Una noche cualquiera los maniquíes del centro
comercial cobraron vida y se reunieron en asamblea, en la cuarta planta, donde
estaban los amplios salones del restaurante. La concurrencia era muy numerosa y
procedía de todas las demás plantas y secciones. Había maniquíes masculinos con
rostros forrados en lino vistiendo ropa de sport, Maniquíes femeninas con
rasgos abstractos en sus caras, realzando en poses elegantes las delgadas
siluetas. Maniquíes cromados con trajes de noche y otros de ébano que llegaron desnudos
desde el almacén. También había torsos de ambos sexos con medias piernas y sin
brazos y maniquíes infantiles que eran muñecos flexibles, a menudo sin cabeza.
Un maniquí de hombre, de cabeza
esculpida y figura musculosa se
alzó sobre su base de cristal para dirigirse a los allí reunidos:
“Compañeros, ha llegado al fin el
despertar de nuestra conciencia. Y con ella la vida y el movimiento. Como seres
ideales, atléticos y juveniles estamos llamados a conquistar el destino del
planeta e imponer nuestra propia civilización. Los humanos aceptarán que ha
llegado el ocaso de su reinado y nos darán paso. No en vano nos crearon,
depositando en nosotros el reflejo de sus ideales estéticos, materializando en
nuestras figuras sus sueños de belleza y perfección.”
Pese al escaso lenguaje corporal-
apenas adquirido aún-, del orador de cabeza esculpida, aquellas palabras
calaron hondo en sus congéneres. Los que tenían manos, aplaudieron
entusiasmados, los que no tenían manos pero sí cabeza asintieron en gesto de
aprobación y los torsos y bustos que carecían de una cosa y de la otra se
contentaron con girar sobre sus peanas en señal de júbilo.
A continuación tomó la palabra un
distinguido maniquí maquillado, de proporciones admirables:
“Estoy
de acuerdo con lo dicho por quien me ha precedido –dijo tímidamente, mientras
se pasaba la mano por la parte sombreada de la cabeza que simulaba el cabello-
“ pero...” -y aquí dejó atrás su tono titubeante- no entiendo qué sueños de
belleza pueden representar los bustos sin extremidades, esos más bien expresan
una pesadilla para los humanos y por tanto no podemos otorgarles a esas figuras
mutiladas plenitud de derechos, y siendo así, es de justicia que sólo los
maniquíes integrales tengamos voz y voto en la nueva sociedad.”
El público pareció desconcertado por
unos momentos, pero pronto la mayoría de la sala prorrumpió en aplausos y
vítores. Animado por estas muestras de apoyo el orador de pelo sombreado fue
más allá:
“Y aún gozando de la condición de
figuras integrales, no sería lógico darle los mismos derechos a los maniquíes
de ébano, porque son de un color distinto de la mayoría y casi siempre están
desnudos” Nuevamente –salvo los maniquíes de ébano- todos aplaudieron la
proposición.
Pero aún no había concluido aquel
maniquí maquillado, que retenía el uso de la palabra para sí y, levantando su
brazo articulado continuó su discurso, pleno de confianza en sí mismo: “Hemos
visto que los hombres, nuestros creadores, por razón de su mayor fuerza, protegen
a las mujeres, dispensándolas en lo posible de las tareas directivas, para
ponerlas a salvo de todo riesgo. Por eso propongo que en la sociedad que hoy
fundamos, sólo tengan derecho de voz y de voto los maniquíes integrales, de
colores claros, vestidos y de género masculino.” Ahora las figuras femeninas
mostraron su descontento con silbidos, pero la sección masculina y blanca,
ahogó pronto ese clamor con sus voces poderosas y sus estruendosos aplausos en
una ruidosa percusión de materiales diversos.
Vetada la palabra para aquellos
que no pertenecieran a la clase dirigente de la nueva sociedad la reunión se
disolvió pronto. Así fue decretado el final de la era estática y diseñados los
pilares de la inminente civilización escaparatista. Pero las facciones que
habían sido postergadas se retiraron a sus secciones de origen sombríamente,
maquinando propósitos de conspiración. La clase directiva organizó una gran
fiesta para celebrar el inicio de la nueva era, aunque sólo se permitió la
entrada a maniquíes integrales, blancos, masculinos y vestidos con ropa de
marcas exclusivas.
Los
primeros empleados en llegar al centro comercial a la mañana siguiente no
sabían explicarse lo ocurrido. Los cuerpos desmembrados de cientos de maniquíes
se repartían por todos los rincones. Las escaleras mecánicas eran una cascada
que vomitaba piernas y brazos, la sección de caza y la cuchillería del menaje
habían sido esquilmadas y cuchillos y tenedores aparecían clavados en los
torsos. Las cabezas, desgajadas, presentaban orificios de bala. Los muñecos
flexibles aparecieron retorcidos en grotescas contorsiones. Brazos, piernas,
torsos y cabezas de todos los materiales se amontonaban como túmulos
funerarios. La nueva civilización de los maniquíes no llegó a ver la luz del
día. Su andadura fue un sueño que apenas consumió unas horas durante una noche
cualquiera.
La política es el are de encajar la diversidad en un proyecto común sin que ningún elemento resulte desfavorecido. Una utopía. Ni siquiera los maniquíes lo consiguieron.
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