lunes, 5 de noviembre de 2012

Estaba claro, no podía evitar disimular... por Cristina Pérez Rodríguez.


- ¿Qué cómo se lo ha tomado ella? - Me preguntó sin mostrar ninguna preocupación.

Llevaba noches sin hablar con él.
Tumbada en la cama de mi habitación, mientras escuchaba aquellas canciones que tanto significaron durante meses pasados, sentía como el corazón se paralizaba por momentos.

En casa, mamá se preocupaba por mí y eran numerosas las veces que en mitad de la cena me preguntaba:
-        ¿Dónde está Chisco? Hace tiempo que ya no viene por aquí… ¿os ha pasado algo cariño?

Intentaba que nadie, excepto mis amigas, notara lo que estaba pasando…pero era inevitable. Cada vez las ojeras hacían más mella en mi rostro. No me preocupaba cómo saliera de casa para ir al instituto, si es que iba, aún servía la escusa de taparse con la manta, calentar el termómetro con el calor del flexo y afirmar, una y otra vez, que el dolor de cabeza era insoportable.

Mi habitación de cuatro paredes era mi refugio. La notaba más pequeña, más fría. Los días  pasaban lentos. No había aún señales de vida.

Una mañana más me disponía a levantarme para ir a clase, hoy la escusa no serviría. Eran las 7:30 de la mañana y me dispuse a mirar por la ventana. Otra mañana gris del triste invierno. Abrí una de las cristaleras, y una bocanada de aire helado acarició mi cara. A pesar del aire helador me apetecía que, después de todo el fin de semana como una princesa encerrada en su castillo, me diera un poco la brisa del viento…sentir que algo tocaba mi piel.
Bajé las escaleras de casa despacio. El olor a  café inundaba la cocina. Era costumbre que papá fuera el primero en levantarse y en seguida se dirigiera a poner la cafetera en marcha mientras se adueñaba del baño durante un buen rato. Por suerte, aún no había terminado de asearse. Cogí una magdalena del cesto de mimbre de al lado del frigorífico y salí por la puerta de casa sigilosamente.

De camino al instituto seguía pensando en qué le había fallado, cuál era la maldita razón por la que Chisco dejara de hablarme y por consiguiente proclamara que yo era historia para él a través de todas las redes sociales habidas y por conocer. Pero ahí estaba Marga…siguiéndole el rollito. ¡Cuánto la odiaba! Estaba claro, no podía evitar disimular… se muere por los huesos de Chisco, como yo me muero por él.

Al llegar al instituto, todo seguía igual, solo para mí el mundo se había detenido después de que Chisco no me dirigiera la palabra…pero levanté la vista hacia el frente y ahí lo vi con mis propios ojos.

En ese instante, mi cabeza se saturaba de cosas que decirle…tenía tanto que saber, tenía tantas ganas de saber de él…pero todo se quedó en un cálido olor que desprendió su chaqueta de cuero negra tras el paso ligero a menos de 5 centímetros de mi. No dijo nada, ni siquiera me miró.

Las restantes 6 horas de clase fueron eternas, aquel gesto por parte de Chisco me había dejado aún más destrozada y dolida. Volví a casa como pude, por la inercia de los pies que parecían caminar solos. Subí a mi habitación sin decir palabra y encendí el ordenador.

¡Ping!

Tenía un nuevo correo. Convencida de que una vez más sería mi amiga Daniela preguntándome que tal andaba, no corrí demasiado para pulsar aquel mensaje de entrada, pero mis ojos reconocieron aquellas letras que durante meses había escrito en cualquier esquina pequeña de un papel: C-H-I-S-C-O

Era él. Un correo de él. Escrito hace tan solo 5 minutos. Enviado hace tan solo 5 segundos.
Nerviosa clické en el mensaje y me dispuse a leer…
***

Están siendo los meses más felices de mi vida. Por fin he conocido a alguien especial que se fija en mí sin tener que hacer conjuros de brujas, ni recurrir a rezar todas las noches para que él, Chisco, diga la frase que toda niña de mi edad quiere escuchar:
-        ¿Quieres ir conmigo al cine?

Es dos años mayor que yo y por suerte va al mismo instituto, aunque este será su último curso. Moreno, de un metro ochenta y cinco, lleva siempre una chaqueta de cuero negra que levanta pasiones por los pasillos del instituto, sobre todo entre las chicas de su edad que no paran de hacerle la pelota con tal de conseguir que le dirija la palabra.
Pero ahí estaba yo, junto a mis amigas al lado de las taquillas antes de entrar en clase, cuando Chisco paso detrás de mí y dijo:
-        Tienes un pelo precioso.
Me giré enseguida buscando sus ojos y en ellos me perdí…
***

“Quiero que cuando leas este correo no intentes buscar una respuesta más allá, con esto quiero dejar cerrado el tema y lo siento si puedo causarte algún daño pero necesito que lo entiendas. Se acabó.”

Hasta ese momento no sabía que era sentir que el corazón terminara por dejar de latir. Que por mis venas no corriera la sangre. Que en mis pulmones no entrara aire.
De mis ojos brotaron el cúmulo de emociones, que durante días, intenté ocultar.
“Se acabó”…un pobre final para aquella historia.

Pasaron meses hasta que Chisco consiguiera salir de mi cabeza. Durante aquellos largos días había sido una gran ayuda que no me lo encontrara, pero sería poco realista por mi parte pensar que se lo había tragado la Tierra.

Una tarde de sábado que me dispuse a salir con mis amigas a dar un paseo, reconocí una chaqueta de cuero negra a lo lejos, acompañada de otra exactamente igual un poco más pequeña y con unas tachuelas en color dorado. Algo dentro de mí sabía a lo que me podía enfrentar…cogí aire y a medida que me iba acercando a Chisco y a lo que parecía su nueva chica, el corazón me latía más y más deprisa.

Notó mi presencia y se giro mientras me miraba a los ojos.
-        Chisco, no importa – le dije

Antes de que pudiera articular palabra ya estaba dándome la vuelta. Sentí una especie de liberación y paz, conmigo misma, a la vez.

Su nueva amiguita era Marga…Estaba claro, no podía evitar disimular…se muere por los huesos de Chisco como yo, ahora, no me muero por él.

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