lunes, 26 de noviembre de 2012

El idioma de las lágrimas, por María del Mar Quesada.


En Sevilla, 7 octubre de 1998
Estimado  Rafael:
Te presto mi historia.
Como sabes, yo apenas había viajado, excepto para ir con mis padres al pueblo, así que cuando conocí a Erika, la distancia entre Sevilla y Granada fue como una oportunidad de viajar y tener independencia aunque solo fueran los fines de semana. Cuando terminé la carrera, me ofrecieron un contrato de dos años en Zurich. Había solo dos opciones: o me iba solo o me casaba para irme acompañado. La política de inmigración de Suiza era muy restrictiva, si no tenías contrato de trabajo no podías quedarte allí y en un matrimonio de extranjeros solo podía trabajar uno de los cónyuges. Decidí irme solo, pero cuando llevaba solo dos semanas allí,  le pedí a Erika que se casara conmigo. La distancia entre Sevilla y Granada era salvable, pero más de  2.000 kilómetros de distancia y vernos cada tres meses eran demasiado sacrificio para mí. Yo estaba tan enamorado de Erika que estaba dispuesto a pisotear unos de mis principios: no casarme. Me casé con ella porque sentía que ella era mi  presente, mi futuro, mi vida. Planteamos una boda rápida y nos fuimos con las maletas llenas de abrigos y de ilusiones. Aterrizamos  en un país donde se hablaban tres idiomas oficiales y ninguno era el inglés, que era en el único en que nos defendíamos. Pronto descubriría que precisamente el idioma sería el primer escollo que nos encontraríamos en nuestra vida diaria.

Cambiamos nuestra ciudad por las montañas de Heidi. En pleno agosto nos encontramos  con las montañas nevadas, aire puro y limpio, casas de madera con tejados a dos aguas y ventanas llenas de flores. Un clima que te permitía disfrutar de esa belleza durante todas las horas del día.  Toda la maravilla visual del paisaje y la mujer de mis sueños, me hacían el hombre más completo, no podía pedir nada más. Después de instalarnos en Zurich, nos apuntamos juntos a un curso de alemán. Un par de meses después tuve que dejar las clases, en mi trabajo no tenía problemas de comunicación y me faltaban horas. Erika continuó asistiendo al curso por las mañanas, aunque no le gustaba.

Cuando el otoño llegó y la temperatura dejo de ser suave para convertirse en congeladora, Erika empezó a pasarlo mal, no entendía la televisión y las horas de soledad, desde las 7  hasta las 6 de la tarde comenzaron a pasarle factura. Una compañera  del laboratorio me comentó que iba a un bar donde enseñaban bailes latinos y casi todos los profesores y alumnos hablaban español. Me pareció una buena idea, a Erika le gustaba bailar, sin embargo mi sentido del ritmo es el mismo que el de una tortuga, para mí el baile era y es un suplicio, pero yo antepuse su felicidad a mi fastidio.  Comenzamos a ir los sábados por la tarde y gastábamos las horas bailando. Yo lo que quería era viajar, así que tenía que plantear  para los fines de semana viajes cortos, pues había que volver para bailar. Mi convencimiento era simple, si ella se era feliz, yo también. Un día Erika me comentó que quería ir tres días a la semana  a las clases de baile, yo le dije que para mí entre semana era imposible por el trabajo y porque estaría cansado, no sería buena pareja de baile. La convencí para que ella fuera sola, allí no tendría problemas para comunicarse.

Así transcurrió más de un año. Un domingo ya de vuelta en casa nos llamó su madre para comunicarnos que a su padre le habían diagnosticado cáncer y estaba muy avanzado, Erika decidió viajar para estar con su padre. Me tuve que acostumbrar a estar solo,  a estar sin Erika. Un mes  después me llamó para decirme que a su padre le quedaban días y fui con ella.

Una vez que pasó el entierro volvimos a Zurich, llegamos un domingo por la noche. Erika no había hablado en todo el vuelo, yo la dejé vivir su dolor en mi compañía. Cuando llegamos a casa dejamos las maletas en el dormitorio, vi que Erika tenía lágrimas en los ojos fui abrazarla para consolarla y cuando iba a acercarla a mí, me puso las manos en el pecho y  me apartó de ella, la miré un poco confuso, ella bajó los ojos y me dijo “No quiero seguir contigo, quiero que nos separemos”. Yo me quedé petrificado, con mi mano en su barbilla alcé su rostro, ella leyó la confusión en mi mirada y repitió con voz firme y mirada fría “Sí, has oído bien, quiero que nos separemos”.  No fui capaz de decir nada. De pronto, comenzaron a brotar lágrimas de plomo del fondo de mi corazón. No daba crédito a lo que había oído. No fui capaz de hacer salir mi voz, así que salí yo de aquella habitación y me fui a la calle con el frío del invierno y de la noche. Necesitaba que el frío helado me despertara de aquella pesadilla. Tenía que pensar, tenía que saber qué preguntar, cómo preguntarlo y sobre todo tenía que convencerla de que no podíamos separarnos, nos amábamos, yo la amaba.

No sé el tiempo que estuve deambulando por las calles nevadas, cuando recordé que había dejado una conversación a medias, tenía que acabarla para abrazarnos y  hacer el amor. Corrí para llegar a nuestra casa cuanto antes, cuando abrí la puerta, todo estaba oscuro, pensé que Erika se había dormido y así evitar la conversación, miré en el dormitorio sin hacer ruido, palpé la cama y ella no estaba, encendí la luz y sus maletas tampoco estaban, en su lugar había una pequeña nota que decía:

Lo siento, pero no quiero seguir contigo, no hay vuelta atrás, se me han agotado el amor y las ganas de estar contigo.  No me busques, mi abogada se pondrá en contacto contigo para preparar el divorcio.

¿Se acabó?  Solo pensarlo me dolía, era un dolor tan fuerte como si se me clavaran garras en el alma. De nuevo unas lágrimas violentas y  pesadas comenzaron a brotar, igual que en tu poema: <No es el llanto por el llanto/ No es el llanto porque haya ganas/ Es que hay heridas que arrancan/ lágrimas desesperadas, /tristezas del corazón/ y humillaciones del alma>

No recuerdo nada de lo ocurrido en los siguientes días. Solo era consciente de que mi futuro feliz se había acabado, sin saber cuándo y cómo había ocurrido. Tardé meses en recuperar la confianza en mí mismo. Nunca pude averiguar cuándo y cómo pasó,  pues ella se encargó de que no me llegara ninguna información, lo único que me llegó fue la notificación de petición de  divorcio.

Evidentemente, con la distancia en el tiempo y ya de vuelta, tengo la certeza de que hubo un quién, mi duda es saber si hablaba español o alemán. 

Un abrazo amigo

3 comentarios:

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