Carol
era una niña de 5 años. Su pequeña estatura hacía que su madre tuviera que
cogerle el dobladillo a todos sus pantalones vaqueros y a sus muchos vestidos
de distintos colores y texturas que a ella, presumida, siempre le gustaba
llevar.
No
había ninguna mañana en la que Carol, con voz chillona no le pidiera a su madre
que le pusiera el mismo lazo rosa de siempre.
-
¡¡Mamá!!
– gritaba siempre desde el cuarto de baño
Aquel
lazo fue su primer regalo de cumpleaños que le hizo su padre junto a una
muñeca, un yoyó, una piruleta…siempre había sido una niña mimada, sobre todo
por su padre, que la adoraba. Para él, ella era su princesa de cuento.
Desde
aquel primer cumpleaños hasta hoy habían pasado 5 años…y aquel lazo ya no era
el mismo. Su color se había deteriorado pasando a tener un tono pálido, costaba
diferenciar si aquel especial lazo era rosa o blanco con aire rosado. Por sus extremos se intuía
el paso del tiempo pues eran muchos los hilitos que sobresalían de él y que
ponían en peligro su larga vida. A pesar de eso, la pequeña niña seguía
teniéndole mucho cariño y deseaba nada más levantarse de un brinco de su cama
colocárselo en su melena morena.
Vivían
en familia en una pequeña casa situada a las afueras de una ciudad tampoco muy
grande. Una pequeña casa de dos plantas con grandes ventanales, un jardín
trasero perfecto para los días soleados de verano, y con una típica e
indispensable bandera americana junto a la puerta de entrada.
Su
madre, morena y de ojos verdes se dedicaba a vender flores en una pequeña
floristería, propiedad suya, en el centro de la ciudad, y su padre, era soldado
destinado a cualquier país en guerra en cualquier inoportuno momento.
Por
desgracia eran pocos los momento que Carol y su madre podían pasar junto a su
padre, el trabajo le requería mucho tiempo fuera de su hogar y eran muchas las
ocasiones especiales en la que Carol echaba de menos que él estuviera con ella.
Su
lazo rosa era una especie de tesoro y amuleto para ella. Llevarlo siempre en el
pelo era como reducir la distancia que los separaba, y sentir de alguna manera
que su padre estaba junto a ella.
A
pesar del duro trabajo de soldado y de lo que eso suponía, su padre intentaba
estar siempre en sus cumpleaños. Él sabía que para su pequeña hija aquel día
era especial y que por todos los medios debía intentar estar allí para ver como
sus gorditos mofletes se inflaban para soplar con fuerza la llama de las velas
de la tarta mientras, en sus ojos, se veía el deseo pedido.
Un
día más de la alegre primavera la suave mano de la niña agarraba la de su
madre, mientras ambas paseaban por el parque después de que Carol, saliera del
colegio.
Faltaban
tan solo unas semanas para que Carol creciera un poco más y pudiera poner en su
mano derecha e izquierda un total de 6 dedos a la pregunta de:
-
¿Cuántos
cumples?
Le
gustaba escuchar aquella pregunta que tantos adultos le hacían con una sonrisa.
Para ella significaba que se estaba haciendo una niña grande y que un año más
su padre volvería de algún remoto lugar para estar con ella.
Llegaron
a la zona de los columpios cuando Carol, soltó la mano de su madre y corrió
hacía un grupo de niños un poco mayores que ella para empezar a jugar con ellos.
En
ese instante su madre, que se había sentado en un banco del parque cercano a
donde Carol corría de un lado para otro, recibió una llamada de teléfono.
-
¿Sra.
Milton?
Su
cara se cambió por completo…solo un grupo de personas la llamaban por el
apellido de su marido, y la mayoría de esas veces no eran para darle buenas
noticias, sino para comunicarle que le alejaban a su marido o algo peor que
nunca se atrevió a pensar.
-
Su
marido debe permanecer algún tiempo más en Paquistán para continuar con su
oficio militar…aún no se sabe el tiempo límite…pero Sra. Milton, debe tener
paciencia.
En
el rostro de la mamá de Carol ya se veía aire de preocupación, pensó que a tan
solo unas semanas del cumpleaños de la pequeña y con dudas de que su marido
pudiera asistir a la fiesta de cumpleaños, no dudó ni un segundo en que lo
primero que debería hacer sería buscar un regalo de cumpleaños para Carol que
pudiera ocupar o distraer la ausencia de su padre…una tarea difícil pero lo
primero que se le vino a la mente fue aquel lazo rosa.
Los
días previos al sexto cumpleaños de Carol pasaron lentos para ambas. La pequeña
aun no sabía nada, su preocupación giraba en torno a qué tarta comprar, qué vestido
ponerse para su fiesta, a qué amiguitos invitar…Pero para su madre todo era más
complicado, debía disimular emociones y sentimientos que cada vez eran más
difíciles. Las numerosas preguntas de su hija sobre cuándo volvería su padre
eran cada vez más pesadas de contestar.
Al
fin el día de Carol llegó. Esa mañana se levanto nerviosa y ansiosa. Su madre
ya le había contado que quizás su padre llegaría más tarde a la fiesta…pero
aquella no era una verdad completa, aún no había mencionado que él no asistiría,
por primera vez. Tampoco su madre se atrevía, en algo confiaba para pensar que
en cualquier momento su marido vestido con aquel uniforme de tonos verdes, con
su macuto en el hombro derecho y con aquella marca en su labio inferior llamaría
al timbre de su casa y abriría la puerta para encontrar al amor de su vida y al
de su hija entre aquellas paredes de su hogar.
Ya
Carol en casa con su madre, después del especial día de colegio con sándwiches
y golosinas para todos los niños de su clase, llamaron a la puerta.
Ding- dong
Carol
corrió hacia la puerta, alcanzó el pomo de la misma, con el taburete que le
regalaba 5 cm más de altura, lo giró
hasta conseguir que los rayos del sol atravesarán la entrada y abrió los ojos.
A las personas nos gusta utilizar símbolos. El lazo rosa , lo ha utilizado esta niña para tener siempre a su padre presente. Una buena historia Cristina.
ResponderEliminar=) Gracias. Creo que en el fondo todos tenemos guardado algo de alquien especial que nos recuerda a el o a ella.
EliminarMe gusta mucho tu relato. Sólo una apreciación, quería leerlo despacio, Carol actualmente tiene 5 años, pienso que un bebé de un año no puede discernir aún la relación entre un lazo y el amor hacia su padre, están en una fase de puro egoismo, su chupe, su bibe, su mantita, chuparse el dedo.., algunos de estas conductas son sustitutos de carencia de los padre, sin embargo si el regalo se produce a los tres años me resulta más verosimil, la niña tendría unos ocho años, y la inclinación hacia el padre es mucho más acentuada. Es una apreciación mia.
ResponderEliminarMe alegra que estes en el grupo,Traes frescura