Roberto había cumplido los 27 años y aunque pudiéramos
considerar que alcanzó la edad adulta y cierta estabilidad personal, aún le
asaltan momentos de ansiedad, soledad, tristeza, reminiscencia de su época
adolescente. Una época de sueños y proyectos, pero también de adaptación social
y presiones, de sentirse atrapado en normas que otros establecen, en un mundo
en conflicto, en una sociedad competitiva, meritocratica y cuantitativa. Tenía
unos días de descanso y se disponía a disfrutarlos junto al mar, aquella mañana
había salido a dar un paseo antes de tomar el desayuno, el aire le llegaba
húmedo impregnado de minúsculas gotas de agua que se desprendían de las olas al
chocar contra las rocas, casi inconscientemente fijó su mirada en el carrusel
que formaban las olas y en ese ir y venir quedó abandonado junto a su memoria.
En esos momentos le afloraron aquellos otros de la escuela, sobre los que versó
la conversación del grupo la noche anterior, a él personalmente le habían
lastrado en su formación y recordó aquello que alguien escribió en alusión al
sistema educativo, parodiando la entrada de todas las historietas de Asterix:
“1.999. Toda la comunidad educativa está invadida por el imperio de la productividad”.
¿Por qué?, se preguntó, como en otras ocasiones. Al tiempo que se hacía algunas
reflexiones.
Porque se ha de considerar al niño como un instrumento más al
servicio del mercado del trabajo, porque no hacer una escuela más humana, más
alegre, al servicio del niño como persona, porque no considerar la enseñanza,
la educación, la escuela, un derecho. No una obligación, un trámite, que ha de
padecer todo ser en la infancia para aprender a ser adulto, además el adulto
que los demás queremos.
Aún le martillean aquellas observaciones, faltas de toda
sensibilidad pedagógica, de la tutora de 2º de ESO, tenía entonces 13 años.
-¡Sois el peor curso que he tenido!, ¡A mí me da igual,
pronto me jubilaré!, ¡Estoy deseando perderos de vista!, ¡No servís para nada!,
¡El día de mañana no seréis nadie!, ¡Os veré a todos vendiendo pañuelos en los
semáforos!-
Y no pudo evitar el
recuerdo de Raúl, “el avispa”, le llamaban así por su delgadez, su nariz
aguileña e inquietud, siempre un poco alocado revoleteando constantemente, como
queriendo eludir cualquier encuentro con el mundo real del que intentaba huir
permanentemente. A veces comentaba atormentado.
- ¡ojú quillo!, mis viejos me tienen agobiao, to el día dale que
dale con la misma retahíla, “que voy hacer el día de mañana, que me voy a
enterar lo que vale un peine, que si fíjate en fulanito o menganito, siempre
comparando”, ¡tío! Este mundo es una puta mierda, a ver si me muero y me quito
de to.-
Aquel trimestre no había entregado aún las notas a sus padres,
dándoles todo tipo de escusas, estos le habían advertido que si no las traía
irían a la escuela por ellas, ese día andaba un tanto atolondrado aunque no
parecía presagiar nada diferente de otras ocasiones, varios compañeros le
habían gastado bromas como de costumbre, ya se sabe, “bromas inocentes”. En un
momento dijo- ¡ahora vengo! Tengo que hacer un mandao,- lo que nadie podía
imaginar entonces es que Raúl “el avispa” había decidido hacer su último vuelo,
fue sobre la carretera, desde el paso elevado. En los días siguientes todos los
compañeros de la escuela visitaron el lugar y depositaron flores en su
recuerdo, aquel día vestía un chándal blanco NIKE con unas zapatillas
deportivas blancas y negras, ropas que su padre tuvo que identificar entre un
ataque de nervios y de incredulidad, ese día Carmen, la trabajadora encargada
de la limpieza en la escuela, dijo” los niños son muy crueles”.
Algo le sacó de la abstracción en que se encontraba,
¡Roberto!, era Marta que le llamaba. Marta, ultimaba sus estudios de Sociología
de la Educación y le había acompañado a pasar esos días junto al mar, cuando
llegó a él le dijo,-“¿dónde estabas?, parecías ausente”-“me quedé colgado en el
vaivén de las olas”-le contestó él-“aún sigues dándole vueltas a la
conversación de anoche”, “sabes, cuando hablamos de cultura pedagógica, fue Fabricio
Caivano quien dijo allá por 1.992 siendo director de la revista Cuadernos de
Pedagogía la frase en cuestión sobre esperanzas utópicas”.
“Las ideas pedagógicas sufren la misma crisis de valores que
el resto de la sociedad, sin embargo, quedan aún muchos educadores que creen
que debajo de los adoquines pueden encontrarse playas”.
Se miraron a los ojos llenos de esperanza y abrazados volvieron
sobre sus pasos.
Sociedad competitiva, meritocrática y cuantitativa. !Qué derroche de calificativos! Me encanta. Creo que a los hijos los debemos educar los padres, no los colegios. Infundirles confianza en ellos mismos, autoestima y hacerlos sentir queridos. Con este bagaje difícilmente le podrán hacer daño.
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