lunes, 19 de noviembre de 2012

Entre todos, por José García.



Roberto había cumplido los 27 años y aunque pudiéramos considerar que alcanzó la edad adulta y cierta estabilidad personal, aún le asaltan momentos de ansiedad, soledad, tristeza, reminiscencia de su época adolescente. Una época de sueños y proyectos, pero también de adaptación social y presiones, de sentirse atrapado en normas que otros establecen, en un mundo en conflicto, en una sociedad competitiva, meritocratica y cuantitativa. Tenía unos días de descanso y se disponía a disfrutarlos junto al mar, aquella mañana había salido a dar un paseo antes de tomar el desayuno, el aire le llegaba húmedo impregnado de minúsculas gotas de agua que se desprendían de las olas al chocar contra las rocas, casi inconscientemente fijó su mirada en el carrusel que formaban las olas y en ese ir y venir quedó abandonado junto a su memoria. En esos momentos le afloraron aquellos otros de la escuela, sobre los que versó la conversación del grupo la noche anterior, a él personalmente le habían lastrado en su formación y recordó aquello que alguien escribió en alusión al sistema educativo, parodiando la entrada de todas las historietas de Asterix: “1.999. Toda la comunidad educativa está invadida por el imperio de la productividad”. ¿Por qué?, se preguntó, como en otras ocasiones. Al tiempo que se hacía algunas reflexiones.

Porque se ha de considerar al niño como un instrumento más al servicio del mercado del trabajo, porque no hacer una escuela más humana, más alegre, al servicio del niño como persona, porque no considerar la enseñanza, la educación, la escuela, un derecho. No una obligación, un trámite, que ha de padecer todo ser en la infancia para aprender a ser adulto, además el adulto que los demás queremos.

Aún le martillean aquellas observaciones, faltas de toda sensibilidad pedagógica, de la tutora de 2º de ESO, tenía entonces 13 años.

-¡Sois el peor curso que he tenido!, ¡A mí me da igual, pronto me jubilaré!, ¡Estoy deseando perderos de vista!, ¡No servís para nada!, ¡El día de mañana no seréis nadie!, ¡Os veré a todos vendiendo pañuelos en los semáforos!-

 Y no pudo evitar el recuerdo de Raúl, “el avispa”, le llamaban así por su delgadez, su nariz aguileña e inquietud, siempre un poco alocado revoleteando constantemente, como queriendo eludir cualquier encuentro con el mundo real del que intentaba huir permanentemente. A veces comentaba atormentado.

- ¡ojú quillo!, mis viejos me tienen agobiao, to el día dale que dale con la misma retahíla, “que voy hacer el día de mañana, que me voy a enterar lo que vale un peine, que si fíjate en fulanito o menganito, siempre comparando”, ¡tío! Este mundo es una puta mierda, a ver si me muero y me quito de to.-  

Aquel trimestre no había entregado aún las notas a sus padres, dándoles todo tipo de escusas, estos le habían advertido que si no las traía irían a la escuela por ellas, ese día andaba un tanto atolondrado aunque no parecía presagiar nada diferente de otras ocasiones, varios compañeros le habían gastado bromas como de costumbre, ya se sabe, “bromas inocentes”. En un momento dijo- ¡ahora vengo! Tengo que hacer un mandao,- lo que nadie podía imaginar entonces es que Raúl “el avispa” había decidido hacer su último vuelo, fue sobre la carretera, desde el paso elevado. En los días siguientes todos los compañeros de la escuela visitaron el lugar y depositaron flores en su recuerdo, aquel día vestía un chándal blanco NIKE con unas zapatillas deportivas blancas y negras, ropas que su padre tuvo que identificar entre un ataque de nervios y de incredulidad, ese día Carmen, la trabajadora encargada de la limpieza en la escuela, dijo” los niños son muy crueles”.

Algo le sacó de la abstracción en que se encontraba, ¡Roberto!, era Marta que le llamaba. Marta, ultimaba sus estudios de Sociología de la Educación y le había acompañado a pasar esos días junto al mar, cuando llegó a él le dijo,-“¿dónde estabas?, parecías ausente”-“me quedé colgado en el vaivén de las olas”-le contestó él-“aún sigues dándole vueltas a la conversación de anoche”, “sabes, cuando hablamos de cultura pedagógica, fue Fabricio Caivano quien dijo allá por 1.992 siendo director de la revista Cuadernos de Pedagogía la frase en cuestión sobre esperanzas utópicas”.

“Las ideas pedagógicas sufren la misma crisis de valores que el resto de la sociedad, sin embargo, quedan aún muchos educadores que creen que debajo de los adoquines pueden encontrarse playas”.

Se miraron a los ojos llenos de esperanza y abrazados volvieron sobre sus pasos.

1 comentario:

  1. Sociedad competitiva, meritocrática y cuantitativa. !Qué derroche de calificativos! Me encanta. Creo que a los hijos los debemos educar los padres, no los colegios. Infundirles confianza en ellos mismos, autoestima y hacerlos sentir queridos. Con este bagaje difícilmente le podrán hacer daño.

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