En Sevilla, 7 octubre de 1998
Estimado Rafael:
Te presto mi historia.
Como sabes, yo apenas había viajado,
excepto para ir con mis padres al pueblo, así que cuando conocí a Erika, la
distancia entre Sevilla y Granada fue
como una oportunidad de viajar y tener independencia aunque solo fueran los
fines de semana. Cuando terminé la carrera, me ofrecieron un contrato de dos
años en Zurich. Había solo dos opciones: o me iba solo o me casaba para irme
acompañado. La política de inmigración de Suiza era muy restrictiva, si no
tenías contrato de trabajo no podías quedarte allí y en un matrimonio de
extranjeros solo podía trabajar uno de los cónyuges. Decidí irme solo, pero
cuando llevaba solo dos semanas allí, le
pedí a Erika que se casara conmigo. La distancia entre Sevilla y Granada era
salvable, pero más de 2.000 kilómetros
de distancia y vernos cada tres meses eran demasiado sacrificio para mí. Yo
estaba tan enamorado de Erika que estaba dispuesto a pisotear unos de mis
principios: no casarme. Me casé con ella porque sentía que ella era mi presente, mi futuro, mi vida. Planteamos una
boda rápida y nos fuimos con las maletas llenas de abrigos y de ilusiones.
Aterrizamos en un país donde se hablaban
tres idiomas oficiales y ninguno era el inglés, que era en el único en que nos
defendíamos. Pronto descubriría que precisamente el idioma sería el primer
escollo que nos encontraríamos en nuestra vida diaria.
Cambiamos nuestra ciudad por las
montañas de Heidi. En pleno agosto nos encontramos con las montañas nevadas, aire puro y limpio,
casas de madera con tejados a dos aguas y ventanas llenas de flores. Un clima
que te permitía disfrutar de esa belleza durante todas las horas del día. Toda la maravilla visual del paisaje y la
mujer de mis sueños, me hacían el hombre más completo, no podía pedir nada más.
Después de instalarnos en Zurich, nos apuntamos juntos a un curso de alemán. Un
par de meses después tuve que dejar las clases, en mi trabajo no tenía
problemas de comunicación y me faltaban horas. Erika continuó asistiendo al
curso por las mañanas, aunque no le gustaba.
Cuando el otoño llegó y la
temperatura dejo de ser suave para convertirse en congeladora, Erika empezó a
pasarlo mal, no entendía la televisión y las horas de soledad, desde las 7 hasta las 6 de la tarde comenzaron a pasarle
factura. Una compañera del laboratorio
me comentó que iba a un bar donde enseñaban bailes latinos y casi todos los
profesores y alumnos hablaban español. Me pareció una buena idea, a Erika le
gustaba bailar, sin embargo mi sentido del ritmo es el mismo que el de una
tortuga, para mí el baile era y es un suplicio, pero yo antepuse su felicidad a
mi fastidio. Comenzamos a ir los sábados
por la tarde y gastábamos las horas bailando. Yo lo que quería era viajar, así
que tenía que plantear para los fines de
semana viajes cortos, pues había que volver para bailar. Mi convencimiento era
simple, si ella se era feliz, yo también. Un día Erika me comentó que quería ir
tres días a la semana a las clases de
baile, yo le dije que para mí entre semana era imposible por el trabajo y
porque estaría cansado, no sería buena pareja de baile. La convencí para que
ella fuera sola, allí no tendría problemas para comunicarse.
Así transcurrió más de un año.
Un domingo ya de vuelta en casa nos llamó su madre para comunicarnos que a su
padre le habían diagnosticado cáncer y estaba muy avanzado, Erika decidió
viajar para estar con su padre. Me tuve que acostumbrar a estar solo, a estar sin Erika. Un mes después me llamó para decirme que a su padre
le quedaban días y fui con ella.
Una vez que pasó el entierro
volvimos a Zurich, llegamos un domingo por la noche. Erika no había hablado en
todo el vuelo, yo la dejé vivir su dolor en mi compañía. Cuando llegamos a casa
dejamos las maletas en el dormitorio, vi que Erika tenía lágrimas en los ojos
fui abrazarla para consolarla y cuando iba a acercarla a mí, me puso las manos
en el pecho y me apartó de ella, la miré
un poco confuso, ella bajó los ojos y me dijo “No quiero seguir contigo, quiero que nos separemos”. Yo me quedé
petrificado, con mi mano en su barbilla alcé su rostro, ella leyó la confusión
en mi mirada y repitió con voz firme y mirada fría “Sí, has oído bien, quiero que nos separemos”. No fui capaz de decir nada. De pronto,
comenzaron a brotar lágrimas de plomo del fondo de mi corazón. No daba crédito
a lo que había oído. No fui capaz de hacer salir mi voz, así que salí yo de
aquella habitación y me fui a la calle con el frío del invierno y de la noche.
Necesitaba que el frío helado me despertara de aquella pesadilla. Tenía que
pensar, tenía que saber qué preguntar, cómo preguntarlo y sobre todo tenía que
convencerla de que no podíamos separarnos, nos amábamos, yo la amaba.
No sé el tiempo que estuve
deambulando por las calles nevadas, cuando recordé que había dejado una conversación
a medias, tenía que acabarla para abrazarnos y
hacer el amor. Corrí para llegar a nuestra casa cuanto antes, cuando
abrí la puerta, todo estaba oscuro, pensé que Erika se había dormido y así
evitar la conversación, miré en el dormitorio sin hacer ruido, palpé la cama y
ella no estaba, encendí la luz y sus maletas tampoco estaban, en su lugar había
una pequeña nota que decía:
Lo siento, pero no quiero seguir contigo, no hay vuelta atrás, se me
han agotado el amor y las ganas de estar contigo. No me busques, mi abogada se pondrá en
contacto contigo para preparar el divorcio.
¿Se acabó? Solo pensarlo me dolía, era un dolor tan
fuerte como si se me clavaran garras en el alma. De nuevo unas lágrimas
violentas y pesadas comenzaron a brotar,
igual que en tu poema: <No es el
llanto por el llanto/ No es el llanto porque haya ganas/ Es que hay heridas que
arrancan/ lágrimas desesperadas, /tristezas del corazón/ y humillaciones del
alma>
No recuerdo nada de lo ocurrido
en los siguientes días. Solo era consciente de que mi futuro feliz se había acabado,
sin saber cuándo y cómo había ocurrido. Tardé meses en recuperar la confianza
en mí mismo. Nunca pude averiguar cuándo y cómo pasó, pues ella se encargó de que no me llegara
ninguna información, lo único que me llegó fue la notificación de petición
de divorcio.
Evidentemente, con la distancia
en el tiempo y ya de vuelta, tengo la certeza de que hubo un quién, mi duda es
saber si hablaba español o alemán.
Un abrazo amigo
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