Iris esperaba la llegada del nuevo compañero de piso. Él había respondido al anuncio vía correo
electrónico comunicándole su deseo de
trasladarse allí aceptando las normas. Una habitación con una cama, un armario
amplio, un escritorio con su sillón giratorio y una estantería. El baño estaba
dentro de la habitación lo que era todo un lujo. Además la cocina y el salón
eran compartidos. Nada de llevar gente al piso.
Sonó el timbre. La chica abrió la puerta.-Hola, supongo que
eres Quique. Pasa. Ahí tienes tu habitación y tu llave. Por cierto, el precio
no incluye conversación. No me gusta hablar.
-Valla, qué recibimiento más caluroso. Está bien Iris, porque
así dijiste que te llamabas ¿no? procuraré molestarte lo menos posible.
El joven se dirigió hacia una habitación que se encontraba
cerrada y cuando se disponía a poner su mano en el picaporte sintió un fuerte
golpe en el brazo- Esa habitación está clausurada- le dijo ella sujetándole la
mano enérgicamente- la tuya es esta.
-Qué chica tan fuerte, murmuró.
Quique entró en su, ahora sí, nuevo cuarto, se echó en la
cama que le pareció bastante cómoda e intentó formarse una idea sobre Iris. Le
pareció que su gesto serio y algo triste, no conseguía esconder la belleza de
su rostro. Figura escueta, camiseta y pantalón de un negro tan integrado en ella que cualquier intromisión de color resultaría
agresivo. Parca en palabras y por lo visto también en emociones pues su bonita
cara era incapaz de transmitir absolutamente nada. Le venció el abatimiento y
se durmió.
Al día siguiente cuando Quique se disponía a desayunar,
encontró el café preparado lo que agradeció. Iris se asomó a la cocina -Buenos
días, me voy a dormir, cierra la puerta cuando te vayas.
-¿Ahora te vas a dormir, pero es que trabajas de noche? No
he oído la puerta, dijo Quique.
-No me gusta hablar ni que me preguntes nada ¿recuerdas?
Todo aquello era bastante extraño. Pasaba el tiempo. Quique
se tuvo que acostumbrar al silencio durante el día, porque la noche era otra
historia. Durante la noche se oía como Iris susurraba y cantaba en voz baja.
Un día que Iris se encontraba fuera del piso, Quique observó
que la habitación clausurada tenía la puerta entreabierta. Pensó que entrar
allí no era ético, pero la curiosidad le pudo y pasó al interior. Una vez
dentro se arrepintió de haber allanado una propiedad que no le correspondía y se
dispuso a salir. Echó una ojeada al cuarto antes de irse-un dormitorio normal y
corriente se dijo. Cuando se dirigía hacia la puerta se percató de un objeto
envuelto sobre la cama. Se acercó. Tuvo que acercarse mucho más para asegurarse
de lo que estaba viendo. Era un bebé muerto. Estaba envuelto en una mantita
rosa polvorienta. Se podía distinguir su cabezita bajo un plástico transparente
que seguramente lo habría asfixiado. Quique estaba paralizado. Se giró para
salir de allí y se topó de cara con su compañera de piso.-Te dije que no podías
entrar aquí-le dijo-no lo podrás entender. Nadie podría entender porqué lo hice.
El día que nació quise castigar a su padre con su muerte. Su padre nunca se
enteró de su nacimiento porque jamás volvió. Yo le hablo y le canto por las
noches para que no se encuentre solito. Estoy esperando que me mire y me
sonría, pero no me mira ni me sonríe. Algún día me dormiré a su lado y no
despertaré y por fin podré descansar.
Quique no pudo articular palabra. Guardó su ropa y sus libros
en su mochila y desapareció.
-Todos se van-dijo Iris viéndolo marchar. Cerró la puerta,
encendió el ordenador y volvió a insertar el mismo anuncio en la página de
alquileres de habitación a estudiantes.
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