¡Que día más bonito, Nala! Estoy aquí tumbada en medio de la calle, mirando al cielo, pero no siento vergüenza, ni me importa. La gente, en cambio, se agita a mi alrededor como cuando las hormigas rodean un trocito de pastel. Me hace gracia.
Hace unos minutos también me parecían hormiguitas, pero estaba preocupada porque me descubriera alguna enfermera. Era la novena planta del Hospital. Abrí con cuidado la ventana y me deslicé como una gata por el alféizar. Bueno, como una gata con artritis. Luego me levanté, mis pies se despegaron del edificio y comencé a volar.
Mas vale tarde que nunca... Marco se reía de mí cuando le contaba cuánto deseaba poder volar. Pero si pudiera pedir otro deseo, me gustaría ver otra vez a Marco. Nunca olvidaré aquella fría mañana cuando me despertaste gimoteando porque no lograbas convencerlo de que te sacara a pasear.
Fué su único fallo. Aquel día. Siempre se podía contar con él. De seguro que habría sabido cómo solucionar los problemas financieros del negocio. Luego perdimos el piso y no quise quedarme con Paula y la pequeña Andrea. Ellas tenían ya su vida resuelta y no quería que tuvieran que cargar con su madre. Así que cogí mi vieja mochila y me fuí contigo.
¡Cuántos caminos habremos recorrido desde entonces! Al principio te costaba seguirme. Si te perdía de vista unos segundos te ponías a brincar en un campo de girasoles o intentabas cazar mariposas... Ahora eres más tranquila, pero todavía te gusta jugar con los aspersores de los parques. Nos hemos hecho grandes amigas.
Hubo algún que otro momento difícil. No pocas noches las pasé tiritando de frío abrazada a tí. Y otras tantas me salvaste de yonkis y rateros. Aún recuerdo tus quejidos cuando te pincharon aquellos malnacidos.
Pero los ratos buenos superan a los malos. ¿Cuántos bocadillos de calamares nos habremos comido antes de acurrucarnos en nuestra casita de cartón?
Nala, ya no puedo cuidar de ti. La Doctora me ha dicho que me quedan pocas semanas de vida, que llamara a mis seres queridos. Pero a mí no me gustan las esperas, y solo necesito despedirme de tí. Tu has sido mi mejor amiga. Nunca me abandonaste. Siento que no puedas decir lo mismo de mí. Ojalá encuentres a alguien que te cuide. Te he atado a este árbol con un cartel que dice “SI HACES DAÑO A ESTA PERRA SU DUEÑA REGRESARÁ DE ENTRE LOS MUERTOS Y TE LO HARA PAGAR”. Ahora me voy. Adios, Nala.
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