lunes, 5 de noviembre de 2012

Detrás de la puerta, por Carmen Gómez Barceló.



Iris esperaba la llegada del nuevo compañero de piso. Él  había respondido al anuncio vía correo electrónico comunicándole  su deseo de trasladarse allí aceptando las normas. Una habitación con una cama, un armario amplio, un escritorio con su sillón giratorio y una estantería. El baño estaba dentro de la habitación lo que era todo un lujo. Además la cocina y el salón eran compartidos. Nada de llevar gente al piso.

Sonó el timbre. La chica abrió la puerta.-Hola, supongo que eres Quique. Pasa. Ahí tienes tu habitación y tu llave. Por cierto, el precio no incluye conversación. No me gusta hablar.

-Valla, qué recibimiento más caluroso. Está bien Iris, porque así dijiste que te llamabas ¿no? procuraré molestarte lo menos posible.

El joven se dirigió hacia una habitación que se encontraba cerrada y cuando se disponía a poner su mano en el picaporte sintió un fuerte golpe en el brazo- Esa habitación está clausurada- le dijo ella sujetándole la mano enérgicamente- la tuya es esta.

-Qué chica tan fuerte, murmuró.

Quique entró en su, ahora sí, nuevo cuarto, se echó en la cama que le pareció bastante cómoda e intentó formarse una idea sobre Iris. Le pareció que su gesto serio y algo triste, no conseguía esconder la belleza de su rostro. Figura escueta, camiseta y pantalón de un negro  tan integrado en ella  que cualquier intromisión de color resultaría agresivo. Parca en palabras y por lo visto también en emociones pues su bonita cara era incapaz de transmitir absolutamente nada. Le venció el abatimiento y se durmió.

Al día siguiente cuando Quique se disponía a desayunar, encontró el café preparado lo que agradeció. Iris se asomó a la cocina -Buenos días, me voy a dormir, cierra la puerta cuando te vayas.

-¿Ahora te vas a dormir, pero es que trabajas de noche? No he oído la puerta, dijo Quique.
-No me gusta hablar ni que me preguntes nada ¿recuerdas?

Todo aquello era bastante extraño. Pasaba el tiempo. Quique se tuvo que acostumbrar al silencio durante el día, porque la noche era otra historia. Durante la noche se oía como Iris susurraba y cantaba en voz baja.

Un día que Iris se encontraba fuera del piso, Quique observó que la habitación clausurada tenía la puerta entreabierta. Pensó que entrar allí no era ético, pero la curiosidad le pudo y pasó al interior. Una vez dentro se arrepintió de haber allanado una propiedad que no le correspondía y se dispuso a salir. Echó una ojeada al cuarto antes de irse-un dormitorio normal y corriente se dijo. Cuando se dirigía hacia la puerta se percató de un objeto envuelto sobre la cama. Se acercó. Tuvo que acercarse mucho más para asegurarse de lo que estaba viendo. Era un bebé muerto. Estaba envuelto en una mantita rosa polvorienta. Se podía distinguir su cabezita bajo un plástico transparente que seguramente lo habría asfixiado. Quique estaba paralizado. Se giró para salir de allí y se topó de cara con su compañera de piso.-Te dije que no podías entrar aquí-le dijo-no lo podrás entender. Nadie podría entender porqué lo hice. El día que nació quise castigar a su padre con su muerte. Su padre nunca se enteró de su nacimiento porque jamás volvió. Yo le hablo y le canto por las noches para que no se encuentre solito. Estoy esperando que me mire y me sonría, pero no me mira ni me sonríe. Algún día me dormiré a su lado y no despertaré y por fin podré descansar.

Quique no pudo articular palabra. Guardó su ropa y sus libros en su mochila y desapareció.

-Todos se van-dijo Iris viéndolo marchar. Cerró la puerta, encendió el ordenador y volvió a insertar el mismo anuncio en la página de alquileres de habitación a estudiantes.

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