Me parece mentira, que yo, una
fría, práctica y calculadora empresaria,
vuelva a mi tierra a cumplir una promesa que hice hace, ¿treinta, años?,
a un ser inexistente..
A lo largo de estos años, mi
intuición o mi sexto sentido, como dicen algunos, me ha servido para salir
airosa de muchas situaciones, por eso creo que mi memoria guarda de alguna
manera, la evidencia de que aquel suceso
no fue fruto de mi imaginación, sobre todo cuando toco el colgante que desde
entonces llevo al cuello.
Recuerdo que no paré de incordiar
a mi madre hasta que conseguí que me lo engarzaran y le gravasen una fecha:
cuatro de junio de 2012, ¡Hoy! Mi madre decía que en las inscripciones se ponen
fechas de momentos importantes, que deseas recordar, nunca, una fecha de dentro
de treinta años, pero tanto insistí que al final se rindió ante mi tozudez.
Las personas creen en amuletos,
talismanes, u objetos que le trasmiten un efecto mágico que aleja el mal o
atrae el bien. El mío es un trozo de esquisto con dos pequeñísimos granates. Me dijeron que procedía de la
sierra. Cuando lo llevaron al joyero no permití que los tocaran, la piedra en
sí no vale nada, ¡Pero en el catálogo del "valor" de las cosas,
existen muchos capítulos como el
comercial, el artístico, o el que cada uno le otorga a aquello que le acontece
en la vida, o que le rodea. Para mí, el colgante que llevo al cuello, me ha
aportado, a veces, la fuerza suficiente para
abordar la vida. Por lo menos eso he estado creyendo yo.
Salí esta mañana de Madrid. Mi
marido Oscar, y Gema de seis años se quedaron durmiendo en la cama de
matrimonio, Nuestra hija acurrucada contra su padre, el gran osito, como lo
llama ella, me imagino que por el vello que tiene. Últimamente la niña tiene
pesadillas, creo que es por su gran imaginación. Su padre dice que ha salido a
mi.
Ya veo Sierra Nevada, ¡Cuántos
años desde que me fui de mi tierra! Me hubiera gustado que me acompañara mi
familia pero hay asuntos que una debe resolver sola, y uno de ellos es
enfrentarse a determinadas fantasías y demostrarse que sólo son fantasías. Nada
más. ¡Bueno! Esto lo pienso mientras
acaricio el talismán, gesto que acostumbro hacer cuando necesito concentrarme.
Ahora camino por mi antiguo
barrio, la Plaza de la Trinidad, con sus dibujos de piedra, su fuente, y los
gigantescos árboles, que ahora que los veo, no son tan gigantes. Después subo
por la cuesta de Gomérez que me llevará
a la Alhambra y no la encuentro tan empinada como cuando era niña, pero sí cargada de recuerdos.
Recuerdos que se agolpan en mi
cabeza y fluyen como el agua que baja por las acequias, a ambos lado de la
carretera, queriéndome mostrar que están ahí, saltando en mi cabeza, como las
gotas que chocan con las piedras, debido a la fuerza que adquiere la corriente
por el desnivel de la cuesta.
Y veo a una niña de diez años,
con un vestidito amarillo, las manos
metidas en los bolsillos, mirando a un lado y otro, llorando.
Esa niña soy yo, perdida en el
laberinto que hay en el Generalife. En ese momento quiero
que mis hermanos me encuentre, ya no me gusta jugar al escondite. Me
siento en un banco de espaldas a los setos, cansada de correr a ver si
reconozco entre la gente despreocupada a
mis padres o mis hermanos.
Noto una brisa que se levanta con
suavidad, trayendo un intenso olor a rosas y jazmines. En ese momento escucho
un llanto más fuerte que el mío, vuelvo la cabeza y está ahí. Y me sorprendo,
como únicamente lo puede hacer un niño, que aún la fantasía ocupa gran parte de
sus pensamientos: estoy viendo, un viejo, viejísimo de unos doscientos o
trescientos años. Viste una túnica marrón y un turbante negro, arrastra unas alforjas de muchos colores. Me
restriego los ojos y sigue detrás del banco, agachado y recogiendo con sus
pequeños dedos, una a una, piedrecitas
blancas que se encuentra repartidas por todo el suelo. Las mete en las bolsas.
Me bajo del banco de un salto, y
me acerco a esa persona tan pequeña. Le pregunto que qué hace, y cuando se
percata de mi presencia se cae de culo, con lo que me provoca mi risa, mi miedo
ha desaparecido, todo lo que me rodea se ha alejado de golpe, sólo él, el aroma
a flores y yo.
Le pregunto que porqué llora de
esa manera, y él me contesta que está maldito, castigado, corrige cuando ve mi
expresión de ingenuidad. Qué hace muchos, muchos años, fue un gran mercader que
prestaba dinero y después le tenían que devolver muchísimo más, qué con su
egoísmo hizo mucho daño a sus vecinos. El mago de la corte del sultán, alertado
de su avaricia, le maldijo, a recoger tantas piedras como lágrimas había
provocado. Sólo tendría un día, ¡Un día cada treinta años!., el resto del
tiempo deambularía como alma en pena por aquel palacio Desde entonces había
conseguido acumular un buen montón de piedras, pero no era suficiente, y estaba
cansado, quería dormir de una vez. Le pregunto si yo le puedo ayudar mientras
que le lleno las alforjas de piedras.
Anochece y me coge las manos con las suyas callosas, al tiempo
que me dice -Lleva esta piedra contigo, y devuélvemela en este mismo sitio,
dentro de treinta años- Sus ojos se agrandan y brillan, noto como la fuerza de sus manos se debilita, y su
cuerpo va desapareciendo, le contesto con determinación ¡Vale!..,
Me encontraron dormida encima del
banco. No hubo regaños, sólo besos y
abrazos. Cogida de las manos de mis padres
salí de la Alhambra. Detrás se quedaba el Generalife, sus fuentes, sus
flores, sus leyendas.
¿Leyendas?.., De vez en cuando, camino de mi casa, me
soltaba de la mano de mi madre y metía la mano en el bolsillo, agarraba con fuerza
una piedra que desprendía calor..,
Se hace tarde, llevo dos horas
esperando, en el mismo banco de aquella vez, miro a mi alrededor escéptica y
resignada.
¡No vendrá!, ¡Todos estos años,
amasando la duda...!, Ha sido un bonito sueño, ¡Pero era de suponer, que
aquella historia la soñé!. De todas formas me lo tenía que demostrar y además
lo había prometido aunque fuera a mi misma. Si algo me ha hecho digna de
confianza en el mundo empresarial es que soy consecuente con mis actos, y rara
vez incumplo una promesa.
¡Es la hora! Me late el corazón,
me tiemblan las manos cuando abro el
broche del colgante de mi amuleto. No me extraña la fuerza que desprende, casi me quema la piel,
y la atracción que emana la piedra actúa como un imán en mi cuerpo. Sospecho
que es energía, estoy segura que no es
ninguna figuración. La sostengo durante un rato en mi mano, mirándola por
última vez. Está muy caliente. La deposito a mi lado encima del banco, miro al
frente pero mi mano apoyada en el frío
mármol no acababa de alejarse de ella,
al final me levanto lentamente.
Me va a costar acostumbrarme a su
ausencia, sin embargo no tengo miedo a que me abandone la suerte. Seguirán
habiendo momentos buenos y otros no tan buenos, pero soy una luchadora, no me
rindo fácilmente porque la fuerza no está en la piedra, está en mi interior y en los que me rodean.
Me coloco en el cuello un pequeño corazón de oro, dentro dos minúsculas fotos
con las imágenes de mis talismanes reales, mi marido y mi hija, esos dos
granates que están fundidos con mi corazón, que son el eje de mi vida.
Sopla una tenue brisa que hace
moverse levemente los setos que tengo detrás, y bailar los papelillos que
duermen en el suelo, desde el fondo de mis recuerdos se despierta una suave
fragancia a rosas y jazmines.
Es entonces cuando vuelvo la
cabeza.
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