lunes, 12 de noviembre de 2012

Estudio para piano, número 8, por Carlos J. Fernández.



El último día que fue visto con vida, el pianista Jánecek, según algunos testigos, se comportó de forma extraña. Darina, la secretaria del teatro nacional, donde Jánecek acudía cada tarde a ensayar con la orquesta, dijo verlo llegar distraído, tanto que apareció con una bata de andar por casa y una bufanda de crochet ciñendo su cuello. Darina, a la que ya le era familiar el temperamento extravagante de algunos músicos, pensó que aquello no era tan raro y saludó a Jánecek con una sonrisa de circunstancias.
 El clarinetista, Miroslav, que se cruzó con él en el vestuario, declaró ante la policía haberle visto ya correctamente vestido para el ensayo general a excepción, eso sí, de la bufanda, que mantenía tan ceñida al cuello que más parecía un vendaje que una prenda de abrigo. El clarinetista Miroslav no simpatizaba con Jánecek, al que consideraba un tipo altivo y ausente. En realidad toda la sección de viento estaba enfrentada con el pianista porque Jánecek era asmático y, aunque sólo lo reconocen entre ellos, se dice que los músicos de viento, detestan a los asmáticos.
 "Era un hombre que alternaba períodos de gran efusividad con otros de profunda melancolía” declaró Novak, amigo en otro tiempo de Jánecek y líder de los percusionistas, quien tocaba el triángulo en la orquesta y había compartido, años atrás una amante con el pianista muerto. De aquella tortuosa relación a tres bandas había resultado una amistad rota, una joven violonchelista despechada, que amagó con un lírico intento de suicidio y una guerra abierta entre la sección de cuerda y la de percusión,  Sobre todo desde que Jánecek, en clara alusión maliciosa hacia los percusionistas, declarase públicamente que poco se puede esperar de quien estudia ocho años de solfeo para acabar haciendo chocar dos platillos.
 Este ambiente enrarecido en el seno de la orquesta, no hacía más que azuzar las sospechas de János Balcar, el melómano inspector de la policía, comisionado para investigar el asesinato del primer pianista, cuyo cuerpo se había hallado días atrás en su domicilio, estrangulado con una cuerda de piano de alambre de acero.
 Por boca de Karélin, el director de la sinfónica, Balcar supo del extravagante episodio musical que Jánecek llevó a cabo al final aquel ensayo, la tarde en la que fue visto con vida por última vez: “Casi habíamos terminado –relató Karélin- yo daba las últimas indicaciones para el concierto del día siguiente. De repente, de manera extemporánea, el pianista arrancó a tocar con furia, como poseído. La extraña pieza que hacía sonar era una amalgama de notas aparentemente inconexas, ausentes de armonía, descolgadas y mecánicas. Jánecek estaba muy agitado, golpeaba las teclas, desarrollando una melodía que parecía desmayarse por momentos pero que remontaba después en una espiral de notas que se replegaban sobre sí, como puertas que se cierran. En los ojos profundos y grises del pianista se retraía un brillo cada vez más apagado, parecía que aquella música agitaba densos fantasmas en él.
 El inspector Balcar estaba cada vez más confuso, la escena que Karélin relató de manera tan sugestiva no hacía más que acrecentar el misterio de todo lo que gravitaba en torno a la muerte del pianista.
 La próxima declaración de Radek Brevsky tenía que arrojar alguna luz sobre todo aquello. Brevsky era el principal sospechoso en la mente de todos. El inspector no podía sino esperar que su declaración delatase, de manera consciente o no, algún indicio que le condujese a resolver el caso. Como asiduo espectador del Auditorio Nacional de Praga, sabía muy bien quien era Radek Brevsky, o mejor, quien había sido. Si bien ahora era el director musical del teatro, hace unos años había sido un joven pianista, que comenzaba a ser aclamado como el intérprete más prometedor del país. Por méritos propios se había hecho con el puesto de primer pianista en la orquesta Sinfónica de Praga. Pero la desgracia quiso que durante una jornada de caza la escopeta le reventara sobre la mano que sostenía el cañón mientras disparaba. Como consecuencia de ello resultó la amputación de dos dedos en la mano izquierda de Brevsky y, por tanto, el final de su brillante carrera como intérprete de piano. La investigación posterior concluyó que de manera accidental o premeditada alguien había manipulado el arma, ya que el cañón había sido obstruido. En aquella historia destacaba el hecho curioso de que Jánecek, gran aficionado a la escopeta, estaba también presente en aquella jornada de caza, tan sólo a unos metros de donde tuvo lugar el suceso. Tras el accidente de Brevsky, Jánecek, que era el segundo pianista de la orquesta, pasó a ocupar el primer puesto.
 La melancolía natural en el carácter de Brevsky se había acentuado notablemente tras su desgracia. Ahora su espíritu languidecía entre las incontables tareas burocráticas que le retenían hasta altas horas de la noche en el teatro. Gracias sin embargo a dichas tareas pudo quedar, en principio, libre de sospecha, puesto que varios testigos, corroboraron la coartada de Radek Brevsky, quien dijo al inspector que la noche en que Jánecek fue asesinado,  permaneció trabajando hasta muy tarde para quedarse dormido finalmente,  sobre el sofá de su despacho en el teatro, donde despertó a la mañana siguiente.
 Pero lo que desató el interés del público fueron las declaraciones a la prensa del Profesor Kubelik, eminente teórico musical y Doctor en teosofía quien acudía regularmente a los ensayos de la orquesta nacional.
 Kubelik había presenciado también la desbocada interpretación que desató Jánecek al final del último ensayo: “Al principio me sentí confundido por aquella melodía tan extraña, y su tonalidad quedó en mi mente, suspendida largo tiempo. Cuando supe de la muerte del pianista resolví repentinamente el misterio de aquella música. Lo que Jánecek ejecutó aquella tarde fue sin duda el estudio para piano número ocho de Alexander Scriabin. Pero nadie lo reconoció porque en realidad lo interpretó al revés, es decir yendo desde la última nota a la primera. Esta obra de Scriabin guarda un significado esotérico. Leída al revés su partitura invoca un ritual de regresión del alma a su matríz original, como tránsito necesario antes de un nuevo renacimiento. Francamente pienso que el ser que acudió aquella tarde al ensayo era ya sólo el fantasma de Jánecek, su espectro oficiando el ritual necesario para conducir su alma a la eternidad.”
 El impacto de estas palabras en la opinión pública, siempre ávida de emociones fuertes no perturbó sin embargo, la mente del inspector Balcar quien para entonces ya sabía quien era el asesino del primer pianista de la  orquesta sinfónica de Praga.

4 comentarios:

  1. Carlos, como siempre me gusta tu relato,por el contenido y la forma de relatarlo, además de mis temas preferido, de investigación policiaca. Tengo como varios sospechosos.

    He puesto anónomo, pero soy matilde

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  2. Genial. Digno de una historia de Sherlock Holmes.

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  3. El principio ya me gustó. El resto, como siempore extraordinario. Felicidades.

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