberse esforzado un poco más para conseguirlo. Es verdad que aunque tú eres el amo de tu pluma, ésta a veces cobra vida y va por libre.
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