Sobre la mesa humeaba
el vaso de café que instantes antes Jeremy le había sacado de la máquina.
Embuída en la lectura del último informe que le había pasado, Mary asió el café
para un instante después, al sentir que se quemaba, dejarlo caer y saltar hacia
atrás para defenderse del líquido que desde la mesa amenazaba con mancharle la
falda. Se le oyó mascullar entre dientes,
mientras con la mano intentaba alejar lo más posible el líquido que se
iba extendiendo sobre el documento.
Miró a Jeremy,
que arrojado sobre el sofá parecía dormir plácidamente sin haberse enterado de
nada. Lo observó un instante con ternura, no con la que una madre hubiera
mirado a su hijo, sino con el cariño de la novia que fue en otro tiempo. Hubo
dolor en su interior al detenerse en las arrugas tan marcadas en el rostro como
en la chaqueta con la que intentaba defenderse del frío de la madrugada. Sintió
una indefinible mezcla de lástima y desazón por aquel hombre que fue parte de
su vida y hoy sólo era la triste imagen del investigador privado de cualquier
film de segunda fila.
Demasiadas horas
sin dormir, pensó en el mismo instante que rechazaba los sentimientos que
acudían. “Éste no se ha despertado”, se dijo. Ojalá no ocurra lo mismo si
dentro de pocos días el Gobernador decide hacer la llamada de madrugada. Volvió
sus ojos hacia el reloj que marcaba las seis menos cuarto; comprobó con tranquilidad
que aún quedaban cerca de cuatro horas para la entrevista.
Unas semanas antes,
con la esperanza de obtener algo que diera luz a lo que había tomado en mente
proporciones de obsesión, había conseguido permiso para entrevistar al último
jefe Cherokee: la décima vez en los últimos tres años. Hoy era el día.
A las diez y cuarenta, precedida por dos
guardias entró en el corredor. En la única celda ocupada estaba Tony rodeado
por cuatro paredes de gruesas rejas. No se sorprendió al verle sentado al modo
indio sobre el único sitio posible que no fuera el propio suelo, una especie de
banco de la longitud de un hombre y de cincuenta centímetros de ancho, que
servía de cama por las noches con un colchón sin sábanas ni mantas que, para
evitar que se ahorcaran, retiraban al amanecer. “Hijos de puta, hasta esa
posibilidad le niegan”, pensó Mary.
Uno de los
guardias acercó un taburete de madera sin respaldo y tras colocarlo a más de tres metros de las
rejas, pegado a la pared opuesta, le ordenó que tomara asiento y que no fumara
- algo innecesario porque hacía años que lo había dejado, aunque al oírlo no
dudó que de tener un cigarrillo a mano lo hubiera encendido en aquel instante-.
El guardia siguió relatando de forma mecánica otra series de prohibiciones
hasta que se detuvo, y tras unos segundos de silencio para darle énfasis,
levantó algo la voz y dejó caer: “Cualquier contacto físico con el preso será
entendido como un delito y juzgada por ello sin tener en cuenta quien sea
usted. Inmediatamente se cancelará la entrevista y usted será puesta a
disposición de un juez”. Le estaremos observando por las cámaras de seguridad,
tiene quince minutos, apostilló. Tras aquella perorata le quedó claro que las
normas de seguridad se habían endureciendo considerablemente desde las anteriores entrevistas.
Tony Adams -Adahy en lengua
india-, no movió un sólo músculo al oír
el saludo de Mary que, sentada frente a él, intentaba permanecer serena
aunque su pierna derecha le traicionaba con un tic nervioso que el preso, a
pesar de no mirarla, captó al instante. Tal vez por eso o porque sabía de los
esfuerzos de la chica, volvió los ojos y mirándola un instante, antes que el
carcelero hiciera sonar el zumbido con el que avisaba que se estaba
incumpliendo alguna norma, le dijo: Mujer, te agradezco tu preocupación y tus
esfuerzos, pero nadie podrá evitar que ocurra lo que debe ocurrir.
Lo dijo con voz
grave, pausadamente y con tal seguridad que cualquier otra en su caso hubiera
tirado la toalla. Pero Mary no era de esas, aún le quedaban algunas bazas por
jugar, estaba la nueva investigación que le había encargado a Jeremy, que en
realidad era en la que menos confiaba, la de los grupos contrarios a la pena de
muerte que sabía estaban moviendo todos los
hilos posibles y la de la prensa. Sin tener en cuenta lo dicho por
Adahy, comenzó con las preguntas que había preparado, pero el jefe ensimismado
cantaba en voz baja viejas canciones cherokees y no parecía oírlas. Al cabo de
mas de diez minutos desistió resignada aceptando que aquello había sido el
último intento.
Desde la puerta se
oyó al guardia gritar: “Le quedan tres minutos”. Al oirlo Mary descruzó las
piernas y cuando acercaba su mano al bolso con la intención de introducir el
bloc donde no había a notado nada relevante,
Adahy volvió a dirigirse a ella y dijo:
- Voy a contarte una vieja historia cherokee,
escúchala en silencio, quizás en ella obtengas la respuesta a tus preguntas y a
algunas que te harás pronto.
Sin volver el
rostro y con la misma actitud que Mery había observado en los chamanes cuando
entran en trance, pareció irse transformando en uno de ellos y dijo:
- Una noche un viejo indio le habló a su
nieto acerca de la batalla que ocurre dentro de cada persona.
Sentados junto al fuego el abuelo le dijo: -
Cada hombre tiene que librar su propia batalla interna en la que se enfrentan
los dos lobos que viven en su corazón. Querido muchacho, continuó,- Uno de los lobos representa el mal, por eso
está siempre rabioso e inseguro, es arrogante y a la vez siente lástima de si
mismo. Guarda resentimiento hacia los demás mientras padece un falso orgullo,
es soberbio y esa soberbia le insta a sentirse superior al resto de los hombres
volviéndose cada vez más egoísta. Su corazón se transforma en piedra y su peso le ata a la tierra de tal
forma que no deja que su alma pueda volar.
Tras una breve
pausa continuó: - El otro lobo en cambio, es bueno, trae la felicidad, la paz,
el amor y la esperanza al alma, vuelve a los hombres serenos, humildes y
benevolentes, compasivos y generosos. Este lobo representa lo verdadero y lo auténtico y es capaz de
prodigios increíbles para los que creen en él.
El nieto,
tras pensar en lo que su abuelo le había planteado, le preguntó:
- Abuelo, si el lobo bueno es todo lo que
deberíamos necesitar, ¿como ocurre que sea el lobo malo quien gane la batalla
interna de tantos hombres?
El abuelo sonrió, se tomó su tiempo y le
contestó: - En esa batalla gana siempre el lobo que cada hombre alimenta. Desde la otra
parte del corredor se oyó abrirse una reja, Mary volvió la cabeza y observó a
los guardias que se dirigían hacia ella indicando que el tiempo había
finalizado.
Al girarse uno de
los guardias volvió su rostro hacia el preso y no lo vio. Se acercó a la celda
y observó con atención para cerciorarse de que no había sido una ilusión. Gritó
a su compañero que confirmó lo que era evidente. Sonaron todas las alarmas y al
instante un batallón de funcionarios comenzó a registrar cada milímetro de la
celda. Comprobaron los barrotes de acero
y cualquier hueco en el suelo por donde pudiera entrar o salir una
hormiga sin obtener ninguna pista. Continuaron por el pasillo, después por las
dependencias, las celdas de los otros presos, los conductos, los desagües, los
despachos y hasta los tejados y cinco kilómetros alrededor de la prisión fueron
íntimamente revisados.
En la prisión la
incredulidad fue ganando cada uno de sus rincones. Desde el pasillo de los
condenados hasta el despacho del Director nadie se explicaba lo que había
ocurrido. Tras horas de búsqueda no encontraron ni una sola señal que indicara
por donde había podido fugarse. Todos sabían que no era posible que ningún ser
humano pudiera escapar de aquel centro dotado con los mayores adelantos en
vigilancia y aún más, de una de las celdas del pasillo de la muerte, que en vez
de paredes tenía rejas de acero y que estaban vigiladas por tres cámaras... y
sin embargo había ocurrido. Sólo el mono de reglamentario con el que cubría su
cuerpo había quedado sobre el banco de
piedra como mudo testigo.
!Imposible! Se oyó
decir al Director en su despacho tras ser informado de lo ocurrido, !Imposible!
confirmó el Capitán de los guardias cuadrándose ante su jefe, !Imposible!,
aseguraban los carceleros a sus superiores, !Imposible!, gritaban desde sus
imágenes las cintas que guardaban cada
gesto de Adahy en las últimas
veinticuatro horas. !Imposible!
Al abrirse las puertas de la prisión para
dejar salir a Mary, pasadas ya más diez horas desde la desaparición y tras un exhaustivo interrogatorio, una
ráfaga de viento agitó su negra melena; sin prisas se alejó hacia el
aparcamiento, al meter la llave en la cerradura de su coche sonrió al recordar
que para el lobo bueno nada era
imposible.
Me gusta mucho la atmósfera que has creado, esa fría calma en una institución del estado donde todo está reglamentado con detalle, hasta el procedimiento para ejecutar legalmente a un ser humano. Las palabras del viejo indio son de una sabiduría muy reveladora y están bellamente expresadas: "...es arrogante y a la vez siente lástima de si mismo. Guarda resentimiento hacia los demás mientras padece un falso orgullo, es soberbio y esa soberbia le insta a sentirse superior al resto de los hombres volviéndose cada vez más egoísta. Su corazón se transforma en piedra y su peso le ata a la tierra de tal forma que no deja que su alma pueda volar." Magnífico, enhorabuena José.
ResponderEliminarLas leyendas indias guardan profundas verdades. No cuentas porqué estaba el reo condenado a muerte, pero si su espíritu pudo elevarse es porque la sentencia no le hacía justicia. Es un relato que te hace vivir la historia que cuenta. Me gusta.
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