jueves, 22 de noviembre de 2012

La noche de los maniquíes, por Carlos J. Fernández.


Una noche cualquiera los maniquíes del centro comercial cobraron vida y se reunieron en asamblea, en la cuarta planta, donde estaban los amplios salones del restaurante. La concurrencia era muy numerosa y procedía de todas las demás plantas y secciones. Había maniquíes masculinos con rostros forrados en lino vistiendo ropa de sport, Maniquíes femeninas con rasgos abstractos en sus caras, realzando en poses elegantes las delgadas siluetas. Maniquíes cromados con trajes de noche y otros de ébano que llegaron desnudos desde el almacén. También había torsos de ambos sexos con medias piernas y sin brazos y maniquíes infantiles que eran muñecos flexibles, a menudo sin cabeza.
Un maniquí de hombre, de cabeza esculpida y figura musculosa  se alzó sobre su base de cristal para dirigirse a los allí reunidos:
 “Compañeros, ha llegado al fin el despertar de nuestra conciencia. Y con ella la vida y el movimiento. Como seres ideales, atléticos y juveniles estamos llamados a conquistar el destino del planeta e imponer nuestra propia civilización. Los humanos aceptarán que ha llegado el ocaso de su reinado y nos darán paso. No en vano nos crearon, depositando en nosotros el reflejo de sus ideales estéticos, materializando en nuestras figuras sus sueños de belleza y perfección.”
 Pese al escaso lenguaje corporal- apenas adquirido aún-, del orador de cabeza esculpida, aquellas palabras calaron hondo en sus congéneres. Los que tenían manos, aplaudieron entusiasmados, los que no tenían manos pero sí cabeza asintieron en gesto de aprobación y los torsos y bustos que carecían de una cosa y de la otra se contentaron con girar sobre sus peanas en señal de júbilo.
 A continuación tomó la palabra un distinguido maniquí maquillado, de proporciones admirables:
  “Estoy de acuerdo con lo dicho por quien me ha precedido –dijo tímidamente, mientras se pasaba la mano por la parte sombreada de la cabeza que simulaba el cabello- “ pero...” -y aquí dejó atrás su tono titubeante- no entiendo qué sueños de belleza pueden representar los bustos sin extremidades, esos más bien expresan una pesadilla para los humanos y por tanto no podemos otorgarles a esas figuras mutiladas plenitud de derechos, y siendo así, es de justicia que sólo los maniquíes integrales tengamos voz y voto en la nueva sociedad.”
   El público pareció desconcertado por unos momentos, pero pronto la mayoría de la sala prorrumpió en aplausos y vítores. Animado por estas muestras de apoyo el orador de pelo sombreado fue más allá:
 “Y aún gozando de la condición de figuras integrales, no sería lógico darle los mismos derechos a los maniquíes de ébano, porque son de un color distinto de la mayoría y casi siempre están desnudos” Nuevamente –salvo los maniquíes de ébano- todos aplaudieron la proposición.
 Pero aún no había concluido aquel maniquí maquillado, que retenía el uso de la palabra para sí y, levantando su brazo articulado continuó su discurso, pleno de confianza en sí mismo: “Hemos visto que los hombres, nuestros creadores, por razón de su mayor fuerza, protegen a las mujeres, dispensándolas en lo posible de las tareas directivas, para ponerlas a salvo de todo riesgo. Por eso propongo que en la sociedad que hoy fundamos, sólo tengan derecho de voz y de voto los maniquíes integrales, de colores claros, vestidos y de género masculino.” Ahora las figuras femeninas mostraron su descontento con silbidos, pero la sección masculina y blanca, ahogó pronto ese clamor con sus voces poderosas y sus estruendosos aplausos en una ruidosa percusión de materiales diversos.
 Vetada la palabra para aquellos que no pertenecieran a la clase dirigente de la nueva sociedad la reunión se disolvió pronto. Así fue decretado el final de la era estática y diseñados los pilares de la inminente civilización escaparatista. Pero las facciones que habían sido postergadas se retiraron a sus secciones de origen sombríamente, maquinando propósitos de conspiración. La clase directiva organizó una gran fiesta para celebrar el inicio de la nueva era, aunque sólo se permitió la entrada a maniquíes integrales, blancos, masculinos y vestidos con ropa de marcas exclusivas.
Los primeros empleados en llegar al centro comercial a la mañana siguiente no sabían explicarse lo ocurrido. Los cuerpos desmembrados de cientos de maniquíes se repartían por todos los rincones. Las escaleras mecánicas eran una cascada que vomitaba piernas y brazos, la sección de caza y la cuchillería del menaje habían sido esquilmadas y cuchillos y tenedores aparecían clavados en los torsos. Las cabezas, desgajadas, presentaban orificios de bala. Los muñecos flexibles aparecieron retorcidos en grotescas contorsiones. Brazos, piernas, torsos y cabezas de todos los materiales se amontonaban como túmulos funerarios. La nueva civilización de los maniquíes no llegó a ver la luz del día. Su andadura fue un sueño que apenas consumió unas horas durante una noche cualquiera.

1 comentario:

  1. La política es el are de encajar la diversidad en un proyecto común sin que ningún elemento resulte desfavorecido. Una utopía. Ni siquiera los maniquíes lo consiguieron.

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